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Conocido en el siglo XIX por su talento como mago y considerado como el mayor ilusionista de la época, Jean Eugène Robert-Houdin (1805-1871) fue también el creador de una suerte de primitiva casa inteligente. Aunque para aquellos que la visitaban y trabajaban en ella parecía funcionar por arte de brujería, la morada de este inventor francés tenía poco de magia y mucho de ciencia e ingenio.

De hecho, este padre de la magia moderna aplicaría en ella todos sus conocimientos de electricidad y mecánica, que no eran pocos, ya que, entre otras cosas, fue uno de los primeros en crear  reguladores de tensión, interruptores de corriente, e incluso relojes mecánicos  —obteniendo distintas patentes para todos ellos—. También diseñó alarmas eléctricas y dispositivos de aviso que servían para alertar cuando un barco sufría una rotura, una casa era víctima de un incendio o un invernadero soportaba una fluctuación de temperatura.

Con todos estos conocimientos y guiado por su ingenio, Robert-Houdin transformó su casa situada en el valle del Loira en una auténtica precursora de las viviendas inteligentes. Un sistema centralizado de relojes-alarma para despertar a los sirvientes, un mecanismo automatizado de alimentación para los caballos y un complejo entramado de timbres hacían que su morada fuera un lugar adelantado a su época. De hecho, habló de su singular casa en un texto en el que presumió de su aplicación de la ciencia en el hogar.

Conocida como Le Prieuré El Monasterio—, el ilusionista volcó en ella todas sus energías tras su retirada del negocio del espectáculo. La ‘magia’ comenzaba en la entrada, situada a unos 400 metros de la puerta principal y fuera de la vista de la casa. Cuando el cartero repartía el correo, una campanilla se activaba en la vivienda para avisar de su llegada y, de la misma forma, otra sonaba en la verja de entrada para informar de que había misivas que el cartero debía recoger. 

La casa inteligente que funcionaba como por arte de magia en el siglo XIX
autorizado

Además, Robert-Houdin ideó un complejo sistema de timbres que daban la bienvenida a los visitantes y, al mismo tiempo, aprendían algo sobre ellos. Para acceder a la vivienda, al visitante se le indicaba que golpeara una aldaba con forma de demonio que activaba un timbre. Este sonaba de forma continua en la casa y que solo podía ser detenido cuando el personal presionaba un botón. El botón también activaba la apertura remota de la verja, causando además que una placa de cobre en la que se podía leer “Robert-Houdin” se diera la vuelta para mostrar el mensaje “Entrez” (“pasen” en francés).

Cuando el recién llegado empujaba la verja —ya desbloqueada— , dos timbres más sonaban en la casa, cada uno en momentos distintos, hasta la apertura total. Cuando se cerraba sola, al no tener el empuje del visitante, los timbres graves y agudos sonaban otra vez, aunque en orden inverso. De esta manera, y aunque la puerta de entrada no estaba por supuesto controlada por ningún ‘software’, el entramado de timbres servía para ofrecer información sobre los visitantes.

Por ejemplo, una persona familiarizada con el mecanismo tardaría poco en abrir la puerta una vez que esta estuviera desbloqueada, por lo que el tiempo entre la apertura remota de la verja y los cuatro timbres que indicarían que el visitante accedía al terreno de la casa sería más corto. En cambio, alguien nuevo y dubitativo, que no conociera el sistema y al que le costara un poco seguir las instrucciones del ‘Entrez’, se tomaría más tiempo.

Además, un solo visitante abriría la puerta durante unos segundos antes de soltarla y que esta se cerrase de nuevo. Sin embargo, un grupo de gente tendería a mantenerla abierta, produciendo también una modificación en el patrón de los timbres. Así podría saberse si el recién llegado acudía solo o si estaba acompañado.

“Mi portero eléctrico hace que no desee nada más. Su servicio es prácticamente exacto; su fidelidad está completamente probada; su discreción no se puede igualar y, respecto a su salario, dudo que pueda encontrar un servicio igual por una remuneración menor”, presumía el ilusionista en la época.

La casa inteligente que funcionaba como por arte de magia en el siglo XIX
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El increíble interior de la mansión de Houdin

En el interior de la casa, Robert-Houdin instaló un sistema de cinco relojes que dependían de un “reloj madre” y que contaban con alarmas que despertaban a los sirvientes. Además, los timbres solo podían ser apagados cuando los afectados abandonaban sus camas. Sin embargo, el mecanismo guardaba un secreto: el mago podía acelerar o avanzar el tiempo en la casa ajustando el reloj madre y modificando así, sin que el personal lo supiera, sus propios cronómetros.

Con esta triquiñuela, el ilusionista retrasaba la hora de la cena o pedía un desayuno más temprano haciendo creer al servicio que se mantenían los mismos horarios mientras el tiempo pasaba, artificialmente, más despacio o más deprisa.

Esta rudimentaria casa inteligente también contaba con un sistema de alimentación para caballos que se activaba de forma automática y con una alarma antirrobos en ventanas y puertas que se encendía automáticamente cuando llegaba la noche. La temperatura del invernadero también estaba controlada permanentemente, algo que, según los documentos de la época, ponía nervioso al jardinero: creía que la habilidad de Robert-Houdin para saber la temperatura sin estar presente era pura brujería. Finalmente, la vivienda contaba también un autómata limpiador que realizaba algunos movimientos gracias a un complejo mecanismo.

Aunque ahora los avances de la casa de Robert-Houdin parecen rudimentarios, enmarcados en el contexto de la segunda mitad del siglo XIX sus dispositivos eran revolucionarios. Su hogar, esa primitiva vivienda inteligente que para algunos parecía estar dominada por la misma magia que hizo célebre a su inventor, queda para la historia como una primera aplicación de la ciencia en el hogar con el objetivo de hacerle a su dueño la vida más cómoda. 

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