
'Cohousing' y 'coliving'. Dos palabras que poco a poco van colándose en nuestras conversaciones, pero ¿sabemos realmente de qué estamos hablando? La mejor forma de despejar dudas es conociendo la experiencia de quienes han optado por estas fórmulas de vivienda en convivencia. Nos lo cuenta una pareja con dos hijos, un grupo de jubilados y una joven profesional estadounidense.
¿El cohousing ofrece ventajas para la crianza de los hijos? ¿Es una buena alternativa a la residencia durante la vejez? ¿El coliving ofrece ventajas a un joven frente a la opción de compartir piso? Responden las voces más autorizadas, quienes llevan años probando.
“Las ventajas fundamentales son que vives en un edificio no en una casa, y en compañía, no en soledad”, explica Iñaki Alonso, que desde otoño de 2020 vive con su familia en el cohousing de Las Carolinas en Madrid: “Y si el inmueble está diseñado desde el punto de vista medioambiental, vives además en un edificio resiliente ante el cambio climático”.
“La residencia es un sitio al que te llevan cuando ya no puedes estar más en casa, a Trabensol venimos cuando no lo necesitamos”, explica José Pedró García, que vive junto a su mujer Carmen, también de 71 años, en este cohousing senior de referencia en España ubicado en la Comunidad de Madrid: “Esto no es una residencia, es una forma de vivir. Una casa grande formada por 54 pequeñas en donde compartimos muchos espacios y nos cuidamos entre todos”.
“Este piso es muchísimo mejor que cualquiera de los que encontraba con mi presupuesto en Barcelona cuando buscaba un alquiler”. Madeline Kriara resume así su experiencia viviendo en un piso de cuatro dormitorios de la empresa Enso Co-living junto a otras tres personas a 15 minutos de Plaza de Cataluña.
Qué es un ‘cohousing’, ‘coliving’ y covivienda
Antes de entrar en materia conviene aclarar conceptos. Iñaki Alonso, arquitecto, consultor y promotor de proyectos de convivencia ecológica a través de Distrito Natural, explica las diferencias, sobre todo, basadas en la tenencia de la propiedad del inmueble: “En todos los casos, se busca una relación entre lo privado y lo común, con la idea genérica de compartir servicios”.
Así podemos distinguir entre tres modelos:
- Cohousing. Aquel edificio que ofrece un espacio privado en cada vivienda, que se complementa con otros comunes como patios, terrazas, salones multiusos, lavandería , taller, etc. Se trata de promociones en modelo cooperativo (“autopromoción”) concebidas como vivienda estable, si bien, la propiedad siempre es de la cooperativa.
- Coliving. Normalmente impulsado por fondos de inversión u otras fórmulas promotoras, ofrece una vivienda en alquiler, por lo general de reducidas dimensiones, que completa con un amplio rango de espacios comunes y servicios. Se dirige a un público más joven, sobre todo profesionales en transición a una solución de vivienda más estable.
- Covivienda. El tercer concepto está liderado por empresas promotoras que ofrecen este nuevo modelo de vivienda con espacios privados y compartidos como una solución estable de vivienda en propiedad.
Por su novedad, resulta complejo cifrar la oferta actual. Desde Urbancampus, una de las promotoras más activas en coliving, se habla de 23.150 plazas en Europa, de las que poco más de un millar se ubicarían en España según su Coliving report 2022.
“La demanda está preparada para este tipo de productos, y se espera que el coliving crezca en los próximos años un 400% en España”, apunta Alonso para justificar el buen momento de la fórmula.
Curiosamente, la amenaza sobre su prometedor futuro puede llegar del propio sector, en la medida en que un mal uso del concepto pudiera deteriorar un producto con innegable tirón comercial. “Es muy importante ofrecer unos estándares de calidad altos y es una pena que algunos competidores no estén actuando de la misma manera, manchando el nombre del coliving”, advierte Michael Erd, CEO de Enso Co-living. Esta empresa con una singular propuesta de pisos compartidos dirigida a jóvenes profesionales, espera acabar el año con 800 habitaciones.
‘Cohousing’: las familias se organizan
Desde otoño de 2020, el arquitecto Iñaki Alonso vive con su familia en Las Carolinas, una emblemática promoción cohousing en el madrileño barrio de Usera. Su hija de 12 y su hijo de 6 conviven con otros 18 de entre 3 y 14 años entre patios y terrazas comunales o reunidos en el espacio reservado a los más pequeños del inmueble.
“Ha respondido a las expectativas con creces”, afirma Alonso: “Se dice que un proyecto de cohousing tiene dos años de luna de miel, y ahora que superamos el plazo, vemos como ha cubierto todas las expectativas relacionadas con la convivencia, con los cuidados y el apoyo mutuo. Es muy diferente a vivir desde la individualidad”.

