La arquitectura influye en prácticamente todo. La configuración de los edificios, su forma, sus materiales, su diseño, e incluso su filosofía, generan un potente impacto en las actividades humanas. Una premisa que, a tenor de lo visto en este edificio, tienen muy claro en la Oficina de Innovación Política del arquitecto español Andrés Jaque, que ha desarrollado un interesante proyecto en El Encinar de los Reyes, una urbanización situada en la zona norte de Madrid. Se trata de una bonita escuela que juega con los colores para hacer de ella un espacio alegre y divertido.
El nombre no ha sido escogido al azar, sino que se debe a que se sigue un modelo que fue pionero en la región italiana de Reggio Emilia, donde una serie de centros preescolares promueven formas de aprendizaje dirigidas por niños en lugar de dictadas por adultos.Una metodología que fue concebida en los años 40 del siglo XX, por el educador Loris Malaguzzi, estas escuelas ofrecen más posibilidades para la creatividad y la imaginación que los entornos de aprendizaje tradicionales. Una filosofía que con este centro se ha trasladado a la arquitectura.
El diseño de Reggio School se basa en la idea de que los entornos arquitectónicos pueden despertar en los niños un deseo de exploración e indagación. De esta manera, el edificio se concibe como un ecosistema complejo que hace posible que los estudiantes dirijan su propia educación a través de un proceso de experimentación colectiva autodirigida”, explican en la web del estudio dirigido por el arquitecto español.
El edificio cuenta con seis plantas con paredes de corcho, arcos de hormigón, ojos de buey y tejados en zigzag. En el interior, las aulas y otros espacios de enseñanza se intercalan con jardines interiores. Para lograr la funcionalidad marcada por la apuesta pedagógica, se han configurado los espacios de modo que el edificio se organiza como una mini ciudad vertical. Cada nivel tiene una sensación diferente y la edad de los alumnos aumenta a medida que avanzas.
Las habitaciones de la planta baja y del primer piso están diseñadas para interactuar con el paisaje, con algunas parcialmente sumergidas en la tierra. En las dos plantas intermedias, las estancias se organizan en torno a un vestíbulo de ocho metros de altura. Este espacio al aire libre funciona tanto como una plaza social como un espacio donde los niños aprenden sobre la naturaleza. Los dos niveles superiores cuentan con aulas intercaladas alrededor de un invernadero en el atrio y varios jardines interiores, que se llenan de plantas gracias a los tanques de agua y suelo recuperados ubicados debajo.
Comprometido con la sostenibilidad
La sostenibilidad desempeñó un papel clave en la configuración de la estética del diseño del edificio, pero también en mantener los costos bajos. “El diseño, la construcción y el uso de este edificio pretenden superar el paradigma de la sostenibilidad para comprometerse con la ecología como un enfoque donde el impacto ambiental, las alianzas más que humanas, la movilización material, la gobernanza colectiva y las pedagogías se cruzan a través de la arquitectura”, señalan.
Un enfoque de desperdicio mínimo llevó a que las tuberías de servicio, los conductos, los cables y las rejillas quedaran expuestos en lugar de ocultarlos. En lugar de duplicar el revestimiento exterior y el aislamiento térmico, el corcho, un material completamente natural, sirve para ambos propósitos, cubriendo el 80% del volumen del edificio.
El volumen del edificio también es muy eficiente, aunque se ha logrado sin necesidad de realizar una gran inversión. Esto ha sido posible gracias a su distribución en varios niveles y a una disposición estructural optimizada calculada por el ingeniero e investigador Iago González Quelle. “Este edificio desarrolla una estrategia de bajo presupuesto para reducir su huella ambiental basada en los siguientes principios de diseño”, concluyen.
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