En muchos pisos de Madrid o Barcelona la escena se repite: bicis en el pasillo, maletas eternas en la habitación de invitados, cajas de mudanzas que llevan años sin abrirse. El m2 residencial está caro, los pisos son pequeños y la gente tiene más cosas que nunca. La solución, cada vez más, no está dentro de casa, sino en un bajo de barrio, una nave reacondicionada o un edificio anónimo junto a la M-30: los trasteros. Y a su alrededor, un negocio que ha dejado de ser residual para convertirse en uno de los juguetes favoritos del capital inmobiliario. A este contexto se suma un dato que ayuda a entender por qué se ha “viralizado” la palabra trastero entre inversores: en 2025, el propio sector estima que el mercado español podría superar los 400 millones de euros anuales de facturación.