La Inteligencia Artificial está transformando la forma en que concebimos, diseñamos, proyectamos y vivimos la ciudad.
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Madrid
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La Inteligencia Artificial (IA) está transformando la forma en que concebimos, diseñamos, proyectamos y vivimos la ciudad. Su emergencia e influencia suponen una nueva revolución, comparable con muy pocas revoluciones de las vividas por la humanidad desde aquella revolución neolítica que nos regaló el germen de lo que hoy vivimos. 

La llamada Cuarta Revolución Industrial o Revolución Tecnológica, de la que tanto se hablaba y de la que se continúa hablando, está ya superada. Ampliamente. Algunos siguen considerando a la IA como uno de los elementos de aquella revolución, como herramienta que amplifica sus resultados y los proyecta hacia el futuro. Sin embargo, las nuevas herramientas digitales han superado, con mucho, a aquellas de las que provienen. 

A quienes estudiamos el fenómeno urbano y su evolución en la historia nos compete el análisis del potencial y de las limitaciones del uso de la IA en el campo del urbanismo, la arquitectura, la ingeniería, el diseño, la construcción y de todas las disciplinas que estudian la evolución de la ciudad y del territorio. 

El impacto de la IA en todas ellas está transformando todo lo relacionado con nuestro entorno, no solo urbano y rural, sino espacial en su integridad, alcanzando la definición de espacial fronteras que han de delimitarse o, como poco, conocerse, para entender el verdadero alcance de esta nueva revolución. Su impacto disruptivo en todas las industrias está imponiendo de forma acelerada aquella transformación, a través del desarrollo de algoritmos que analizan ingentes cantidades de datos y generan en poco tiempo soluciones que multiplican la eficiencia de los procesos urbanos.

Gracias a ella puede planificarse el desarrollo urbano de manera más eficaz y sostenible, la optimización de los espacios se multiplica en cada ensayo, la eficiencia energética de los edificios es cada vez mayor, el procesamiento de la información y la capacidad de computación permite la categorización, descomposición, combinación de diseños y procesos, acelerando los flujos de trabajo y proponiendo soluciones mejoradas en espacios temporales reducidos. 

Tal capacidad de computación unida a la temida, por respetada e ignorada, capacidad generativa de la IA, además de mejorar la calidad de vida del ciudadano y de mejorar notablemente su percepción de la ciudad construida, convierte al entorno vivido en un permanente laboratorio en el que, aparentemente, cada solución mejora a la anterior, reduciendo los puntos débiles detectados en la implementación de los planes, de los diseños, de los proyectos. 

Los desafíos que tal capacidad de computación y desarrollo generan, no obstante, son, también, cada vez mayores. Los sistemas de gestión inteligente están llevando a la tercerización del pensamiento y de la capacidad de generar resultados sin ayuda. Cada vez más, vean a las nuevas generaciones y su dependencia cada vez mayor de sus dispositivos electrónicos, la capacidad de pensar se deja o se hace descansar en esas herramientas tecnológicas. No será quien les escribe quien demonice a la IA. Muy al contrario. En mi opinión, es la invención humana más relevante de todos los tiempos, por encima ya, incluso, del descubrimiento del fuego o de la agricultura. Como tal invención humana, siempre llevará en sus genes la esencia de la creatividad humana. Y esta conlleva elementos subjetivos, no computables, como la intuición o la emoción, que los diferentes procesos de la IA no pueden traducir, aún, en algoritmos.  

Las herramientas de 'deep learning' o de 'machine learning' utilizadas por investigadores y científicos en todo el mundo y las interrelaciones entre ellas, aumentan la capacidad computacional de la IA de forma exponencial, multiplicando por dobles dígitos su propia evolución en espacios de tiempo cada vez más reducidos. Hoy ya se aborda el problema de la alineación como uno de los más destacados que plantea la evolución de la IA. 

Se trata de que la IA establezca objetivos que estén alineados con los objetivos humanos, sin que aquella tenga la ocurrencia de establecer objetivos propios que se aparten de las metas y objetivos perseguidos por quien la ha creado. Ello nos situaría en un escenario distópico, tantas veces imaginado, recreado y temido, en el que las máquinas toman el control del mundo y someten y subyugan a la humanidad. Distópico, sí, pero posible y, sin que ello implique certeza, probable. 

Más allá de escenarios apocalípticos, que no me cuesta imaginar pero que, como es lógico, me niego aún a aceptar, lo cierto es que, tras la irrupción del tan admirado ChatGPT, ya no se discute si sucederá la Inteligencia Artificial Generativa (IAG) o autónoma, los debates se producen acerca del horizonte temporal en que ello sucederá. 

Seguro me entenderá mejor ahora el lector cuando hablo de una nueva revolución, diferente a todas las habidas hasta la fecha y, socialmente, incomparable en cuanto a la capacidad de transformación de la vida humana. Y ante ello, con independencia de los años que tardemos en alcanzar ese punto, debemos racionalizar, primero, y humanizar, después, nuestra experiencia y contacto con la IA. Máxime si consideramos que los expertos vaticinan lo que denominan “singularidad” de la IA antes de haber resuelto el problema de la alineación.

