Artículo escrito por Roberto Molinos, CEO de Modelical y director del Programa Avanzado BuiltTech de IE School of Architecture and Design
La promoción y construcción inmobiliaria es uno de los motores de nuestra economía con una aportación de cerca del 20% en nuestro Producto Interior Bruto (PIB).
No obstante, se trata de un sector afectado por múltiples males: una falta endémica de innovación -con empresas que apenas invierten en ello y que cuando lo hacen, suele ser de cara a la galería- una pérdida constante de mano de obra cualificada, y una cadena de suministro muy atomizada, con decenas de empresas pequeñas interviniendo en promociones de tamaño medio o pequeño, asumiendo los riesgos de la falta de definición en los proyectos o de los retrasos administrativos. Con este panorama, dígale al instalador del aire acondicionado que “innove”. Tiene suficiente tiene con llegar “vivo” a final de trimestre.
A pesar de todo, la promoción y construcción inmobiliaria está consiguiendo recuperarse después de una década de lamerse las heridas durante la crisis que siguió al estallido de la burbuja del ladrillo. Estamos en plena fase de crecimiento en España. Tanto, que el sector apenas puede satisfacer la demanda de viviendas de calidad a precios competitivos que se da en los núcleos urbanos consolidados de nuestro país. Un servidor se quedaba atónito ante la cantidad de familias que hacían cola en los stands de los principales promotores para informarse y reservar su casa en el último Salón Inmobiliario de Madrid (SIMA).
Y aunque, quizá, el peso del sector dentro de nuestra economía es excesivo, uno se plantea si no deberíamos empezar a ver la construcción y las actividades inmobiliarias como una de nuestras principales industrias.
Al hablar de “industria”, me refiero a concebir la construcción inmobiliaria como un ecosistema de promotores, constructores, ingenieros, arquitectos, proveedores y administraciones con una cultura y procesos propios, con una apuesta decidida por la innovación, por la formación especializada, por modelos de relación con el consumidor y con la comunidad que vayan más allá de la caseta de obra y del plano en papel.
Ser “industria” significará también cambiar los modelos de financiación, de gestión del riesgo y los beneficios, de reutilizar el conocimiento, invertir en investigación, y formar a la cadena de suministro. Esta transformación nos permitirá posicionarnos a nivel mundial como una referencia dentro de un sector al que le faltan referencias.
Y el premio de esta transformación es suculento. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas, el mundo va a necesitar construir un nuevo alojamiento urbano para 2.500 millones de personas en los próximos 30 años. El que sea capaz de crear vivienda al ritmo necesario, sin descuidar calidades, y con uso adecuado de los recursos y precio, tiene delante una gran oportunidad. Dado que es más que probable que esos millones de viviendas van a hacer falta en economías emergentes, lejos de nuestras principales ciudades, la pregunta es: ¿Seremos capaces de exportar como industria de la construcción?
Es difícil considerar a nuestro sector como una industria si no hay industrialización, es decir, una integración vertical de los procesos que dan como resultado una casa. Es una obligación pasar de verter hormigón y colocar ladrillos a mano a ensamblar componentes en cadenas de montaje para acabar de armarlos en destino, evitando el caos y la incertidumbre de cualquier obra, o concebir el diseño como una actividad total, conectada con la obra y con el mercado, y aprovechar los sistemas de fabricación tanto 2D como 3D que cada vez son más frecuentes en otras áreas.
Pues bien, si queremos aspirar a industrializar el sector de la construcción, debemos comenzar por hacer que la información que manejan arquitectos, ingenieros y constructores se mueva de forma mucho más ágil, que abandone el papel y se conecte, se pueda analizar y permita la automatización. Necesitamos digitalizar este proceso.
Y es que el sector de la construcción es uno de los menos digitales que existen, con modelos de comunicación, marketing, venta, diseño o gestión que usan el ordenador, pero que están totalmente basados en prácticas analógicas. Es, por tanto, una gran oportunidad. A poco que las empresas cambien, asuman que deben transformar sus modos, su estructura y sus estrategias, podrán empezar a disfrutar las tecnologías que ya están impactando otras industrias como el diseño integrado en 3D o BIM, la computación móvil y en la nube, el uso masivo de la realidad virtual, la robotización, el empleo de drones, o la incipiente aplicación del machine learning.
Es mucho más sencillo construir industria sobre una base digital: el conocimiento se comparte de forma más fácil, los proyectos se analizan de manera más sencilla y eficiente, la demanda y la oferta pueden ponerse de acuerdo con mayor transparencia, los procesos de compras se agilizan y la innovación puede aplicarse en más escenarios. A partir de ahí, fenómenos como la automatización, la construcción robotizada o la prefabricación completa serán una simple cuestión de tiempo.
De esta forma, si apostamos por digitalizar el sector de la construcción estaremos poniendo los verdaderos cimientos de una industria inmobiliaria, una que sea capaz de exportar no sólo mano de obra y materiales sino soluciones completas, conocimiento y servicios para afrontar uno de los mayores retos que tenemos como especie: dar cobijo a los próximos 10.000 millones de personas.
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