
Dicen que el amor mueve el mundo. No tenemos duda, pero tampoco la tenemos de que el dinero es otro de los motores de la humanidad. Las sociedades se han movido a lo largo de la historia para conseguir una riqueza (llámese materias primas, llámese territorios) o por justo lo contrario, para evitar perderlas. Ese fue uno de los motores de creación de una de las obras de ingeniería civil más importantes de Francia, el Canal du Midi que cuenta con una extensión de 240 kilómetros y es el canal navegable más antiguo de Europa.

La idea, que pareció de locos en su momento, fue de Luis XIV, el conocido como Rey Sol, pero lo de querer comunicar por tierra el Atlántico con el Mediterráneo era algo soñado desde tiempo atrás. De hecho, ya se había esbozado la idea en época de Nerón, de Carlomagno, de Carlos IX, Enrique IV… Se pretendía con esta obra preservar los barcos y mercancías del peligro que suponía pasar el estrecho de Gibraltar. Además, también se quería dar salida al rico patrimonio de esta zona de Francia, la región Languedoc, que producía grandes cantidades de trigo, vino, sal, seda…
La obra pudo llevarse a cabo gracias a la unión del rey, de su poderoso ministro de Finanzas, Colbert y de Pierre-Paul Riquet, un ingeniero y empresario de Languedoc que tras la finalización de la obra se ganó el título de barón de Bonrepos. Curiosamente, unos años antes que este ingeniero se pusiese al frente del proyecto se inició uno similar por un equipo del que formaba parte el padre de Riquet, François Guillaume Riquet, pero la idea se dejó de lado porque no encontraron una solución eficiente para abastecer de agua al canal. Sin embargo, su hijo sí consiguió solventar este problema.

Una obra que duró 14 años
Pero vayamos con cómo se construyó esta magnífica obra: en 1666 se autorizó el inicio de las obras a través de un edicto real firmado por el ministro Colbert y su costo no solo fue a cargo de las arcas del Estado, sino que Riquet también puso de su bolsillo, convirtiéndose así en copropietario de la construcción. Llevó 14 años construir este canal que en un inicio se llamó el Canal Real del Languedoc, siendo rebautizado con el nombre actual tras la Revolución Francesa: más de 12.00 personas trabajaron en él con unas condiciones financieras bastante buenas para lo que era la época.
El proyecto tuvo sus complejidades técnicas, se tuvieron que construir numerosos puentes, túneles así como esclusas, que es una de las principales atracciones en la actualidad: hay un total de 64 esclusas en todo el recorrido. Por ejemplo, unas de las más impresionantes son las de Fonseranes, nueve esclusas que salvan un desnivel de más de 21 metros a lo largo de 300 metros y que suponen todo un espectáculo tanto para viandantes como para los patrones de barco que van navegando. Las puertas de las esclusas se mecanizaron en los años ochenta (las gestionan los jefes de esclusa, que son funcionarios públicos), pero antes de eso se abrían y cerraban a mano.

Pero la principal complejidad no fue técnica, sino que tuvo que ver con el agua: había que encontrarla y transportarla para poder rellenar el trazado del canal. Riquet puso en marcha un sistema de colecta de agua que se abastecía de la Montaña Negra y del lago de Saint-Ferréol: varios embalses y acequias se van llenando con el agua de los torrentes y riachuelos y se va canalizando hacia el punto más alto del canal.
El canal se abrió a la navegación en 1681 pero lamentablemente Riquet no pudo verlo en funcionamiento porque falleció un año antes. Como decíamos al principio, el principal objetivo del canal fue el transporte de mercancías: el récord de actividad mercantil se registró en el año 1856 cuando se transportaron más de 110 millones de toneladas de productos y cerca de 100.000 pasajeros. En la Edad de Oro del canal, algunos barcos incluían salones de primera clase donde se servían comidas. Como curiosidad, uno de sus viajeros fue Thomas Jefferson, quien fuera presidente de los Estados Unidos: una placa conmemorativa recuerda su paso por el canal en el pintoresco puerto de Le Somail.
Tras doscientos años de explotación, el canal empezó a sufrir la competencia del transporte en tren y más tarde, del transporte por carretera. El tráfico aumentó ligeramente con la llegada de los barcos a motor, en los años veinte, pero esta vía estaba ya herida de muerte: los últimos barcos de mercancías pasaron a finales de los ochenta. Había llegado el momento de repensarlo y darle otro tipo de utilidad…
Patrimonio de la Humanidad
El Canal fue inscrito en la lista de la Unesco en 1996. En la actualidad es un destino de turismo fluvial sin parangón: aparte de las nueve esclusas de Fonseranes, uno puede disfrutar de otros atractivos como el túnel de Malpas y sobre todo, de los pintorescos pueblos a lo largo de los distintos recorridos: no hay que perderse Capestang, Le Somail, Carcassonne… Los 240 kilómetros del canal unen Toulouse con la localidad de Sète, a orillas del mar Mediterráneo, pero a partir de Toulouse una unión con el río Garonne permite llegar hasta Burdeos y el Atlántico: el sueño original del Rey Sol.

El Canal recibe 1,5 millones de visitantes al año, la mayoría extranjeros, en concreto, un 70%, lo que explica que a lo largo de sus aguas se oiga con mucha fluidez el inglés, el español, el alemán.. y por supuesto, el francés. Para disfrutarlo (únicamente se cierra a partir de noviembre para vaciarlo y para realizar tareas de mantenimiento) basta con alquilar un barco a las numerosas compañías que lo hacen: Le Boat por ejemplo, cuenta con una de las flotas más modernas. Y un dato importante: no es necesario contar con el permiso de patrón de barco, basta un dni.
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