Cada madrugada del 1 de noviembre este pequeño pueblo de apenas 100 habitantes celebra un ritual que se remota a la edad media, consistente en un tétrico desfile con el que se pide a dios que de descanso eterno a las almas atormentadas y que así los no muertos dejen de aterrorizar a los vivos
El ritual comienza al atardecer. Las campanas de la iglesia tocan a muerte y desde ella parten dos grupos (solteros y casados) entonando las estrofas del ‘canto de las ánimas’ de forma alterna, mientras son alumbrados por las velas que portan las mujeres y niños, muchas de ellas dentro de calabazas con forma de calavera
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