En 2009, cuando Qatar presentó su candidatura para albergar la Copa del Mundo de fútbol masculino, prometió un evento neutro en carbono. Ya entonces, la perspectiva de neutralizar las emisiones de dióxido de carbono generadas por acoger a cientos de miles de aficionados en estadios recién construidos, en un estado desértico, parecía descabellada. Y así se está demostrando. En su informe sobre la contabilidad de los gases de efecto invernadero, publicado el año pasado, la FIFA y los organizadores qataríes estimaron que la Copa del Mundo generaría 3,6 millones de toneladas de emisiones de CO2. La estimación de las emisiones de los grandes eventos deportivos es una práctica relativamente nueva y las metodologías pueden variar, pero esa cifra es más alta que la de cualquier otro Mundial u Olimpiada reciente.
También es probable que sea una subestimación significativa. La FIFA, que insiste en que su metodología es "la mejor en la práctica", calcula que la mayor parte de las emisiones (52%) procederá de los desplazamientos de los aficionados y los jugadores a Qatar, mientras que menos del 25% corresponderá a la construcción de los estadios. Esto se debe a que los organizadores esperan que estos estadios se utilicen durante años después de la Copa del Mundo, extendiendo su huella de carbono hacia el futuro.
Carbon Market Watch cree que ese razonamiento es descabellado. Antes del Mundial, los qataríes se las arreglaban con un solo estadio, señala. Por ello, calcula que las emisiones derivadas de la construcción de los estadios para el Mundial se han subestimado por un factor de ocho. La cifra real es de 5 millones de toneladas.
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