
La promotora está explorando la fórmula para sacar adelante el proyecto de la antigua fábrica Clesa, vendiéndolo llave en mano o conformando una joint venture con un socio inversor, según informa Cinco Días. Según fuentes del mercado el complejo puede alcanzar los 300 millones de euros de valoración. Cabe destacar que el activo recibirá la licencia de obra este año.
Durante los últimos años Metrovacesa ha avanzado en los permisos para adaptar urbanísticamente la vieja central lechera a nuevos usos. La promotora prevé levantar en esa ubicación un desarrollo de 88.700 m2 de uso mixto. En la mesa de la promotora se encuentran varias opciones: vender todo el ámbito como un proyecto en mano a un inversor o traspasar el inmueble como llave en mano pero en varios procesos por tipo de activos: oficinas, hotelero, coliving...
“En nuestro negocio terciario, nuestra estrategia es siempre buscar la mejor salida para cada activo, ya sea mediante venta del suelo, llave en mano o joint-ventures, lo que sea la mejor solución en cada caso”, explican desde Metrovacesa.
La historia de la fábrica Clesa
Rozando la década de los 60 del siglo pasado, los vecinos de la zona norte de Madrid vieron cómo se construía una enorme fábrica de hormigón en la avenida Cardenal Herrera Oria. Clesa, Compañía Central Lechera Española, había ubicado su centro de producción cerca del pueblo de Fuencarral, a los pies de la conocida por entonces como carretera de la playa.
En 1962 la fábrica arranca su producción. En los 10.000 m2 de sus instalaciones, los operarios empezaron a rellenar botellas de cristal con leche pasteurizada que vendían a poco más de tres céntimos de euro el litro. Luego se sumó la elaboración de otros productos lácteos. Tan constante era el ir y venir de camiones cargados de leche por Herrera Oria que los vecinos de Fuencarral decidieron cambiarle el nombre. De la carretera de la playa pasó a llamarse la Vía Láctea.
Y la fábrica no solo cambió el nombre de la carretera que atravesaba el norte de Madrid, sino que modificó la fisonomía de una ciudad que no estaba acostumbrada a este tipo de edificios. Alejandro de la Sota aún no tenía ni 50 años cuando dibujó un edificio modular que supuso una revolución arquitectónica.
Ya por entonces el arquitecto pontevedrés había realizado una de sus obras cumbres, el Gobierno Civil de Tarragona, y en paralelo a la fábrica láctea dibujó las líneas del gimnasio del Colegio Maravillas.
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