Flores, plantas tropicales, árboles centenarios, árboles enanos, arquitectura y siglos de historia e investigación: ¡bienvenidos al Jardín Botánico!
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Importante centro de investigación botánica, oasis verde en el centro de la capital, Patrimonio Mundial de la Unesco… Cada visitante puede elegir cuál es su faceta preferida del Real Jardín Botánico-CSIC de Madrid. Y su época del año favorita: la explosión de colores de la primavera, con los tulipanes como reyes cromáticos indiscutibles; la enorme variedad de dalias que florecen en verano; los tonos ocres de las copas de los árboles, que señalan la llegada del otoño; o los verdes intensos de las palmeras tropicales, que no se apagan con el frío del invierno. 

El Real Jardín Botánico-CSIC se encuentra enclavado en uno de los ejes urbanos más emblemáticos de la ciudad, que es recorrido por millones de turistas todos los años: el Paseo del Prado. Forma parte del llamado Paisaje de la Luz, un conjunto urbano que engloba museos, monumentos, edificios históricos, árboles singulares y parques ornamentales, y que fue declarado Patrimonio Mundial por la Unesco en 2021.

Su historia se remonta al siglo XVIII, cuando el rey Fernando VI decidió crear un jardín para estudios botánicos. Se instaló en una zona llamada Huerta de Migas Calientes, en las inmediaciones de lo que hoy se denomina Puerta de Hierro, a orillas del río Manzanares. Su primer director fue José Quer, botánico y cirujano.

Pero fue a partir de 1774 cuando el monarca Carlos III dio instrucciones para su traslado al actual emplazamiento en el paseo del Prado. Los encargados de diseñar el Jardín y sus correspondientes edificios fueron el arquitecto del Rey, Francesco Sabatini (autor, entre otras obras, de la remodelación del Palacio Real o de la cercana Puerta de Alcalá) y Juan de Villanueva, que estampó su firma en otros proyectos coetáneos como el Museo del Prado o el Observatorio Astronómico.

Ricarda Riina paseando entre flores de ajos
Ricarda Riina paseando entre flores de ajos Cuántico Visual

“El jardín ha tenido una historia muy diversa, muy convulsa, con muchos altibajos, pero al final el diseño que ha perdurado es la actual estructura en cuatro terrazas”, explica Ricarda Riina, vicedirectora de Jardín y Cultura Científica del Real Jardín Botánico, que pertenece al  Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 

El propio diseño en terrazas es una de las características del jardín. Las tres terrazas originales son la Terraza de los Cuadros, en la que las plantas estaban ordenadas por familias, géneros y especies; la Terraza de las Escuelas Botánicas, donde los estudiantes aprendían botánica empíricamente, y la Terraza del Plano de la Flor, en la que se cultivaban las especies más decorativas o exóticas. En el siglo XIX se añadió una cuarta terraza en la parte más alta, que hoy es un jardín paisajista de estilo inglés.

“Los elementos arquitectónicos más relevantes e importantes del jardín son el Pabellón Villanueva y la Puerta de Murillo, que es la puerta de acceso al público”, explica Riina. “Ambas obras son de Juan de Villanueva. Y otro elemento de gran valor arquitectónico es la Puerta Real, diseñada por Sabatini”. 

Cúpula de la Estufa de Graells, donde se alojan las plantas tropicales
Cúpula de la Estufa de Graells, donde se alojan las plantas tropicales Cuántico Visual

En el siglo XIX se construyó la estufa de Graells o de la Palmas, un invernadero bautizado con el nombre del director del jardín que la impulsó: Mariano de la Paz Graells. Cuenta con una estructura metálica vista y grandes superficies acristaladas, un ejemplo temprano de arquitectura del hierro en España.

Expediciones botánicas

“El Jardín Botánico es una institución dedicada en primer lugar a la investigación, pero también es un jardín histórico que se fundó ya hace 270 años”, desgrana la vicedirectora del jardín.

El centro se creó para la enseñanza de la botánica y pronto pasó a abastecer a la Real Botica de plantas medicinales. Pero su papel más importante tuvo lugar durante las  grandes expediciones científicas que se realizaron en el siglo XVIII, en las que la Corona española tuvo un papel muy destacado financiando muchas de estos grandes emprendimientos a varios puntos del planeta, especialmente en América Latina, Asia y Oceanía.

Entrada al Pabellón de Villanueva, el edificio más importante del Jardín
Entrada al Pabellón de Villanueva, el edificio más importante del Jardín Cuántico Visual

“Gracias a esas expediciones”, cuenta Riina, “se empieza a conocer toda la riqueza de la biodiversidad de otros puntos del planeta, que era totalmente desconocida para el mundo europeo. Ahí se abre todo un universo de plantas útiles: especias, plantas medicinales, nuevas plantas comestibles… Esas expediciones pioneras traían semillas y, en lo posible, plantas vivas, que luego se trataban de aclimatar aquí en el Jardín Botánico”.

Más allá de la recolección de especímenes, las expediciones científicas abrieron la puerta a un valiosísimo intercambio de conocimientos entre los botánicos europeos y las comunidades locales. En diversas travesías por zonas como la sierra peruana o las selvas de la Nueva Granada (como se conocía a Colombia), los científicos se maravillaron con el profundo saber ancestral sobre plantas medicinales. Relatos de campo cuentan la experiencia de un naturalista que, impresionado por la eficacia de ciertos remedios, pasó días junto a sabios indígenas que le enseñaron el uso ritual y terapéutico de hierbas y cortezas. 

Hierbas que, probablemente, tras varias semanas atravesando océanos y continentes, llegaron al Jardín Botánico junto a otras muchas flores, plantas y semillas, donde fueron clasificadas y estudiadas. Y cuyos descendientes, quizás, todavía pueden ser admirados en este pequeño paraíso en miniatura en el centro de Madrid.

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