Dicen que los pueblos de España languidecen: se quedan sin población, se pierden tradiciones y antiguos oficios y qué importante es mantenerlos, traerlos de vuelta, honrar las raíces. Todo eso seguramente estaba en mente de la corporación municipal que puso en marcha la Ruta de los Trampantojos en la localidad cacereña de Romangordo. La excusa fue pintar las puertas de las cocheras de las casas para dar algo de color a la localidad pero la iniciativa fue creciendo y creciendo hasta lo que es hoy: un imán de turismo formado por casi cien murales y que ha hecho que los visitantes pasen de unas 7.000 visitas anuales hasta las 43.000 en algunos momentos.

Romangordo es un pueblo pequeño situado no muy lejos de la central nuclear de Almaraz, en la provincia de Cáceres. A diferencia de otros muchos pueblos, no solo de Extremadura, también del resto de geografía nacional, sus casas han seguido una arquitectura similar, respetando las construcciones originales: no se ha abusado, por decirlo de otra forma, de las construcciones anárquicas que pueden verse por otros lares: aquí te pongo un ladrillo visto al lado de una casa de piedra y otra pintada de amarillo...

Pero eso no es lo único que llama la atención de esta localidad: los hermosos murales que pueden verse por doquier son sin duda, el mayor reclamo turístico. “Los trampantojos surgen a finales del 2016, pero no como tal, sino como una semana cultural y es una iniciativa municipal. Nuestra anterior alcaldesa, Rosario Cordero, junto con su corporación, deciden pintar algunas de las puertas de las cocheras para quitar la parte más fea de un paseo por el pueblo. Cada una de un color, representando escenas cotidianas del pueblo Y a partir de ahí pues se va haciendo algo más grande: vemos que la gente cuando viene a ver el municipio se interesa más por las pinturas que por los centros de interpretación. Y a partir de ahí nos venimos arriba y empezamos a hacer más”, explica Juan Antonio Salazar, dinamizador de turismo.
En los trampantojos pueden verse escenas cotidianas de la vida, no tan lejana y en algunos casos aún presente, del pueblo: el primer mural fue El Rincón del Burro, después hay mujeres haciendo bolillos, gallinas y cabras… Según fueron creciendo el número de murales se fueron incorporando oficios y otras actividades: “Como la fábrica de gaseosa que existió en su día en el pueblo”, aclara. “Se trata de implicar a los vecinos con los oficios que hacían sus antepasados su abuelo, su tío, su padre... Y en cada casa, pues bueno, si alguien era zapatero, pues se busca al nieto, al hijo… o el albardero…”, aclara.
“Los artistas que han participado en un inicio fueron Álvaro Quintana, con un grupo de amigos de Bellas Artes. Sus padres son de aquí. Él estaba estudiando Bellas Artes y fue el que inició esa actividad con esas primeras puertas de cocheras. Y luego han participado más artistas, pero sí podríamos decir que casi el 90% de las pinturas las han hecho dos: Jonathan Sojo y Jesús Brea”, detalla. De Brea, por ejemplo, pueden verse pinturas también en las calles de Plasencia y con Sojo ha realizado otro mural en otras localidades.

Casi 100 trampantojos en el pueblo
¿Cuántos trampantojos hay? 96 y de momento han parado ahí: el último en realizarse fue el que puede verse a la entrada del municipio: “Que representa el patrimonio histórico, cultural y natural del pueblo”.
Esta ruta ha conseguido no solo poner en valor las tradiciones del pueblo sino que son un imán de turismo: los visitantes han pasado de ser unos 7.000/8.000 visitantes anuales en 2017 hasta los 43.000. “Supone un cambio muy grande incluso para los pequeños negocios del pueblo. La tienda, el bar, el restaurante… hace que puedan subsistir durante más tiempo al año”.

Pero la ruta no es el único atractivo turístico de esta localidad que tiene cerca una antigua fortificación musulmana, Madinat-Albalat, declarada BIC en 2014. También cuentan con la casa del Tío Cáscoles, una antigua vivienda particular reconvertida en museo de arquitectura popular y la Casa de los Aromas, donde se desarrolla este reportaje: “La casa de los aromas es oficina de turismo, centro de educación ambiental y de interpretación de aromáticas y medicinales. A mediados de 1700, Romangordo era un sitio donde venían farmacéuticos a recoger plantas medicinales no porque hubiera más que en ningún otro sitio, sino porque la diversidad geográfica hace que haya una biodiversidad interesante”, comenta Salazar.

Allí los escolares pueden aprender a destilar aceites esenciales y a elaborar jabones siempre con plantas y aromas de la tierra, porque en Romangordo no dan puntada sin hilo y todo se hace pensando en poner en valor el territorio.

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