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Ciudad y campo
GTRES

España tiene un grave problema de desigualdad territorial. Sentencia dura, pero cierta. Los enfoques en el análisis de la falta de cohesión territorial y social varían, como es lógico, en función de la disciplina que aborde el problema. Y este es, en sí mismo, el principal escollo para abordar acciones, políticas y estrategias que ayuden a paliar una realidad que, si bien afecta a todos los países europeos, en España adquiere tintes dramáticos por su combinación con otro grave problema, el demográfico. Las soluciones solo pueden venir de la combinación de todos los análisis y todas las disciplinas, fundamentalmente desde la geografía, el urbanismo y la ordenación del territorio, la economía, el derecho, la sociología y, como crisol en donde se fusionen los estudios y se implementen las acciones paliativas y de recuperación, la política. Cualquier enfoque que ignore u orille a los demás estará, irremediablemente, condenado al fracaso.

Como gestor urbano me veo en la obligación y en la necesidad, de nuevo, de expresar cierto enfado por la terquedad de algunos, empeñados en enfrentar campo y ciudad como base y mantra para abordar una de las derivadas más sangrantes de aquella desigualdad territorial, la despoblación rural. En España, enfocando la cuestión desde la geografía de la desigualdad, rama de la geografía que adquiere relevancia y materialidad desde la segunda mitad del siglo XX, las regiones más pobres se sitúan en una franja que va desde el sudeste al noroeste de la Península ubicándose las más ricas en el nordeste. Las únicas que se abstraen de esa categorización son algunas de las principales ciudades localizadas en su recorrido y ese parece ser el único e interesado motivo por el que la burra de la tergiversación se empeña en volver al trigo del enfrentamiento campo-ciudad, como si de esa confrontación hubiera salido, siquiera una vez, una solución que apaciguara a la burra.

En efecto, el planteamiento basado en la presentación del medio rural como diferente a lo urbano, la consideración del campo como opuesto a la ciudad, incidiendo en sus dinámicas opuestas y contradictorias, cuando no irreconciliables, solo puede calificarse de interesada en el caso de España. La población que reside en los territorios calificados como rurales, está compuesta en nuestro país por comunidades híbridas en su gran mayoría, en las que lo rural y lo urbano llegan a confundirse en algunos de los aspectos que, precisamente, más se empeñan algunos en enfrentar. Esa lucha se resume por quien busca extremar el discurso en la exigencia de dinero o proyectos de inversión con los que igualar o acercarse a las ventajas que ofrece lo urbano, ignorando aquella permeabilidad entre lo urbano y lo rural y perjudicando, así, el planteamiento de estrategias que aprovechen la complementariedad entre los dos ámbitos evitando, entonces, la cohesión territorial, tan olvidada y necesaria, que facilite, en definitiva, la cohesión social entre ambos mundos.

Existen claros ejemplos en Europa que demuestran que las políticas o estrategias más acertadas y productivas para alcanzar una adecuada redistribución espacial de los territorios se fundamentan en la atracción de capital humano y en favorecer el emprendimiento de los pobladores que habitan las áreas rurales. Claro es que se precisarán proyectos de inversión que, sobre todo, garanticen el acceso a los servicios básicos, pero nunca concebidos como inyección de recursos en forma de subvenciones y ayudas centradas en mitigar la pobre situación de la población rural frente a los ricos e injustamente favorecidos urbanitas.

Hacerlo así sería empeñarse en continuar analizando el problema como si estuviéramos inmersos en el éxodo rural de la España que fue entre 1950 y 1980. Cierto es que aquellas migraciones se explicaban por las diferencias de ingresos y oportunidades laborales entre campo y ciudad, la escasa diversificación productiva del medio rural y la brecha en el acceso a los servicios públicos básicos. Pero tales causas, coincidentes en gran medida con la situación de la España actual, no responden a un mismo origen.

Entonces hablábamos de migración, hoy de despoblación. Hoy no hay corrientes migratorias que frenar, lo que hay es que implementar estrategias que hagan atractiva la permanencia de los pobladores en los núcleos o áreas rurales, centrándose no en las diferencias y apriorísticas desigualdades campo-ciudad, sino en las oportunidades de construir proyectos vitales en el campo desde la óptica de la mejora continua de la calidad de vida de sus habitantes. Otro error, a mi juicio grave, aunque pueril, está en la construcción del debate desde los discursos que convierten a lo rural en un entorno amable y bucólico, entrañable, y a lo urbano en despiadado, oportunista y desaprensivo. Lamentablemente, en esas anda el discurso. Atiendan a algunos de los debates que se plantean últimamente en los medios, me darán la razón.

A partir de ese razonamiento se establece un interesado discurso de causalidad territorial, en el que se identifica al actor y a la víctima, se afirma que hay territorios que no cuentan, se demoniza a la ciudad como culpable directo y principal de la degradación del campo y de lo rural. Y así se cierra el círculo de una construcción subjetiva y acientífica, incapaz de ofrecer soluciones o alternativas eficaces a la despoblación rural. Cuando escucho o leo tales argumentos, además de unas enormes ganas de debatir y de contraponer realidad a ideología, por desgracia cada vez más presente en el debate, me viene inevitablemente a mi flaca memoria la sentencia de Sir Arthur Conan Doyle, incansable defensor de la ciudad: “A mi modo de ver basado en mi experiencia, los más bajos barrios de Londres no presentan un récord más terrible de pecado que el sonriente y bello campo”.

