La finca de la empresa Satemwa Tea and Coffee en las tierras altas de Malawi, al sur de África, cuenta con un ambiente de trabajo utópico e inspirado en las condiciones de trabajo promovidas por el empresario y socialista Robert Owen hace ya más de dos siglos. Owen, un fabricante textil británico, buscó mejorar la vida de sus trabajadores ante la Revolución Industrial.
En su fábrica textil a las afueras de Glasgow, que Owen compró en 1799, puso en práctica su filosofía de empleo. Pagó a sus trabajadores un salario decente. Ofreció a los empleados y a sus familias viviendas dignas, atención médica gratuita, educación infantil e incluso una guardería en el lugar de trabajo, que se cree que es la primera en el mundo.
En 2019, Satemwa apunta a que va a tener un ambiente de trabajo similar. En una hermosa finca donde árboles de té cuidadosamente ciudados se extienden sobre las majestuosas colinas del sur de Malawi, Satemwa ofrece un día de trabajo de ocho horas, algo que ya promovió Owen, una clínica prenatal, una escuela para 900 niños y 12 semanas de permiso de maternidad.
Parte de lo que ha logrado Satemwa proviene del acuerdo alcanzado con Fairtrade, una organización internacional que busca mejorar las condiciones de trabajo de los más pobres del mundo. Fairtrade, que celebra su 25 aniversario este año, ya ha certificado a Satemwa como una buena empresa en 2007. Como resultado, Satemwa puede vender su té a precios “Fairtrade”, lo que supone venderlo un 25% más caro que el mercado. El dinero extra obtenido se invierte en proyectos seleccionados por un comité de trabajadores: becas escolares o asesoramiento sobre el sida.
Pero hay un problema. Y es que nadie quiere pagar a Satemwa la 'prima Fairtrade'. El año pasado, de los 2,25 millones de kg de té que produjo, vendió exactamente cero a precios de Comercio Justo. Aunque su té fue recogido y procesado según los estándares Fairtrade, vendió la totalidad a precio de mercado.
En un primer momento, los tiempos que corren deberían ser los mejores para Fairtrade, y para un comercio más justo en general. Las encuestas muestran que los millennials están más preocupados que las generaciones anteriores por lo que sucede en los recovecos más oscuros de la producción. Quieren asegurarse de que la ropa que usan y la comida que comen no sea producida por niños o esclavos.
Emmanuel Faber, director ejecutivo de Danone señala que grandes multinacionales como la suya están en peligro de perder cuota de mercado ate las compañías más pequeñas que pueden contar una historia sobre los agricultores que producen el chocolate, la carne o el café que venden.
La conciencia del consumidor también ha afectado a la industria de la inversión. Las empresas están cada vez más presionadas para actuar de manera más responsable, especialmente cuando se trata de cuestiones ambientales o sociales. Se destinan miles de millones de dólares en fondos de pensiones y de inversión a empresas que se piensa que actúan de manera responsable, mientras ganan dinero.
A pesar de estas tendencias globales, hay poca evidencia de que las preferencias de los consumidores por prácticas comerciales más justas estén teniendo un impacto sostenido, particularmente en la vida de los más pobres. Las personas que producen cobalto en la República Democrática del Congo, sin las cuales los teléfonos móviles no funcionarían y los automóviles eléctricos no se moverían, viven en las condiciones más difíciles. Una investigación del diario Financial Times descubrió que el 47% de los trabajadores del té no tienen acceso al agua potable y muchos están mal pagados.
¿Por qué deberían prevalecer tales prácticas dos siglos después del trabajo de Owen? Mucho después del final del colonialismo, sigue vigente la relación de explotación.
Una razón es que pocos consumidores pagarán precios mucho más altos por su café, azúcar, cobalto o anillos de boda. Un segundo problema, paradójicamente, se deriva del éxito de las etiquetas de comercio justo. Ha habido una vertiginosa proliferación de sostenibilidad y etiquetas de comercio justo. The Guardian contó más de 460.
Curiosamente en Satemwa 2.600 trabajadores en temporada alta reciben un salario por debajo del mínimo internacional: 1.500 kwacha por día, es decir, 1,70 dólares al cambio (1,5 euros). Desde RRHH de la empresa se reconoce que esto difícilmente puede contarse como un salario digno.
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