Mire a su alrededor, en su barrio: cada vez quedan menos pequeños negocios. Sea porque se trate de negocios familiares y nadie continúe con la empresa, porque sean locales de renta antigua o porque ya no salen las cuentas. Es difícil sobrevivir, pagar todas las facturas y sacar algo de dinero.
Y qué decir de los libreros de barrio. Hace poco anunciaba su cierre la librería de Nicolás Moya, la más antigua de Madrid. Cada vez son menos y además, este año, con el programa de préstamo de libros escolares que impulsa el Gobierno regional, todo indica que el que viene serán menos aún. El gremio de libreros dice que este decreto supondrá el cierre de la friolera de 500 pequeñas librerías en la región, porque el plan, según defienden, favorece a las grandes superficies.
¿Qué tiene que hacer hoy un pequeño librero para llegar a fin de mes? Pues al igual que muchos otros negocios modestos, reinventarse una y otra vez, en una continua espiral de inestabilidad. Jorge Moreno es dueño de la librería Compás, en Leganés. Lleva en el negocio 30 años, lo abrió en 1989: en los primeros años fue también juguetería, una época en la que apenas había grandes superficies y los vecinos acudían a su librería a comprar los juguetes para los niños. “Pero lo acabé quitando porque me salía más barato ir a comprar el juguete a una gran superficie que comprárselo a mi proveedor”, comenta. Y lo mismo le pasó con las mochilas escolares, que también acabó quitando.
Aparte de libros de texto, material escolar y prensa, también tiene servicio de fotocopias porque hay un instituto cerca y en los descansos, todos los estudiantes acuden allí a hacer sus fotocopias.
¿Cómo sobrevive si cada vez se venden menos libros y periódicos? “El punto de prensa lo mantengo porque soy un nostálgico. Antes había muchos más puntos de venta de prensa en el barrio, entre quioscos y librerías. Han ido cerrando: los que vienen a comprar prensa son sobre todo jubilados, gente de más de 60 años. Imagínate, uno de mis clientes se ha dado de baja de El País porque ya no podía leer bien. Hace 10 años, con más puntos de venta en el barrio, un domingo vendía 140 ejemplares de este periódico. Ahora, debo estar vendiendo unos 25”, explica.
Para hacer frente a la bajada de ingresos de esta y otras partidas, Moreno ha ido incorporando otras para intentar alargar el negocio hasta que se jubile: ya falta menos, tiene 57 años. “Hay que reciclarse, ahora también soy un punto oficial de la ONCE. También, un punto de recogida y de entrega de paquetes: como mucha gente hace pedidos por Amazon y no están en casa durante el día, se gestiona desde aquí. Además, ahora también vendo tabaco, me han equiparado como un quiosco. Es ir sumando mes a mes”, aclara. Y por supuesto, vende libros: aunque afirma que los que más se venden son los infantiles, los de adultos apenas se mueven.
Dice que los comercios chinos no le afectan en cuanto a la venta de material escolar: “Porque el que nosotros vendemos es de mayor calidad, al final la gente acaba viniendo aquí, cuando han probado el del chino y no les ha durado nada”.
Moreno tiene contratada a una persona a media jornada, para que le ayude en los picos de actividad del día. Abre a las 8 de la mañana, cierra a las 14 horas y vuelve a abrir a las 17 horas hasta las 20. Sábados y domingos también abre, hasta las 14 horas del mediodía. Cierra en agosto. ¿Los meses de más trabajo? Septiembre y octubre.
¿Ha pensado por ejemplo, en ofrecer talleres, al igual que hacen otras librerías? “Primero, no podría, por tema de espacio, pero además no quiero ya más líos, estoy cansado, no tengo ilusión. Lo que quiero es jubilarme”, cuenta con desánimo.
Lo que más le aporta en su negocio es la papelería, donde, afirma, los márgenes son muy grandes, casi del 100%: “Algo que compro a un euro lo vendo a dos. Además, el instituto que tengo cerca tiene la opción de Bellas Artes y ahí, los materiales, son muy caros”.
El margen de los libros es del 20%-25%, la prensa representa el 30% de sus ganancias. La entrega de paquetes le deja unos 300 euros al mes. Como él mismo dice, es ir sumando, euro a euro. Y afortunadamente, el local es suyo, no tiene que afrontar el gasto de alquiler.
Ahora tendrá que enfrentarse a la incógnita que representa el programa del que hablábamos al principio de este artículo: para el próximo curso, no serán las familias, sino los colegios, los que comprarán los libros. “El curso pasado, la comunidad autónoma daba una cantidad de dinero a los colegios para que compraran los libros a los libreros de la zona, eso estaba muy bien. Pero ese año, con el programa Accede, cualquier empresa relacionada con el libro (grandes superficies, distribuidores…) puede licitar para entregar los libros de texto en el colegio. ¿Qué sucede? Pues que el distribuidor al que yo compro dará mejor precio que yo. Por ejemplo, Edelvives ya ha creado su propia distribuidora. Además, muchas editoriales ya no trabajan con pequeños libreros, solo con distribuidores y grandes superficies”, explica.
Para poder licitar, el empresario va obteniendo puntos: por ejemplo, si alguno de sus trabajadores tiene una minusvalía. O si los libros se entregan forrados. “Los pequeños sacamos pocos puntos en comparación con los distribuidores, por ejemplo”, añade.
En teoría, el colegio debe escoger tres presupuestos, que deberían ser los tres primeros de la lista (los tres que obtienen mejor puntuación). “Yo, para poder licitar, he ofrecido, aparte del descuento, entregar los libros en una semana y una línea telefónica directa para atenderles”, cuenta.
La respuesta la tendrá en unos meses: esta licitación es por cuatro años. “Muchos libreros, ya mayores, ni se han presentado, dicen que no les compensa. Además, el texto de la convocatoria era muy enrevesado. Yo me tuve que ir a una gestoría porque no había quién lo entendiese”.
Seguro que Moreno piensa más de una vez en esa conocida frase de “Cuando nos sabíamos todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas”. Y en eso está, en buscar las próximas respuestas.
1 Comentarios:
Al ver el titular, creí que hablarían de librerías, no de bazares. Un respeto. Para este buen hombre, que intenta sobrevivir. Pero también para la profesión de librero, que no tiene nada que ver con lo que aquí se cuenta.
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