
Belfast, capital de Irlanda del Norte, territorio del Reino Unido, no te vendrá a la mente como la ciudad en cuyos astilleros se construyó el Titanic, sino más bien como una localidad de las refriegas entre católicos y protestantes en los años 70, 80 y 90.
Hubo un tiempo en que perteneció a las denominadas tres B, Belfast, Bagdad y Beirut, ciudades que, por una u otra razón, convenía evitar a toda costa. En la época de The Troubles eran habituales las factorías en ruinas, los pubs quemados, tiendas con rejas a prueba de bombas, comisarías blindadas, coches destrozados, ventanas rotas… En 1998 se acabaría firmando entre los partidos norirlandeses, todos excepto el Democrático Unionista, el denominado Acuerdo del Viernes Santo que puso fin a años de violencia.
Ese pasado virulento está bien presente en la arquitectura de Belfast, cuyo territorio sigue sembrado de los eufemísticamente denominados Muros de Paz, que se construyeron para proteger a una población de la otra. Para proteger y para dividir aún más: vecinos separados por paredes cuya altura dejan muy mermada la del muro más famoso de la historia, el de Berlín.
La asociación Interface Project había censado hace unos años casi 100 barreras de seguridad o “arquitecturas defensivas” en diferentes zonas de la ciudad: la más antigua data de los años 20. Los murales tuvieron varias fases: los hay que cuentan la historia industrial, otros más alegóricos, sobre el protestantismo y el catolicismo… Los más beligerantes han sido reinterpretados en los últimos años por mensajes más pacifistas aunque todavía pueden verse algunos que ponen los pelos de punta.
El caso es que quien pasea hoy por Belfast puede ver muchos de esos muros separatistas convertidos en reclamo de turistas, pero quizás no sea tan conocida la historia de la pared separatista del cementerio municipal de Milltown, básicamente porque dicho muro no puede verse a simple vista… ¡se encuentra bajo tierra! La historia está recogida en el libro de Peter Ross Una tumba con vistas (Capitan Swing), que nos descubre las anécdotas de diferentes necrópolis.
El cementerio de Milltown abrió sus puertas en 1869 y la mayoría de personas sepultadas allí son católicos irlandeses (basta echar un ojo en Google para que las primeras referencias a este lugar tengan que ver con una tragedia, la conocida como masacre de Milltown, que aconteció en 1988 durante el funeral de tres miembros del IRA). Pero volviendo a la necrópolis, la pared separatista bajo el suelo se encuentra en lo que parece ser una simple senda cubierta de hierba y que desciende hacia Falls Road.
El muro está a unos 3 metros de profundidad y tiene su origen en los años en los que se levantó el cementerio: “En 1869 el obispo Patrick Dorrian había negociado con el Ayuntamiento de Belfast que a la población católica de la ciudad se le asignara una sección de 6 hectáreas. No bendeciría el lugar a menos que tuviera pleno control sobre quién iba a ser enterrado allí”, explica el autor en su obra. No podrían ocupar ese espacio menores sin bautizar, suicidas o quienes hubieran comprado la sepultura siendo católicos pero se hubieran convertido después al protestantismo. “El muro serviría para mantener la pureza de la zona católica”. Imagínense el odio entre una y otra población: no solo se manifestaba en vida sino también, tras fallecer.
El muro fue construido, pero al final no cumplió su objetivo de evitar que las almas católicas fuesen contaminadas por otras impuras, ya que el obispo no consiguió llegar a un acuerdo con el Ayuntamiento sobre quién tenía derecho a ser enterrado en esas tierras. Dorrian, que se nos antoja un hombre cabezota, acabó comprando un terreno destinado únicamente a su rebaño. Desconocemos dónde fue enterrado cuando murió.
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