En un pueblecito de Las Hurdes, en Extremadura, se celebra el 14 de agosto una bonita fiesta: el robo de la albahaca. Se trata de hacerse con el ramo más grande de albahaca, que hay que ir buscando en los lugares más insólitos.
Recuerdo que mi padre lo hacía: cortaba un trocito de albahaca de la maceta que teníamos en el balcón, me la daba a oler, la olía él también y se la ponía encima de la oreja, imagino que para que el aroma de la planta le llegase fácilmente a la nariz. No me diréis que no es mucho más estiloso que ponerse un cigarrillo...
Mis padres tenían algunas macetas en el balcón, geranios sobre todo (para espantar mosquitos en verano) y algunas plantas aromáticas entre las cuales, la albahaca que es diferente de la hierbabuena y de la menta. Por supuesto se sembraba por su aroma, pero también porque podía utilizarse en la cocina y además, ayudaba a evitar las digestiones pesadas, espantaba a los mosquitos y a los escorpiones. Un todo en uno que puede decirse.
En el norte de Extremadura, en la provincia de Cáceres, se celebra una bonita fiesta que guarda relación con esta planta: nos referimos al robu de la albehaca (el robo de la albahaca en castellano), que tiene lugar en la alquería hurdana de Aceitunilla, cerca de la localidad de Nuñomoral. Como su nombre indica, se trata de robar albahaca y cuanta más mejor, pero, ¿cuáles son los orígenes de esta costumbre? No se sabe a ciencia cierta cuándo empezó a celebrarse pero sí sabemos que en esta curiosa celebración tiene que ver el cortejo, como también tenía que ver en otra fiesta extremeña de la que ya hablamos en su día, La Enramá.
Resulta que cada noche del 14 de agosto, cuando las manecillas del reloj ya indican que se ha pasado al día siguiente, o sea, pasada la medianoche, los mozos y en la actualidad también los niños del pueblo se dedican a buscar plantas de albahaca (albehaca en hurdano) para robar los mejores ramilletes. Es el momento culmen de esta fiesta que arranca como todo festejo de rigor: con música en las calles, con tamborileros y otros instrumentos, los que haiga, que diría mi abuela: botellas de anís, latas… nos apuntan desde la Asociación Los Regojeros, que son los que se ocupan en la actualidad de que no se pierda esta bonita tradición.
Antaño eran los jóvenes los que, tras los pasacalles, se iban a cenar fuera donde hubieran acordado y las mujeres debían desaparecer de las calles y encerrarse en casa. En la actualidad participa todo el pueblo, todo aquél que quiera apuntarse, según Los Regojeros.
Tras la cena viene el momento del delito: el robo de la albahaca, cuyas macetas han sido cuidadas por las mujeres a lo largo de todo el año. Para la ocasión se escondían las plantas en los lugares más dispares y los chicos debían buscarlas, en ventanas, cuadras e incluso subiéndose en balcones. No era de extrañar que las dueñas de las plantas incluso les arrojase algún cubo de agua, tronchos de berzas o “manzarócah de mílluh” (mazorcas de maíz), con tal de defender las plantas.
Los “ladrones” exhiben después los ramilletes de albahaca conseguidos, adornándose el cuerpo con los mismos. La juerga sigue, de madrugada, cuando se suele pedir por las casas aguardiente y la “bolla” o el “matajambri”, porque a esas horas y tras haber “delinquido” no es de extrañar que haya hambre….
Antaño, el mozo que hubiera conseguido más ramilletes de albahaca era considerado un buen partido por las chicas y sería el encargado de transportar el “Ramu de San Brá”, Ramo de San Blas, en las fiestas en honor a este santo que se celebran en febrero.
“Los mayores confirman que el origen de esta tradición era posiblemente conquistar a las mozas. O simplemente hacerse con el ramo de albahaca más grande”, dicen en la asociación.
Suele ser habitual que los nuevos dueños de los ramilletes acudan a la misa de la Virgen, al día siguiente, engalanados con el botín de la noche anterior. Presumimos que también con ojeras pero eso sí, oliendo bien, que para eso llevan albahaca.
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