Además de los citados patio, terraza y zonas infantiles, el edificio ofrece otros espacios como la solicitada sala multiuso que es utilizada para las fiestas, conferencias, proyecciones e incluso como espacio de coworking. Lavandería, taller de carpintería con maquinaria y herramientas o el grupo de consumo para compras comunitarias, son otros de los servicios añadidos del inmueble: “Ahora no vivo en una casa, vivo en un edificio”, resume Alonso.
Esta promoción de la cooperativa Entrepatios, requirió de una larga gestión de 15 años hasta la construcción de este edificio de 17 viviendas de 60 a 90 m2, que los cooperativistas iniciales pudieron personalizar. Un proyecto además muy exigente desde el punto de vista medioambiental con producción de energía propia y muy baja demanda energética.
La comunidad funciona de modo asambleario. “Es el tiempo que tienes que dedicar para construir lo común, y no lo vivimos como una carga”. Alonso entiende que la asamblea puede ser para muchos sinónimo de espacio de conflicto, “pero eso ocurre cuando se defiende lo propio, lo individual. El cambio de paradigma es convertirlo en un lugar divertido y positivo donde, por ejemplo, los vecinos decidimos cómo va a ser la fiesta de este año”.
Por supuesto, sus estatutos prevén la marcha de algún vecino. En ese caso, se hace entrega de la cantidad inicial que desembolsó más el IPC, y se selecciona a los nuevos vecinos entre la lista de espera: “Esa persona tiene un periodo de prueba para ver si se encuentra a gusto en la comunidad y, también, para ver si la comunidad establece una buena relación con él”.
En el caso de que surjan problemas de convivencia, la comunidad confía en la buena voluntad de todas las partes para resolverlo: “Partimos de la idea de que quienes deciden formar parte de un proyecto así tienen una actitud positiva para solucionar este tipo de problemas”. En cualquier caso, se dispone de una comisión de resolución de conflictos con facultad para sacar la tarjeta roja en último extremo.
Pero sobre todo se prevén soluciones comunitarias, por ejemplo, frente a problemas económicos particulares. “En el contexto de crisis continuada en que vivimos, es muy importante no estar solo”, cree Alonso: “Cualquiera puede tener un problema, pero aquí tienes una comunidad que te puede ayudar durante unos meses o un año, mientras tú demuestres voluntad de solucionar el problema. Eso es lo que llamamos resiliencia”. Con esta filosofía, se dispone de un fondo de asistencia para hacer frente a una coyuntura de impagos pasajera.

‘Cohousing’ para envejecer en solidaridad
Desde su inauguración en 2013, el Centro Social de Convivencia para Mayores Trabensol es también un referente en proyectos de cohousing, en este caso senior. Ubicado en la localidad madrileña de Torremocha del Jarama, cuenta con 54 viviendas de 50 m2 con capacidad para una o dos personas, que actualmente ocupan 80 personas con un rango de edad entre 63 y los 90 años.
La enfermera Charo Herrero forma parte del proyecto junto a su marido desde su gestación por un grupo de vecinos de los barrios de Vallecas y Moratalaz de Madrid: “Comentábamos en muchas ocasiones que nos gustaría pasar nuestra vejez entre amigos y, en caso de necesitarlo, poder ser atendido por ellos y el personal especializado que nosotros mmismos eligiéramos”.
Desde hace diez años sus días y los de sus compañeros transcurren en un jardín de 12.000 m2 con huerta, y entre actividades como marcha nórdica o chi kung. En los 6.000 m2 construidos, muchos de ellos con espacios comunitarios concentrados en uno de los edificios, hay aulas de costura, arte y manualidades o biblioteca. Además cuentan con servicios comunitarios como peluquería o cuidados estéticos, lavandería doméstica e industrial, limpieza semanal de apartamentos o comedor.
Lo explica Juan Imedio, con 65 años uno de los benjamines de Trabensol: “Los que convivimos tenemos total libertad de movimiento, sin horarios ni restricciones. Desayunamos y cenamos en nuestros apartamentos y, a la hora de la comida, es conveniente ir al comedor, porque así nos vemos y nos controlamos unos a otros para saber que estamos bien de salud”.
Como es obvio, el cuidado de la salud al mayor es una de las prioridades de Trabensol pero, también de sus peculiaridades. “De los 80 que somos, tenemos siete dependientes de diferentes grado”, explica Charo Herrero: “Todos reciben atención geriátrica y de asistencia en el domicilio, y como nosotros no podemos contratar directamente a sanitarios por ser una cooperativa de vivienda, lo hacemos a través de una empresa a cuyo pago todos contribuimos con una parte de la cuota mensual”.
