
La noche era negra como la pez y el frío, húmedo, se metía hasta en el tuétano. El puente de hierro por el que estaban pasando y en el que se adivinaban las traviesas de las vías del tren no inspiraba confianza: era estrecho, las maderas del suelo se intuían desgastadas y abajo se oían con claridad las aguas bravas del río. Había miedo y había prisa por llegar al sótano de la casa donde podría esconderse hasta que pudieran cruzar a Portugal. Isaac, delgado hasta el extremo y con apenas fuerzas, se agarró fuerte al brazo de la mujer que le iba guiando en el camino. Ella era Lola Touza y junto a sus hermanas Amparo y Julia habían montado una red clandestina para salvar la vida a los judíos que llegaban a España en el tren desde Hendaya. Salvaron a más de 500 durante la II Guerra Mundial, de ahí que se les conozca como las Schindlers gallegas.

A menudo, pasamos por las calles y avenidas y nos resultan indiferentes las placas conmemorativas de las paredes. Las prisas hacen probablemente que ni nos fijemos en por qué hay una placa metálica honrando a tal o cual persona o determinada gesta. Eso puede pasar con muchos turistas que paseen estos días por la judería de la localidad gallega de Ribadavia, donde una modesta placa reza lo siguiente: "Ás tres irmás Touza. Lola, Amparo e Julia Touza. Loitadoras pola liberdade", Ribadavia 7-9-2008. "A las tres hermanas Touza, Lola, Amparo y Julia Touza, luchadoras por la libertad".
La historia nos llega a través del arquitecto Julio Touza, a la sazón, nieto de Lola Touza y sobrino de Amparo y de Julia, y desde que nos la esbozó supimos que merecía figurar entre los relatos de verano. Sorprende que en España, donde no sabemos vendernos especialmente bien, a menudo haya 'historiones' de esos que hacen salivar a cualquier periodista y que, sin embargo, no tienen el reconocimiento general del público que merecen porque, ¿quién no conoce al Schindler alemán gracias a Spielberg? Estas mujeres gallegas merecerían estar al mismo nivel.
Hablamos de tres hermanas de Ribadavia, en Ourense, que vivían juntas y donde gestionaban el casino del padre, situado en la casa familiar justo al lado del Ayuntamiento, y un pequeño quiosco en la estación de tren en el que vendían productos gallegos. En el quiosco, del que lamentablemente ya no queda nada ya que ha sido sustituido por una fuente, y en los sótanos de la vivienda era donde escondían a los judíos que llegaban a la estación. En la casa habían habilitado un escondite disimulado bajo un falso suelo: un espacio de unos 20 metros cuadrados excavado bajo tierra donde comían y descansaban los huidos en espera del momento propicio para cruzar la frontera con Portugal, que se hallaba a escasos 11 metros.
En su red de ayuda y solidaridad, de la que nunca hablaron estando con vida, contaron con la complicidad de los taxistas Xosé Rocha Freixido y Xavier Miguez y del barquero Ramón Estévez, y seguramente de otros tantos cuyos nombres no conocemos, pero ayudaron a salvar a muchas personas. La red de ayudas arrancaba en la frontera con Francia: en un primer tramo llegaba hasta Medina del Campo y desde allí continuaba hasta Monforte y Ribadavia. Los enlaces avisaban a las hermanas Touza de que tal viajero llegaba en el tren y entonces ellas pasaban a la acción. El nombre en clave de Lola Touza era "La Madre": la Gestapo acudió en varias ocasiones a Ribadavia preguntando por ella, pero nunca consiguieron conocer su identidad.
La generosidad de estas valientes mujeres no terminaba al facilitar el cruce de la frontera, hecho no exento de peligro porque en esta época Galicia estaba llena de alemanes que venían a buscar wolframio o tungsteno, material vital para los nazis en el terreno militar ya que proporcionaba dureza al acero. Las Touza facilitaban también dinero a los judíos para que pudiesen desenvolverse en Portugal.
La historia de las Touza se supo por una de las personas que rescataron. En Nueva York, en 1964, un anciano de origen judío de nombre Isaac Retzmann, quiso buscar a las personas que unas décadas antes le habían salvado la vida. Su búsqueda le llevó hasta Ribadavia, le ayudó a encontrar a sus salvadoras Amancio Vázquez, un exiliado gallego que acabaría contando la historia al escritor y librero Antón Patiño. Y así fue como la historia de estas bravas mujeres y su red de solidaridad salió a la luz.
El casino de las Touza cerró en los años cincuenta y las hermanas siguieron con su trabajo en la cantina de la estación. Lola Touza murió en junio de 1966, Amparo en febrero de 1981 y Julia, en junio de 1983. Están enterradas en el cementerio de Ribadavia.
En Israel, hay un árbol que lleva el nombre de las Touza y en su día, a la estación de tren de Ribadavia se la conocía como Estación Libertad, la que dieron las hermanas Touza a más de 500 personas.
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