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Cuando vas a llegar al ascensor, lo ponen en marcha. Te roban el wifi. Se limpian los zapatos en tu alfombrilla. Te devuelven el correo equivocado un mes después… Un momento. ¿No serás tú este vecino?
Vivir en un edificio con muchos vecinos es lo más parecido a ‘Aquí no hay quien viva’. Esta es una recopilación de perversiones que todos cometemos al menos alguna vez en nuestra vida en comunidad. ¿Te reconoces alguna de ellas?
- El ascensor impaciente. El vecino está a punto de entrar en el ascensor. En ese momento nota que tú estás abriendo la puerta que da acceso a la planta baja. Con un rápido movimiento, entra al ascensor, presiona el botón como un poseso y a medida que se cierran las puertas, emite un sonido de satisfacción, dejándote allí abandonado.
- El portazo. Es parecido a la versión del ascensor. Va caminando algunos metros por delante de ti en la calle. Acelera ligeramente el paso y llega a la puerta de entrada al edificio. Mete la llave sin fallar. Abre. Da un paso adelante y con la mano, empuja hacia atrás la puerta para que esta se cierre antes de tiempo y te obligue a sacar tu llave.
- La carta atrasada. A veces, el portero se equivoca y mete en el buzón de tu vecino una carta que era para ti. El vecino recoge sus cartas, ve la tuya, la aparta, la deja en una repisa, y allí se muere de asco durante un mes hasta que la baja al portero o te la mete en tu buzón. Era una multa, claro. Se ha pasado la fecha de descuento por pronto pago así que tendrás que pagar más.
- La sospechosa alfombrilla. Es un día de lluvia. Las calles están hechas un asco y cuando llegas a tu casa y miras la alfombrilla, notas que está muy sucia, como si un pelotón se hubiera limpiado las botas después de una guerra. En efecto, han sido los vecinos, sus hijos, y sus suegros. Como ellos no tienen alfombrilla.
- Las bolsas de la compra. Llegas de la compra. Ya no sabes dónde cargar más bolsas. Tu vecino pasa a tu lado y te mira. No te da ni los buenos días, y no te ayuda a subir la compra. “Te las apañas como puedas, cariño”, te dice con la mirada.
- El perro pulgoso. Es la mascota del vecino. Un perro inquieto. En realidad es un perro muy latoso que está todo el día ladrando. Y justo cuando vas a subir al ascensor, llega el vecino con su perro y te dice: “No tendrás miedo a los perros, ¿verdad?”. No claro. me encantan los animales. Y en el ascensor, el chucho te lame, te pega sus pelos… No sabe que eres alérgico al pelo.
- El bicicletero improvisado. Como es una vivienda algo antigua, no habían diseñado trasteros. Así que tu vecino, que tiene hijos pequeños, deja las bicis en el descansillo que compartís varias viviendas. Y a medida que los niños crecen, las bicicletas son más grandes. Tan monos, ellos.
- El wi-fi lento. ¿Qué raro? Desde hace unos días el wi-fi va más lento. Llamas a tu amigo informático y tras hacer una prueba te dice: en efecto, tu vecino te roba el wifi. Pero ¿quién? Desde ese mismo día, miras a todos con odio.
- Las obras interminables. Tú pensabas que la Sagrada Familia eran las obras de nunca acabar porque comenzaron en el siglo XIX. Tu vecino lo ha batido porque desde que comprasteis la vivienda, hace más de 15 años, está haciendo obras en casa. ¿Y cuándo las hace? Los fines de semana, empezando a las 8 de la mañana. Por supuesto.
- Los ruidos extraños. A veces rueda una bola de acá para allá durante las noches, a eso de las doce. Otras, parece como si la televisión del vecino se encendiera a las tres de la mañana. O esos ruidos como si alguien estuviera bailando claqué. Sin duda, te han tocado lo vecinos poltergeist.
- La basura rebosante. Cuando bajas por la noche a dejar la basura, ya no cabe nada. A veces son cajas de juguetes, otras son envoltorios de cartón de electrodomésticos. Ese vecino no sabe todavía que el cartón se tiene que llevar afuera, a los contenedores municipales de cartón. Lo mismo con las botellas, que él tira por docenas en los contenedores de la comunidad.
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