La geografía nacional es rica en mitos y leyendas protagonizados por todo tipo de personajes: gigantes, mujeres con cola de serpiente, condes que escupen fuego, hombres pez o lagartos malditos.
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La Serrana de la Vera
La Serrana de la Vera Wikimedia commons

Lo del hombre del saco lo hemos oído todos/as cuando éramos pequeños: si te portabas mal, venía el hombre del saco y te llevaba no se sabe muy bien dónde, pero está claro que ya no volvías a aparecer por casa. Esta historia generó no pocos traumas entre los niños: era ver un señor con un anodino saco y meternos bajo de la cama con tembleque…

Son fechas propicias para hablar de mitos y leyendas que aterrorizan a la población y en eso esta España nuestra es rica y diversa, no todo van a ser las meigas gallegas que quizás sean las más conocidas. Por toda la geografía nacional, de norte a sur y de este a oeste, abundan historias de seres mitológicos que ponen la carne de gallina. Os proponemos un recorrido virtual por la España encantada…

En Extremadura tienen a varias mujeres malvadas: está por ejemplo, La Serrana de la Vera, a la que el desamor convirtió en asesina de hombres distraídos. Isabel de Carvajal, que murió a mediados del siglo XVI, conocida como La Serrana de La Vera, es un personaje de leyenda que mezcla lo humano y lo animal en la sierra de Tormantos, en el norte de Extremadura. Vivió en Garganta La Olla y estuvo prometida con un sobrino del obispo de la cercana localidad de Plasencia, pero él la abandonó por continuar con su carrera eclesiástica. Isabel, muy afectada, abandonó a su familia y se lanzó al monte maldiciendo a los hombres: se refugió en una cueva subsistiendo a base de hierbas y animales que cazaba y también hacia víctimas entre los pastores de la sierra, como venganza hacia los hombres.  En Extremadura también tienen a una sirena, aunque no tengan costa ni mar. Nos referimos a la sirena de Villanueva de la Serena (hay quien defiende que antes fue de la Sirena), que habitaba las tranquilas aguas del río Guadiana. Se la describe como una bellísima ninfa de ojos verdes, larga cabellera castaña y piel clara que atraía a los jóvenes hacia el río donde terminaba con ellos. La figura de la sirena está incluida en el escudo de la población desde 1583.

Viajamos ahora hasta Cataluña: allí una de las leyendas más conocidas es la del Conde Arnau, un fantasma terrorífico que galopa a lomos de un corcel de fuego. Es el alma en pena más famosa de Cataluña: junto a su caballo negro cabalga por los aires y los cielos seguido de una jauría de perros espectrales y según a quien preguntes, también le acompañan un ejército de sirvientes que hacen sonar un cuerno. En el pasado nadie se atrevía a salir de noche por las comarcas ripollesas por miedo a encontrarse con el Conde y no nos extraña, porque sus descripciones no invitan a la alegría. Por cierto que hay una antigua balada del conde Arnau, una canción muy popular dentro del folklore catalán.

En Navarra tienen al Basajaún, muy famoso gracias a las novelas de Dolores Redondo. A pesar de su terrible aspecto es un gigante bonachón. Siguiendo por el Norte está el Tartalo, un ser de la mitología vasca que tiene un solo ojo en medio de la frente y que se alimenta de seres humanos. Dicen que protegen a los rebaños y que uno de sus pasatiempos favoritos es tirar piedras de un monte a otro. Son enormes, algunos comentan que van desnudos cubiertos con largas barbas y otros que llevan zamarras de piel. Viven en grandes cuevas con entradas cubiertas por maleza y rocas que solo ellos pueden mover.

En Aragón hablan de los Omes Granizo, término que designa los antiguos pobladores pirenaicos, dioses y gigantes. Hay varios: Aneto, Culibillas, Serols, Gratal… En Asturias están las xanas y el cuélebre, una serpiente monstruosa de enormes dimensiones que, dependiendo de la zona, tiene cuernos o no. También según la localidad le salen alas. Esta criatura habita en cuevas cercanas a un cauce de agua o dentro de ríos y manantiales. Se dice que bajo el suelo asturiano existe toda una red de túneles que le permiten desplazarse de un sitio a otro. Emite terroríficos silbidos aunque también pueden hablar: al igual que otros monstruos que hemos visto hasta ahora, se alimenta de seres humanos, tanto vivos como muertos. En Cantabria, por su parte, es famoso (y cuenta con estatua incluso), el hombre pez de Liérganes, del que ya hablamos en este artículo.

En Andalucía cuentan con varios seres terroríficos como la Tragantía o el Lagarto de la Malena, en Jaén. La leyenda más extendida dice que este reptil vivía en una cueva, cerca de una fuente, y se comía a quienes se acercaban a coger agua. Finalmente un preso condenado a muerte mató al lagarto a cambio de su libertad: consiguió que el animal se tragase un saco de pólvora y así acabó con él. En el barrio de la Magdalena, sobre la fuente donde se supone que vivía, hay una estatua que recuerda al lagarto y el bicho da nombre también al festival de música más famoso en la provincia, el Lagarto Rock. Además, se le menciona en dichos populares como por ejemplo, así revientes como el lagarto Jaén y cuenta hasta con un día oficial, fecha en la que se prepara la sangre de lagarto: vino tinto con clavos, canela, azúcar, anís y cáscara de limón o naranja. 

Seguimos viajando a través de las leyendas: en Valencia tienen al Tombatossals y al barbero diabólico de Manyans. El primero es un gigante bonachón que según cuenta la leyenda, fundó la ciudad de Castellón de la Plana contando con la ayuda de Cagueme, el voluntarioso; Bufanúvols, el soplador, Arrancapins el forzudo y Tragapinyols el escatológico. Respecto al barbero maldito vivía en la calle Manyans donde tenía una barbería: a todo aquel que se acercaba al establecimiento le daba matarife. De compinche tenía a una panadera cercana que hacía pasteles con la carne de los muertos, todo muy macabro. En Reino Unido hay una leyenda muy similar, no podemos afirmar cuál fue la primera de las dos.

Y no queremos terminar este artículo sin olvidarnos de las islas: en Canarias tienen a Tilicena y a Guayota, que es el diablo maligno que vivía dentro de Echeyde o, como lo conocemos en la actualidad, dentro del Teide. Desde allí lanzaba lava y cenizas por su boa, para recordar su presencia al común de los mortales.

 

 

 

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