¿Qué sucede en un mundo en el que no todos hacemos vacaciones en agosto, en el que cuesta menos irsw un fin de semana de viaje a una capital europea que pagar una cena en el chiringuito de la playa, y en el que nuestro trabajo y ocio circulan por nuestro teléfono sin barreras ni restricciones?
Daniel Córdoba Mendiola, experto en análisis de tendencias y fundador de The Hunter, asegura que uno de los cambios que se empiezan a detectar, y de lo que no se habla todavía mucho, es de la repercusión que tendrán dichos cambios sociales en uno de los conceptos que mejor explican la realidad social española: la segunda residencia.
El litoral español y algunas zonas de montaña están plagadas de “segundas residencias”, propiedades que permanecen cerradas buena parte del año y que en los meses de verano y algunos fines de semana se llenan de personas que llegan ahí para desconectar, pasarlo bien y disfrutar de todo aquello que no se han planteado hacer en el lugar en el que habitan buena parte del año.
Esos terrenos, chalets, apartamentos, casas… tienen costes de mantenimiento, no suelen estar equipados con todo lo que ahora demandan los hogares españoles, y no pueden competir con la variedad, seducción y precios que vemos al desplegar el menú de cualquier listado de destinos de una aerolínea lowcost.
Cuando el ocio se aleja de una propiedad fija (o de un coche)
De la misma manera que ha pasado con la entrega a domicilio o los rentings en los coches o los servicios de streaming, la industria inmobiliaria debe movilizarse para no quedarse atrás. Aquí es donde entra la innovación, el cuestionarse los intereses y las motivaciones de los consumidores españoles. Otros países ya piensan y prueban fórmulas diferentes, que parten de la misma necesidad de descansar y que lo solucionan de forma diferente y más contemporánea.
Este nuevo pensamiento es especialmente relevante en un país como España, en el que el apego tradicional por la idea de ser propietario está cambiando por la nueva realidad económica y social a la que se enfrentan los consumidores. Si considerar una primera residencia como una inversión ya se pone en duda, ¿qué podemos esperar de una segunda residencia, mucho más expuesta a los vaivenes y caprichos de la economía?
Fórmulas como los clubs de residentes que ofrecen algunas cadenas hoteleras como Four Seasons están reinventando lo que es una segunda residencia funcionando como una inversión y combinando los servicios de un hotel con la privacidad de un hogar.
Por otro lado, qué pasa cuando la gente decide pasar las vacaciones con amigos en lugar de con la familia, o gente que no tiene familia, o personas que no quieren “aparcarse” en vacaciones, sino que buscan acción y novedad. O familias de nueva creación que tienen hijos (o padres) con edades e intereses muy diferentes en las que es más sencillo, económico y satisfactorio que cada uno haga sus planes. Es aquí donde aparecen propuestas de multipropiedad, vacaciones “airbnb”, interrails, viajes culturales, cruceros…
Cuando uno mira el momento de ocio no como un gasto sino como una inversión en crecimiento personal o en tiempo de calidad y se abre a considerar otras opciones, el pensar en irse a la casa de la playa a limpiar, cocinar y no tener buena conexión a Internet… empieza a no ser tan interesante.
Este tipo de soluciones no son hoy para todos los bolsillos ni todos los planteamientos vitales. Pero, si algo hemos aprendido de la “gig economy” es que la masa crítica hace bajar los precios y democratiza el acceso a propuestas que eran impensables hace unos años.
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