
Un colaborador de idealista entra en el barrio más degradado de Colombia, donde hace poco penetró y fue amenazado un equipo de Antena 3 TV, en el programa ‘En tierra hostil’.
¿El Bronx? ¡Claro! Uno de los barrios famosos de Nueva York. Cuna de los Yankees, de la cultura rap y del conflicto. Pero hay otro Bronx en el continente. En Bogotá, capital de Colombia, existe una reproducción del mítico barrio neoyorquino. Un lugar donde delincuentes, indigentes, mafiosos y drogodependientes conviven en medio de la ‘L’, un mercado de drogas y armas de Colombia enquistado en pleno corazón de la capital. Es la caldera del diablo.
“Me gustaría poder atenderte, pero después de lo que salió en el reportaje tengo que decirte que no puedo hablar, sobre todo por mi seguridad”, son las nerviosas palabras del padre Echeverri, conocido en España por abrir las puertas del Bronx a los periodistas de Antena3 del programa ‘En tierra hostil’.
El Bronx es literalmente el patio trasero de su casa, la parroquia del sagrado corazón de Jesús. Desde su terraza o las ventanas se tiene una vista privilegiada de la llamada ‘L’ que conforman las dos manzanas de este lugar dantesco, en el que según dicen “se pueden encontrar muertos debajo de las toneladas de basura que hay por la calle”. El peligro se percibe al instante. La respiración se contiene y el pulso se acelera cuando uno se adentra en el angosto lugar, no sin antes recibir el último sermón del padre Echeverri: “ve con mucho cuidado”.
Situado a escasas cuadras de la alcaldía, del Congreso, de la policía y hasta del batallón de la guardia presidencial, sería como si en la Gran Vía de Madrid encontráramos ‘las barranquillas’. El paisaje impacta. La suciedad y la mugre cubren cada esquina, e incluso llegan a servir de abrigo a varios indigentes con sus cuerpos marcados por los estragos de la droga. Los ‘sayayines’, como se hacen llamar soldados de las bandas – mensajeros, vigilantes o administradores de las tiendas de droga- custodian el centro neurálgico del crimen en bogotá.
¿Cómo puede situarse en pleno casco histórico de una capital semejante infierno? La ‘L’ del Bronx no es sino producto del abandono de los gobernantes locales de un lugar que en tiempo atrás intentó ser ‘recuperado’.
Conocido anteriormente como el cartucho, era una ‘república independiente’ donde cerca de 15.000 personas convivían –si así se le puede decir- con códigos que iban a contrapelo de la sociedad, donde los índices de criminalidad eran los más altos de la ciudad –una tasa de homicidios de 255 por cada 100.000 habitantes en 1997-, y donde predominaban dos clases sociales: ‘los jíbaros’, dueños de negocios ilegales de drogas, contrabando, armas y el desguace de vehículos; y ‘los explotados’, personas en degradación, esclavos del consumo de drogas y escudos humanos de las mafias que allí se asentaban.
La época dorada del Cartucho llegó a su fin en 2002. Las zonas de San Victorino y el Paseo Jiménez fueron ‘recuperadas’ gracias a la gigantesca labor iniciada por el alcalde Enrique Penalosa en 1998. Pero como la mayoría de propuestas gubernamentales colombianas, corría el riesgo de quedarse a medias. Y se quedó. El Bronx es hoy producto de esa ‘chapuza’.
Desde 2008 se comenzó a acusar la vuelta de vendedores ambulantes y delincuentes a la zona. Actualmente se concentran en el barrio de los mártires y está compuesto por unas 2.000 personas, en su mayoría indigentes, que sirven como mulas y consumidores para los jíbaros actuales. A sus puertas se encuentran los denominados ‘sayayines’, vigilantes que trabajan para las bandas, que protegen la entrada cuales cancerberos del infierno. En sus calles se situa actualmente el cuartel general del narcotráfico. La basura y la inmundicia sirven como muralla de una fortificación a la que ni la policía se atreve a entrar.
“Lo que han hecho ha sido apartar el barrio de la puerta de su casa. Ahora lo tienen unas calles más lejos y se han vuelto a despreocupar”, relata el padre Echeverri. “La policía y una base militar están aquí pegadas, pero es como si no hubiera nada”, explica una de las vecinas del barrio. El Bronx se ha convertido en el nuevo tumor de Bogotá y las autoridades locales se han dado de bruces cada vez que han intentado extirpar el problema.
En febrero de 2013, la policía metropolitana realizó una intervención en la zona con el objetivo de desarmar a las bandas criminales. Pero como el mismo comandante Guatibonza admitió hace dos meses al diario El Tiempo “la operación fue un total fracaso”. No solo provocó una diáspora de varios de los narcotraficantes hacia otros barrios y ciudades, sino que además contribuyó a la desconfianza con las autoridades. Varios de los líderes sociales sufrieron las consecuencias. Javier Molina, funcionario de integración social y anteriormente víctima de la droga en el cartucho, fue asesinado. Y John Jairo Álvarez, ex director de un comedor en el barrio, sufrió constantes amenazas de muerte y tuvo que salir.
El infierno sigue y la solución no llega. Los gobernantes miran hacia otro lado mientras discuten en el Congreso. Y a pocos metros de allí, un grupo de vecinos sobrevive en condiciones infrahumanas y los narcotraficantes manejan el mercado de la droga.
Y todo eso casi en el jardín de la casa del presidente de la República de Colombia.








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