¿Te bañarías en una playa radiactiva? Pues hay mucha gente que lo hace. En Guarapari, en el estado de Espírito Santo, Brasil, hay una playa famosa por sus arenas oscuras ricas en monacita, un mineral que contiene torio y uranio.
En la zona de Areia Preta Beach se han medido tasas de radiación de hasta 20 microsieverts por hora (µSv/h), cuando la radiación de fondo en la mayor parte del mundo apenas llega a 0,1 o 0,3.
Se han medido niveles de radiación en Guarapari muy cercanos al límite permitido de exposición de los trabajadores de plantas nucleares.
En algunas zonas de esta playa, la radiación natural puede alcanzar niveles de hasta 20 µSv/h, y en puntos concretos incluso 55 µSv/h, cifras muy superiores al promedio mundial de fondo radiactivo.
“Lo interesante es que, a pesar de esas dosis elevadas, los estudios epidemiológicos realizados en Guarapari no han encontrado un aumento significativo de cánceres ni de anomalías congénitas frente a otras ciudades brasileñas. Esto no significa que la radiación sea inocua, sino que la relación entre dosis y efectos es más compleja de lo que a menudo se transmite en el debate público”, comenta en X el divulgador de energía nuclear @OperadorNuclear.
“La radiactividad natural nos acompaña siempre: respiramos radón (que puede minimizarse ventilando bien los sótanos en zonas graníticas), recibimos rayos cósmicos (la dosis aumenta con la altitud, especialmente al volar en avión), e ingerimos potasio-40 y carbono-14 con los alimentos (sin que se hayan constatado daños en la salud humana por ello). En total, el 80% de la dosis anual que recibimos procede de fuentes naturales, mientras que la energía nuclear, sus residuos y los accidentes apenas suponen un 0,2%”, añade.
Lejos de ahuyentar a los visitantes, la radiactividad de la arena negra se ha convertido en un atractivo. Muchos turistas acuden a Guarapari convencidos de que enterrarse en la arena tiene propiedades terapéuticas y que alivian el dolor y revitalizan del organismo.
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