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La ciudad de Prípiat con el sarcófago que cubre el reactor nuclear de Chernóbil en 2017.
Prípiat Jorge Franganillo

En 1986 tuvo lugar el peor accidente nuclear que ha vivido el mundo. El 26 de abril de ese año, la Central Nuclear Vladímir Ilich Lenin, más conocida como la Central de Chernóbil, tuvo lugar la explosión del reactor 4 durante una prueba de seguridad que provocó una nube tóxica, afectando a millones de personas.

La central estaba ubicada en territorio de la Unión Soviética, hoy perteneciente a Ucrania. La localidad más cercana era Prípiat, una ciudad creada en 1970 para albergar a los trabajadores de la central nuclear y a sus familias.

Una ciudad concebida como el emblema de la modernidad socialista cuyo futuro se truncó una madrugada. Hoy se la conoce como “la necrópolis moderna” y “la ciudad congelada en el tiempo”. Pero, ¿cómo era esta ciudad antes del desastre?

La ciudad todavía conserva murales en edificios y calles con motivos soviéticos.
Murales Timm Suess

La utopía urbana de la Unión Soviética

Prípiat era el ejemplo de ciudad planificada, con amplias avenidas, zonas verdes y un equilibrio entre industria, vivienda y servicios. La característica principal de la arquitectura era el principio de la construcción triangular, es decir, una combinación de edificios bajos y edificios de gran altura, un gran espacio entre edificios, así como la distribución de calles y avenidas en ángulo igual. 

Imagen de la noria desde el interior del Palacio de la Cultura de Prípiat.
Noria Kadams1970

La población creció rápidamente y, en apenas una década, Prípiat llegó a tener cerca de 50.000 habitantes, muchos de ellos jóvenes con una edad promedio de 26 años. La ciudad se convirtió en una de las más prestigiosas de la región, con una vida cultural y social desarrollada.

En muchos aspectos era una ciudad modelo; disponía de modernos edificios de apartamentos, escuelas, guarderías, hospitales, comercios y una amplia red de transportes, con estación de tren, puerto fluvial y una red de 167 autobuses que conectaba a los vecinos con el resto de la región de Kiev.

Cartel de bienvenida de Prípiat.
Cartel Jorge Franganillo

El urbanismo de Prípiat estaba adornado con esculturas al aire libre, mosaicos y murales que representaban símbolos de la cosmovisión soviética: trabajadores, científicos, atletas y motivos de energía atómica convertidos en metáforas de progreso.

Lo más llamativo, sin embargo, eran sus equipamientos culturales y deportivos diseñados para reforzar la vida comunitaria. La ciudad contaba con un cine, un palacio cultural, 4 bibliotecas, un hotel, una escuela de arte con una sala de conciertos, un complejo médico, más de 10 jardines de infancia, escuelas secundarias, cafés y tiendas. De todos ellos podemos destacar varios:

El Palacio de la Cultura Energetik es el principal equipamiento. Ofrecía un teatro, salas de reuniones, cine, biblioteca y espacios para actividades artísticas bajo un edificio brutalista con grandes pilares de hormigón en su fachada. En el mismo recinto, se reunían clubes deportivos y colectivos de danza, ajedrez o astronomía.

Palacio de Cultura Energetik en la actualidad.
Palacio de Cultura Tiia Monto

El estadio Avanhard, con capacidad para miles de espectadores, acogía competiciones y entrenamientos de fútbol, atletismo y gimnasia. Estaba construido en ladrillo y, en la actualidad, su terreno ha sido ocupado por una gran masa boscosa.

Estadio de fútbol Avanhard
Estadio Avanhard Clay Gilliland

La piscina Azur, construida en los años 70 y en funcionamiento hasta 1998, doce años después del accidente. La piscina fue utilizada hasta esta fecha por los ‘liquidadores’, es decir, las personas encargadas de minimizar la radiación.

La piscina Azur en una imagen de 1996, todavía en funcionamiento.
Piscina Azur Wikimedia commons

El parque de atracciones, cuya noria amarilla se ha convertido en símbolo mundial, estaba a punto de inaugurarse el 1 de mayo de 1986, en coincidencia con la Fiesta de los Trabajadores. El parque contaba con cuatro atracciones, además de la noria, los Coches de choque, un barco balancín y un carrusel.

Más allá de estas infraestructuras, Prípiat también se distinguía por su vida social activa. Existían clubes juveniles, asociaciones vecinales y actividades culturales regulares, todo ello enmarcado en la idea de construir una comunidad próspera en torno a la energía nuclear, considerada en aquel entonces la fuerza del futuro. El patrimonio arquitectónico y cultural de la ciudad era, en esencia, una ventana al ideal soviético de modernidad y bienestar colectivo.

La piscina Azur en 2019.
Piscina Azur Michal Bělka

Lo más llamativo es que, todavía hoy, Prípiat no ha perdido su condición de ciudad. En términos formales está considerada ‘de importancia regional’ por el hecho de que no tiene un ayuntamiento, razón por lo que la que está gobernada por el consejo regional de Kiev. 

De ciudad modelo a paisaje fantasma

Con la explosión en el reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil, las autoridades se vieron obligadas a evacuar a toda la población en apenas unas horas. Los habitantes partieron en autobuses con lo puesto, convencidos de que regresarían en unos días, pero, como saben, nunca volvieron.

Hoy, Prípiat es un espacio congelado en el tiempo, un museo involuntario del final de una era. Los edificios de apartamentos permanecen en pie, aunque devorados por la vegetación. El Palacio de la Cultura Energetik conserva sus salas vacías, la noria y las atracciones son ruinas oxidadas cubiertas de musgo.

Vista aérea de la ciudad.
Vista aérea Omar David Sandoval Sida

Los murales y mosaicos soviéticos se descascaran, pero aún dejan ver el optimismo propagandístico de una ciudad que aspiraba a ser eterna con los símbolos de la Unión Soviética, carteles bien conservados, retratos y estatuas de Lenin. Las escuelas muestran pupitres vacíos, libros dispersos y juguetes abandonados.

Prípiat es hoy un lugar de visita restringida dentro de la zona de exclusión, donde arqueólogos, científicos y turistas acceden bajo medidas de seguridad. Más allá del morbo que despierta, representa una memoria viva: el recuerdo de una ciudad que pasó de ser ejemplo de modernidad a convertirse en ruina silenciosa en apenas unas horas.

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