Por las mañanas, la casa está bastante tranquila: la cosa empieza animarse, sobre todo en la cocina, a la hora de la comida. Y ya hay alboroto a las 16/17 horas, cuando los chicos juegan en las áreas comunes: en la zona de la tele, la piscina de bolas… La luz entra a raudales por los amplios ventanales, hay vinilos en las paredes, la pintura es alegre, se oyen risas, griterío, conversaciones de fondo… Como cualquier casa donde haya niños. La diferencia es que este “hogar” es diferente al tuyo y al mío. Por lo pronto, para llegar aquí hemos tenido que atravesar el parking del hospital Niño Jesús, recorrer la parte trasera del edificio y llamar a una puerta metálica color antracita: unas letras blancas y un corazón rojo nos dan la bienvenida. Casa Ronald McDonald.
Muchas familias no podrían costearse la estancia de un tratamiento largo en un centro hospitalario de una gran ciudad como Madrid si no existiera este recurso, que también funciona en Barcelona, Málaga y Valencia, con casas siempre localizadas cerca de hospitales (en Madrid está dentro del complejo hospitalario). Además, cuentan con las salas familiares Ronald McDonald, espacios dentro de los hospitales cuyo objetivo es ser un refugio donde las familias de los niños/as enfermos puedan descansar sin alejarse demasiado de ellos. La primera que se abrió en España se hizo en el hospital La Paz, en 2018.
Oímos mucho la palabra “refugio” y “oasis” en nuestra conversación con Pedro Béjar, gerente de la casa en Madrid y también mientras conversamos con Rocío Balsón, directora de Comunicación de la Fundación Ronald McDonald. No es extraño: los residentes de la casa son niños enfermos, pero aquí no huele a tratamiento médico, a ese inequívoco olor de hospital que habitualmente nos pone los pelos de punta. “De hecho aquí los niños no reciben tratamientos médicos, para eso van al hospital. Son niños que están enfermos, pero tienen que jugar, por eso el diseño de la casa es como veis, colorido, alegre, aquí se olvidan del hospital”, explica Béjar. Aunque el centro donde reciban la quimio esté justo al lado, atravesando el parking.
Béjar y el resto de personal de la casa (son 4 las personas que trabajan allí, más voluntarios) está siempre a disposición de las familias: “Alrededor de 1.200 familias han pasado por aquí desde que se fundó, aunque muchas son repetidoras. Hay lista de espera para entrar, habitualmente están unas 15/17 familias con una estancia media de 15/16 días”, aclara. ¿Cuál es la enfermedad más habitual? “Un 42% de los niños son pacientes de Oncología; de Traumatología y Neurología, un 15% cada uno, luego hay un 8% de Psiquiatría, básicamente de trastornos de la alimentación”, explica.
Gemma, de 7 años, llegó al Niño Jesús desde su Extremadura natal, por un trastorno de la alimentación. Es la hija pequeña de Maite Soto y según su madre, “las castañuelas de la casa”. “Conocí la casa por la trabajadora social de Psiquiatría, llevamos aquí desde marzo pasado, no sé cuándo podremos irnos, el de Gemma es un tratamiento lento pero que funciona porque ya la veo comerse una tortilla, un plato de arroz…”, explica Soto. “¿Que qué es lo que más me gusta de la casa? Todo, estamos como en casa, la tranquilidad… aquí se te quitan muchas ansiedades”, aclara. ¿Podrías haberte permitido estar en Madrid durante todo este tiempo de no haber sido por la casa Ronald McDonald? No lo duda: “No, en absoluto”.
La cocina, que es común, como otros lugares de la casa, es donde las familias más se encuentran, comparten sus historias, se lamen las heridas y acaban haciendo terapia: “La casa para mí ha sido una lección de vida muy grande, aprendes a quitar importancia a cosas que no la tienen y a dársela a lo que sí lo tiene. Yo me siento una privilegiada porque convives con muchas enfermedades como el cáncer y son historias muy duras”.
La casa ocupa 3.000 metros cuadrados, es la más grande de España. En la primera planta está la cocina, con una nevera para cada familia; salas de estar, comedor, la sala de juegos infantiles, el área de manualidades, la biblioteca con sus ordenadores, etc. Arriba, las habitaciones, 27, que son de distintas dimensiones: “Lo normal son 4 camas, las hay más pequeñas, la familia media suelen ser 3 personas”, explica Béjar. También hay un pequeño gimnasio y un parking en el sótano con 19 plazas. Hay una ocupación media del 98%. Justo ahora están abriendo tres habitaciones nuevas: cada una de las habitaciones está apadrinada por una empresa u organización diferente. Un metacrilato indica quién ha sido el benefactor: Mapfre, Comunidad de Madrid, etc.
Al gerente de la casa también le gusta la cocina: “Allí siempre hay gente y es donde las familias están más relajadas”, comenta. La estancia es totalmente gratuita aunque la comida corre por cuenta de cada una de las familias: “No tendría mucho sentido un servicio de catering, ten en cuenta que a muchos de los niños enfermos de cáncer, también los adultos, les sabe a rayos todo lo que comen. También es responsabilidad de cada una de las familias la limpieza de la cocina y de sus habitaciones”, añade Béjar.
¿De dónde vienen los ingresos de la Casa Ronald McDonald? El terreno está cedido por la Comunidad de Madrid, en este caso, la Fundación Ronald McDonald asumió la inversión de construcción de la casa: “Es una concesión administrativa de 20/30 años, aquí la inversión fue de 3,2 millones de euros y el coste de mantenimiento anual suelen ser unos 400.000 euros”, comenta Rocío Balsón. “El 60% de lo que cuesta la casa se consigue fuera de McDonalds, a través de conciertos, cenas benéficas, donaciones de empresas, venta de merchandising… La empresa aporta el 40% restante y nuestro objetivo es que nos financiemos al 100%”, explica Béjar. Hay que decir que cada vez que te tomas un menú en McDonalds, o un helado o una bebida, un porcentaje va a las casas. “En concreto, el 0,1% de las ventas de McDonalds”, dice Balsón. En total existen 367 casas repartidas en 64 países: “En España queremos abrir otra en La Coruña”, añade la dircom.
“Siempre estaré agradecida a la casa. Una forma de devolverles lo que me han dado es hablar de ella en mi tierra, te puedo asegurar que en Los Santos de Maimona, mi pueblo de Badajoz, ya saben lo que es, de hecho organizamos hace poco un concierto benéfico para recaudar fondos para la casa”, explica Maite.
“Siempre recuerdas a algún niño más que otro, porque lo hayas visto más pero no podemos hacer mucha amistad y eso no quiere decir que no seamos empáticos, es una cuestión de tratar a todos por igual y sobre todo, por protección emocional”, explica Béjar.
Hay charlas y risas en la cocina, también lloros, que llorar libera. Huele a guiso, como en cualquier casa.
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