
Si decimos acueducto a buen seguro pensarás en romanos (por algo fueron los artífices de esta construcción) y en Segovia, por ser uno de los más famosos de nuestro país y del mundo. Pero al otro lado del charco, en México, entre el poco conocido y hermoso estado de Hidalgo y el estado de México, hay otro acueducto de una dimensión apabullante (48 kilómetros), que se alza altivo y orgulloso en un paisaje agreste, entre las poblaciones de Zempoala y Otumba: el acueducto del Padre Tembleque o acueducto de Tembleque.
Esta mole inmensa, que parece casi infinita a la vista (para contextualizar y hacernos una idea, el de Segovia supera por poco los 16 km), se inició en 1553 y finalizó en 1570, únicamente 17 años de trabajos que fueron realizados básicamente por mano de obra autóctona. Su ideólogo fue español: fray Francisco de Tembleque, originario de la provincia de Toledo, quien llegó a la Nueva España en 1542. El fraile franciscano se percató más pronto que tarde de la necesidad de agua y de la importancia de la salubridad de la misma y así decidió iniciar la obra que, en un principio parecía una quimera: hacer llegar agua desde los manantiales del cerro de Tecajete (en Hidalgo) hasta Otumba, en el estado de México, era casi fantasioso a mediados del siglo XVI. Entre ambas localidades, ríos, barrancos y decenas de kilómetros de terreno agreste… y sin embargo y tras solo 17 años de trabajos por parte de las comunidades locales, ahí está el acueducto del Padre Tembleque con un arco mayor que mide casi 40 metros (el arco más alto construido desde la época romana), que es una de sus construcciones más impactantes si bien cerca del 95% del acueducto es subterráneo, con una profundidad que va desde unos centímetros hasta los 6 metros.
El complejo está constituido por una zona de captación de aguas y fuentes, una red de canales, depósitos y una serie de puentes-acueductos y es la obra de ingeniería hidráulica más importante realizada durante el imperio español en todo el continente americano. Además, los métodos utilizados en su construcción testimonian de la doble influencia de los conocimientos europeos en materia de sistemas hidráulicos y de las técnicas tradicionales mesoamericanas de uso de cimbras de adobe.

De este adobe sabe y mucho el ingeniero bilbaíno Antonio Mateo Linaza Ayerbe, afincado en México y que ejerce de Tesorero del Patronato del Acueducto Tembleque. Desde 2009 ha realizado proyectos y obras de restauración en el mismo, con todas las complejidades que supone en intervenir en una obra así: “En las restauraciones hacemos una argamasa con cal apagada en artesas hechas por nosotros. El proceso puede durar hasta seis meses para producir la pasta adecuada y poder trabajar mezclándola con arena de tezontle, normalmente roja que es ceniza volcánica, muy abundante en la zona y baba de nopal. También hecha por nosotros”, cuenta.
¿Qué dificultades añadidas encuentran? “En principio conseguir los materiales porque esas técnicas ya se han perdido. Por lo mismo, la mano de obra técnica que también se había perdido y hemos tenido que capacitar a los maestros para que puedan trabajarlo, sobre todo la técnica del bruñido”, explica el experto. El acueducto es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 2015.
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