En ese proceso de racionalización hemos de contemplar el impacto energético que ya están teniendo estas herramientas tecnológicas en nuestras ciudades. Así, la energía que demandan es cada vez más difícil de proporcionar y los centros de datos tienen serias dificultades para establecerse y funcionar con cierta seguridad. El consumo de suelo de estas infraestructuras, contrariamente a lo que algunos defienden, es inversamente proporcional al servicio que proporcionan. Quizá, por otro lado, la racionalización que proclamo empuje la demanda de aquellos que entendemos que la energía nuclear es tan necesaria como las renovables y que no por defender la urgencia en mantenerla deja uno de mirar a la sostenibilidad como eje de su pensamiento, sino todo lo contrario. Esa sostenibilidad y la necesidad de progresar sin esquilmar hace que la energía nuclear sea una solución viable, segura y necesaria para el inmediato futuro de nuestras ciudades.

La gestión y compatibilización de las fuentes de energía, además, favorecen el desarrollo de uno de los nuevos propósitos del urbanismo, cuál es el desarrollo de interfaces digitales que permitan, por ejemplo, la consolidación de Madrid como metrópoli global, referente y puerta de Europa a África y América, además de su capacidad, por demostrar aún pero muy alcanzable como propósito, de liderar la red de metrópolis virtuales del planeta. La “esmartización” de la ciudad que comenzara con las digital cities a finales de los años 90 del pasado siglo y que se consolidara y universalizara con la difusión en 2009 por la corporación IBM de su publicación A vision of smarter cities. How cities can lead the way into a prosperous and sustainable future, transformó a nuestras ciudades, insertándolas en la tecnológica contemporaneidad, y convirtiéndolas en centro y protagonistas de la industria tecnológica.

Hoy el concepto de 'smart city' se traslada sin solución de continuidad al del urbanismo inteligente o urbanismo de plataformas. La gobernanza municipal se inserta de lleno en la lógica 'from de brick to the byte' -del ladrillo al byte-, imponiendo un nuevo modelo “bottom up” para la generación de ciudad, en el que la participación ciudadana se convierte en eje de las políticas públicas. Esa participación ha de entenderse, aquí, en términos de recogida de datos de la ciudadanía, a través de sus dispositivos electrónicos, y la consideración de su intervención en la conformación de las políticas públicas, tanto respecto a la planificación de la ciudad como en lo relativo a la modelización de su comportamiento.

Y todo ello nos conduce a la denominada gubernamentalidad algorítmica, entendida como proceso de extracción, tratamiento y modelización de experiencias sociales por medio de artefactos tecnológicos que favorecen la datificación, voluntaria e involuntaria, de los procesos urbanos y de la vida ciudadana, a través del reconocimiento de patrones, el ajuste de resultados y la modelización de las respuestas. 

Baste para explicarlo un ejemplo. La utilización de herramientas como Google Maps o Waze, algo más que muy extendida entre la población, con independencia de circunstancias sociales, culturales o económicas, no solo nos indica cómo llegar a una ubicación determinada, sino por dónde, en función de la rapidez, pero también de la peligrosidad o riesgo, de la mayor o menor economicidad del trayecto o, incluso, de la ruta más bella. Con ello se hace descansar en esa aplicación una decisión que se adopta en función de la recogida de datos y de su modelización, ofreciéndose desde esas plataformas lo que se considera más adecuado para el ciudadano, de manera que se modeliza y anticipa su comportamiento. Los retos y desafíos éticos que ello le plantea, sin duda, al lector, extrapólense a tantas otras aplicaciones respecto a todas y cada una de nuestras actividades y decisiones diarias.

Ello no debe conducir a la paranoia del control por manos invisibles de nuestro destino, pues siempre queda al arbitrio del ciudadano la elección sobre si actuar o no conforme recomiende el software de turno. Pero sí debe hacernos pensar y, otra vez, racionalizar y humanizar nuestra experiencia con ese urbanismo de plataformas. 

Los que nos dedicamos a analizar la evolución de la ciudad debemos contribuir a despejar, en lo posible, incertidumbres y a reforzar nuestra capacidad de anticipación, lo cual puede parecer difícil, es sin duda complejo, pero en ello debemos estar y actuar. Entretanto, sería conveniente, por no decir absolutamente insoslayable, la reforma de nuestro maltrecho sistema, dotando a nuestro urbanismo del marco teórico y de las herramientas que, sin duda, necesita para que las ciudades y el urbanismo “posinteligentes” ayuden en la mejor configuración y generación de la ciudad deseada, objetivo irrenunciable y profunda y esencialmente humano.

Marcos Sánchez Foncueva es uno de los mayores expertos en urbanismo y suelo de España. Abogado urbanista, toda su carrera profesional ha estado ligada al urbanismo y al sector inmobiliario. Ha liderado las Juntas de Compensación de Sanchinarro, Valdebebas y Los Cerros, entre otras. Es miembro del Comité Ejecutivo y coordinador de la mesa de urbanismo en Madrid Foro Empresarial.


 

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