Nadie diría que en este portal, en el corazón del bullicioso barrio de La Latina, en Madrid, se esconde un remanso de paz en el que huele a madera, tinta y disolvente y en el que parece que el tiempo se ha detenido. Allí tiene su sede la Familia Plómez, una asociación cultural formada por 14 enamorados de las letras y de la tipografía, que pretenden mantener vivo el oficio de impresor a través de talleres, charlas...
Como en una bipolaridad sana, los Plómez, que por la mañana diseñan con ordenador, dan clases y responden a sus teléfonos móviles como cualquier otro mortal moderno, por las tardes se refugian en este local para crear de otra manera: sin prisas, sin agobios, sin teléfonos (porque la cobertura es mala) y por supuesto, sin ordenador.
Se imprime a la antigua usanza, como lo hizo Gutenberg (del que se conmemoran este año los 550 años del aniversario de su muerte), y cuando uno ve cómo se hacía entiende que los Plómez no publiquen libros (se les iría la vida en ello, además de la vista), sino que se limiten a cartelería, tarjetones, tarjetas, invitaciones, dípticos…, además de dar talleres en los que transmiten a los demás este antiguo oficio. “Nos constituimos como asociación y no como imprenta porque de haber hecho lo segundo, nos habríamos muerto de hambre”, explica Roberto Gamonal, uno de los socios.
Es un trabajo laborioso, meticuloso y totalmente artesanal: “Disponemos de cuatro máquinas de imprimir, de distintos años, van de los años 40 a los 50/60”, dice Gamonal. Algunas han llegado de Alemania, como la Korrex Stuttgart y otras, de Suiza. “Cuando surgió la idea de montar esta asociación las buscamos por internet, en imprentas por las calles de Madrid… Nuestras letras también vienen un poco de todas partes”, explica.
Pero, ¿cómo surgió esta idea loca de recuperar un oficio en extinción, en tiempos en lo que lo digital se impone? “Coincidimos unos cuantos en un curso de diseño de tipografías y siempre, después del curso, quedábamos a tomar unas cervezas. Y así surgió la idea que, después de la tercera cerveza, nos pareció muy buena”, comenta riendo.
Así empezaron: invirtieron sus ahorros en las máquinas y en el local e incluso, lanzaron algún crowdfunding que funcionó bastante bien. “Para poder pagar las facturas, ideamos los talleres que impartimos a lo largo del año. Y además realizamos algún encargo comercial: tarjetas, invitaciones, diseños de carteles tipográficos, cuadernos de notas... Incluso tuvimos algún encargo de Mahou, el karma siempre vuelve”, explica. Su cartelería puede adquirirse en la tienda online, porque lo artesano no está reñido con el desarrollo. Los talleres tienen lugar en fin de semana, pero también enseñan en los colegios: montan los cacharros en la furgoneta y se van a enseñarlos allá donde se lo demanden.
Cuando una máquina se estropea, llega la crisis
La pequeña Pili (es el nombre de una de sus máquinas Minerva, que anteriormente perteneció una familia de impresores y era utilizada por una de las hermanas de la familia, Pilar) se estropeó en su día, y aquello fue una crisis en toda regla: “Son máquinas muy robustas, es raro que se estropeen, pero si sucede, entramos en crisis. Con Pili nos tocó buscar un tornero/fresador para que hiciera la pieza”, comenta. Pero cada vez es más difícil: los torneros fresadores no son lo que más abunda hoy en día en redes sociales ni en anuncios de empleo.
Gamonal se acerca a uno de los chibaletes, los hermosos muebles de madera cuyos cajones esconden miles y miles de letras de plomo, embriones de los futuros mensajes. Y nos cuenta cómo se monta uno: “Primero, tienes que escoger la longitud de línea, el tipo de letra y el tamaño. Una vez escogidas, las pones en el componedor y de ahí, a la galera. Luego lo atas con un cordel y haces una prueba en la máquina. En esa primera prueba ves si hay erratas y si tienes que corregir. El entintado es manual y el manejo de la máquina, también”, dice. Todo un trabajo minucioso en el que “construir” un texto más se asemeja a un puzle que a escribir: “Y la gente se fija en las tipografías pero lo que arma la forma tipográfica es el espacio, no la letra”, añade.
Imaginen la composición de un poema: letra a letra, palabra a palabra, frase a frase… Un trabajo titánico del que muchas veces se quedan prendados los viandantes que pasan por la calle y que, con curiosidad, ven las máquinas a través del cristal: “La llamamos la “mampara anti-jubilados. Muchos entran, por curiosidad, y muchos suelen ser también antiguos impresores. Y nos enseñan cosas. Uno nos enseñó la expresión “hacer la cama” que es poner el papel sobre el tímpano de la máquina para conseguir una impresión más suave”, dice.
“La imprenta es un ejército de 26 soldados de plomo con el que se puede conquistar el mundo”. Se atribuye la frase a Gutenberg. Es uno de los muchos textos que rodean la mesa de trabajo de Los Plómez, una armada de románticos para los que la imprenta tradicional sigue muy viva. Y que así sea.
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