José Pedro García, otro de los compañeros de Trabensol que participa en la conversación, explica que “valorando datos como la esperanza de vida y el porcentaje de dependientes, se hizo un cálculo de sostenibilidad de los servicios de cuidados. Con el actual planteamiento, se podría atender a 12 compañeros, aunque hasta ahora nunca se ha llegado a esa situación. Nosotros tenemos la impresión de que en Trabensol se vive más tiempo y mejor, la edad media es de 82 años y hay una silla de ruedas y dos compañeros que van con un andador”.
En su opinión, todo son ventajas, incluida la dedicación y esfuerzo personal que la autogestión implican: “Los movimientos cooperativos requieren de la participación, por lo que llegan más tarde pero mucho más lejos. Entiendo que hay otras fórmulas, pero yo he venido aquí a participar, no a que me lo den hecho. Quiero ser protagonista de mi presente y de mi futuro”.
‘Cohousing’ para jóvenes profesionales
“Cumplo con todos los gastos de la vivienda en un único pago, incluida la limpieza, y además no tengo que asumir la firma de un contrato por cinco años, lo que me da mucha más libertad”. Madeline Kriara resume así su experiencia viviendo en el piso de cuatro dormitorios de la empresa Enso Co-living que comparte en el centro de Barcelona.
Esta estadounidense de 35 años, residente en Barcelona desde 2010, calcula que desde que se independizó en su Portland natal ha vivido en más de 30 pisos compartidos, y en el actual encuentra “la tranquilidad y flexibilidad” que en su actual etapa vital necesita.
Kriara, que se define como una persona reservada, confiesa que no era su primera opción, pero “una vez que he probado, me ha sorprendido. Me gusta mucho mi espacio y las habitaciones que compartimos, y además he hecho muy buenos amigos y amigas”. Algo que agradece a la empresa, “tienen muy buen filtro a la hora de hacer la selección de las personas”.

Michael Erd, CEO de Enso Co-living, resume en cinco las ventajas de su propuesta: “Ofrecemos flexibilidad de entrada y salida; un marco de convivencia con unas normas establecidas; y muchos servicios incluidos, lo que aporta un gran confort. Además, la calidad de la vivienda es muy alta, tanto en la decoración como el mobiliario y los utensilios, y en un tipo de inmuebles difícilmente accesible para el mercado de alquiler de habitaciones ya que, al ser una empresa, los propietarios confían en nuestra capacidad gestora”.
¿Es el coliving una alternativa cara?
Por su coliving, Kriara paga al mes 890 euros, una cantidad que considera razonable: “En el centro de Barcelona apenas podría alquilar un pequeño estudio, y aquí estoy más cómoda y tengo incluidos muchos gastos”, justifica.
En Trabensol la mensualidad es de 1.500 euros en los apartamentos ocupados por dos personas, y de 1.250 si es de uso individual, “de esta cantidad, 106 euros se destina a dependencia, ya que este servicio lo tenemos cooperativizado”. José Pedro García también recuerda que este pago cubre casi todas sus necesidades: “Tenemos absolutamente todo incluido, calefacción, electricidad, teléfono, internet, la empresa de cocina y de cuidados, y los veinte puestos de trabajo”.
A la mensualidad hay que añadir la aportación inicial de 150.000 euros. Esta cantidad se recupera al abandonar el complejo, siempre descontando las obras de rehabilitación del apartamento para el siguiente cooperativista.
En esta valoración sobre la conveniencia económica de estas nuevas fórmulas de vivienda colaborativa, Iñaki Alonso suma a su profesión de arquitecto, la experiencia como promotor en las tres fórmulas a través de Distrito Natural: “Salimos con precios de mercado”, resume.
“Pero en mi opinión, esa cantidad similar aporta mucho más valor”, justifica: “Cuando participamos en un proyecto de convivencia en propiedad privada, estudiamos el mercado, buscamos el suelo idóneo, analizamos cuánto cuesta y en cuánto se está vendiendo la vivienda nueva. Pero también es cierto que sacamos al mercado un producto que tiene el valor añadido de los espacios comunes, del asesoramiento para construir esa comunidad generando lazos entre ellos, y del coaching para crear dinámicas en resolución de conflictos. Además del inmueble, se construye una comunidad proactiva que va a vivir en una vivienda que funcione bien en el contexto de contaminación que tenemos en las zonas urbanas, que cuide de la salud de las personas y ofrezca resiliencia al cambio climático”.
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