Torres Blancas es uno de los edificios más icónicos de Madrid. Sus terrazas circulares en hormigón gris, coronando un rascacielos con forma de árbol, con estilo organicista y brutalista, forman parte del imaginario colectivo de la ciudad. Y su popularidad ganó enteros en 2024, con el estreno del largometraje ‘El brutalista’.
Lo que no muchos conocen es el nombre del autor de tan singular obra arquitectónica: Francisco Javier Sáenz de Oíza (Cáseda, Navarra, 12 de octubre de 1918 - Madrid, 18 de julio de 2000), uno de los arquitectos españoles más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Obra suya también es el edificio Castellana 81 (más conocido como Torre BBVA), en Nuevos Ministerios, alabada por su combinación de complejidad y sencillez. Se dice que incluso Norman Foster la señalaba como su edificio predilecto de la capital.
Pese a que la obra de Sáenz de Oíza ha sido minuciosamente estudiada, hay un edificio diseñado por el arquitecto que suele escapar de los radares: el Colegio Lourdes, o los Círculos, que comparte con Torres Blancas ese amor por el círculo como elemento arquitectónico y simbólico. Se trata de una escuela de primaria diseñada para un desarrollo urbanístico en el madrileño Barrio del Batán a principios de los años 60, promovido por el Hogar del Empleado para acoger a parte de la numerosa emigración que por esa época abandonaba el campo en pos de la promesa de una vida mejor en la gran ciudad.
Vocación social
Los volúmenes cilíndricos del colegio contrastan con los edificios de viviendas adyacentes, como si el arquitecto navarro hubiese usado el proyecto como forma de experimentación y, a la vez, liberación.
“La Colonia Lourdes tiene un diseño de trama ortogonal, pero uno de los valores arquitectónicos del colegio es, precisamente, ese cambio de forma respecto al resto del barrio”, explica Marisa Sáenz Guerra, arquitecta e hija de Sáenz de Oíza.
“Este colegio quiere ser la parte social de un barrio muy residencial, en el que cada uno vive aislado en su casa, muy protegido en su privacidad. El colegio quiere ser parque, quiere ser un gran árbol y quiere ser un gran círculo donde se concentre toda esa sociedad”, remata la arquitecta.
De hecho, el Colegio Lourdes aglutina muchas de las ideas arquitectónicas y sociales de su padre. Era un adelantado a la época que le tocó vivir en España, y quiso que sus obras bebiesen de los mejores arquitectos de la época, como analiza otro de sus hijos, Vicente Sáenz, también arquitecto y maestro de arquitectos: “Este edificio es una amalgama de diferentes arquitectos. Él seguía mucho a Frank Lloyd Wright, a Le Corbusier, que también está reflejado en este edificio. El colegio es también muy “kahniano” [en referencia a Louis Kahn], con escasos recursos económicos pero muchos recursos arquitectónicos”.
“El colegio”, afirma Marisa Sáenz, “es muy parecido en su respuesta formal a la coronación de Torres Blancas. También lo es en la forma de componer con curvas unos espacios que están muy intercomunicados. En este caso son dos grandes círculos que son como dos margaritas, que a la vez tienen pétalos alrededor. Los grandes círculos son el patio del colegio y la capilla, a los que se adornan como pétalos de la margarita. Los pétalos son las aulas, que tienen otro círculo añadido, que sería un espacio al aire libre como prolongación del aula”.
Ambos proyectos son coetáneos: el proyecto de Torres Blancas se firmó en 1961, aunque su construcción no finalizó hasta 1968. Las escuelas de la Colonia Lourdes también se proyectaron el 1961, por lo que probablemente ambos proyectos se influenciaron mutuamente.
El poder de las redes
La Colonia Nuestra Señora de Lourdes se encuentra encajonada entre la autovía A5 y la Casa de Campo, y llegar al colegio no es sencillo, rodeado de edificios de viviendas. Por ello, el edificio de los Círculos ha pasado bastante desapercibido… hasta ahora. El responsable de que en los últimos meses el edificio de Sáenz de Oíza haya acaparado páginas en revistas especializadas y diarios digitales es un perfil de instagram, @oizacasadecampo, gestionado por Eduardo Boillos y Javier Rico, director de arte y fotógrafo de arquitectura de interiores, respectivamente.
Ambos son vecinos recientes del barrio, y su ojo entrenado para la belleza y la armonía visual detectaron enseguida que ese colegio con formas circulares se salía de lo habitual. “A mí me llamó la atención el barrio desde el primer momento en que llegué, porque me pareció que tenía todo mucha intención, la arquitectura era especialmente pensada”, rememora Eduardo Boillos.
“Rápidamente me puse a investigar y descubrí que era obra de Sáenz de Oíza. Nos daba mucha pena el desconocimiento y el deterioro del barrio”, cuenta Boillos mientras pasea por el interior del colegio. “Pensamos que el desconocimiento era la raíz del problema y decidimos que lo mejor era intentar darlo a conocer”.
Proyecto único
Desde luego, el edificio del Colegio Lourdes no posee la majestuosidad de Torres Blancas o el poso religioso y artístico de la Basílica de Aránzazu (proyecto que contaba con obras de Chillida y Oteiza y que fue paralizada temporalmente por la Comisión Diocesana de Arte Sacro por haber “sufrido extravío por las corrientes modernistas”). Pero no cabe duda de que el arquitecto navarro volcó todo su conocimiento e ilusión en el proyecto para hacerlo único.
Y así lo perciben sus usuarios: los profesores y alumnos que recorren sus sinuosas formas a diario: “Los niños y niñas, desde los tres años, quizás no sepan qué es un círculo, pero cuando dibujan el cole, lo dibujan circular”. Ana Benito lleva 27 años trabajando en el colegio como maestra de infantil. No puede ocultar su orgullo por habitar la que sabe es una obra arquitectónica con pedigrí. “Todos los años vienen estudiantes de arquitectura a conocer el edificio”, cuenta.
El Colegio Lourdes es gestionado en la actualidad por FUHEM, la Fundación heredera de la Asociación El Hogar del Empleado. Para facilitar que el edificio sea más conocido, permiten alquilarlo fuera del horario lectivo para eventos o rodajes.
Pero trabajar en esta escuela, según la profesora, también tiene su contrapartida negativa: “Casi todo el mobiliario está pensado para paredes rectas, y hay muchas dificultades a la hora de colocar muebles, montar las perchas o cosas de ese tipo”.
Defensa del diálogo
Marisa Sáenz está sentada en un patio interior del colegio. Como no podía ser de otra manera, es circular, con árboles que tamizan la luz de comienzo de verano. Unos tocones de pequeño tamaño hacen las veces de asientos. “Mi padre aprendía mucho de la filosofía griega. Por eso daba tanta importancia a la charla, al diálogo”.
“Yo creo que él estaría encantado hoy aquí, en este patio, con un olivo, un ciruelo y una sombra que puede dar lugar a un aula al aire libre”, concluye.
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