Campo y ciudad son dos ámbitos del mismo espacio y de la misma realidad en la España de nuestro siglo, no son opuestos, ni excluyentes. Los cambios producidos en aspectos tan esenciales como la economía, la tecnología, la movilidad, el entorno laboral, no pueden obviarse en la búsqueda de soluciones. Resulta tan evidente que esos cambios son más que aprovechables en la elaboración de un análisis científico, holístico y racional del problema de la despoblación, que seguir insistiendo en el antagonismo campo-ciudad se me antoja tan absurdo como considerar al burro como animal torpe y terco, en lugar de apreciar su extrema sociabilidad que le empuja incluso a buscar antes al compañero que al trigo.

En efecto, esos aspectos esenciales que menciono evidencian las posibilidades de implantar sistemas productivos en las áreas rurales en los que conceptos como la flexibilidad, la innovación, el diseño, la diferenciación, el coste, la accesibilidad virtual, sitúan al campo en clara ventaja frente a los sistemas productivos propios de la ciudad, mucho más limitados y constreñidos respecto a sus posibilidades de adaptación y a la eficiencia y rentabilidad de sus procesos productivos. Tales oportunidades, por ello y además, no puede ser la ciudad quien las cree, no es la ciudad la responsable de evitar la despoblación. Sí habrá de contribuir en la cogeneración de espacios integrados e inclusivos y en la mejora y cohesión de territorios de transición, pero las soluciones a los problemas rurales habrán de implementarse desde las zonas despobladas, siempre con el imprescindible concurso de todos los niveles y escalas territoriales, no solo de la ciudad, y de todos los agentes socioeconómicos, incluyendo administraciones públicas, sector privado y sociedad civil.

Son precisas políticas públicas que incidan en la atracción y retención del talento. Esto que tanto predico para las ciudades es, en efecto, igualmente aplicable a las áreas rurales. El talento es intangible, no espacial, inmaterial, no requiere proximidad ni costosas infraestructuras, la ubicación no determina su existencia. La creatividad no precisa de lo urbano, ni de lo rural, ni está sometida a lo espacial o al territorio. Atraer y retener a quien la atesora es, pues, una de las claves del éxito de cualquier política que busque la cohesión y la igualdad. Si algo nos enseñó la pandemia son las enormes posibilidades y la utilidad del trabajo descentralizado, del teletrabajo, para una enorme variedad de actividades y profesiones y no solo intelectuales o artísticas. Esas políticas públicas habrán de partir, entonces, de un planteamiento integral y multidisciplinar que promueva una cultura de la creatividad y del talento, del emprendimiento, partiendo de la integración funcional del medio rural con sus ciudades de referencia. Todo ello sin perder nunca de vista el fortalecimiento y recuperación del patrimonio cultural, prestigiando cada vez más la historia de los núcleos rurales, de los pueblos de España, que permita la identificación de los pobladores rurales con su entorno. La identidad, pues, al igual que en el caso de la ciudad, como fundamento para atraer y retener talento, siempre con el principal objetivo del bienestar y la calidad de vida de las personas que viven en el medio rural.

En definitiva, ruralidad y urbanidad no son diferentes. Del mismo modo que el campo se ha urbanizado, no solo en términos físicos o espaciales, sino en la concepción de sociedad y trabajo, la ciudad se ruraliza y se busca la integración del campo en la arquitectura del paisaje urbano. La ideologización de los discursos, también aquí, sin el mínimo y esencial aporte científico en su prospección y análisis, empobrece cualquier acción que se pretenda para la integración del territorio y la corrección de los desequilibrios regionales. La ciudad no sobrevivirá sin el campo y lo rural no podrá recuperarse contra lo urbano.

La cohesión territorial, la igualdad, no es posible sin considerar las dos caras de la moneda. Las tensiones no se corregirán enfrentándolas. El pollino solo quiere pastar alegremente entre sus congéneres y si quien le dirige se empeña en considerar a uno de los dos ámbitos, atacando al otro, se olvidará de su carácter sociable y afable y solo querrá el trigo, solo querrá comer y deglutir subvenciones y limosnas, hasta reventar. Dejémosle desarrollar sus capacidades y buscar con libertad su sustento. Despejemos el camino de ideología, proporcionemos a la manada herramientas para que crezca y se desarrolle en un espacio en el que se potencien sus capacidades y talentos, sin enfrentarlas a otras manadas o especies. Campo y ciudad, siglo XXI, conexión y unidad insoslayables.

Marcos Sánchez Foncueva es uno de los mayores expertos en urbanismo y suelo de España. Abogado urbanista, toda su carrera profesional ha estado ligada al urbanismo y al sector inmobiliario. Ha liderado las Juntas de Compensación de Sanchinarro, Valdebebas y Los Cerros, entre otras. Es miembro del Comité Ejecutivo y coordinador de la mesa de urbanismo en Madrid Foro Empresarial.


 

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