
Las Smart cities están de moda. Como cualquier moda su concepto está en boca de políticos, estrategas, personajes relevantes de los sectores inmobiliario y financiero. Abundan las propuestas, los estudios, los análisis y la defensa, más o menos a ultranza, de sus postulados. Me recuerda, en cierta medida, a otra de las modas que sigue siéndolo, la sostenibilidad. No busquen encontrar en quien les escribe un detractor de ambos términos, ni siquiera una postura crítica con la necesidad de que ambos se materialicen en la generación y en la gestión de ciudad. Participo en la exigencia de su necesidad, incluso, perdonen la inmodestia, en la divulgación de cuáles han de ser los elementos que puedan o hayan de definir a la ciudad inteligente y sostenible.
Sucede que, del mismo modo en que alguna vez he proclamado que no por repetir la palabra sostenibilidad en cada párrafo de un discurso ello va a convertir cualquier actuación o proyecto en sostenible, también entiendo que la mención aislada y continua a la inteligencia y a la sostenibilidad puede poner en riesgo el conjunto de elementos que han de definir a la ciudad del siglo XXI. No cabe aislar ambos términos y someterlos a concienzudos experimentos, ni desarrollar acciones aisladas que vayan digitalizando la ciudad hasta el infinito, o creando espacios sostenibles pero aislados, orillando una visión holística de todos los factores que construyen el concepto de ciudad transversal e inclusiva que, con muchos, propugno para este siglo. La gestión urbana nunca debe de abandonar el enfoque transversal y participativo, con el ciudadano como eje y centro de su desarrollo, que consolide el nuevo modelo de ciudad que integra la inteligencia y la sostenibilidad como adjetivos calificativos esenciales.
La sostenibilidad no es un concepto nuevo, responde a realidades que vienen mostrándonos el camino desde la segunda mitad del pasado siglo y que se materializan en el término “desarrollo sostenible” tras la publicación en 1987 del Informe Brundtland, que pone de manifiesto la necesidad de atender a la degradación acelerada del medio ambiente, así como de evitar las desigualdades sociales que la propia ciudad genera.
Paralelamente, la cuarta revolución industrial, la revolución tecnológica o revolución de las TIC, introdujo un cambio de paradigma tecnológico que supuso una transformación radical, introduciendo innovaciones a un ritmo vertiginoso y que ha derivado en nuevos productos y servicios y en nuevos mercados, constituyendo la sostenibilidad y lo smartness vectores de crecimiento permanente que han ido retroalimentando y multiplicando aquella transformación de los sistemas tecnológicos. Los procesos posteriores de generación de aquellas innovaciones y avances son el producto de la combinación de las necesidades económicas y sociales, de manera que garanticen la competitividad para continuar innovando y generando riqueza. Aparece, entonces, recientemente el término de “innovación inclusiva”, que pone el acento en la necesidad de una difusión de aquellos avances que incluya a las capas más desfavorecidas o marginales de la sociedad, desde los colectivos urbanos en riesgo de exclusión, hasta núcleos rurales o periurbanos a los que extender las innovaciones.
La explosión de las TIC introduce aquella nueva adjetivación de la ciudad con la que comenzaba. De igual manera que el siglo XX introduce la calificación del estado como liberal o social, nuestro siglo convierte a las ciudades en inteligentes. Se genera todo un mercado alrededor de tal calificativo que produce cuantiosos y merecidos beneficios para las empresas tecnológicas. Los procesos se aceleran en progresión geométrica, y el término inteligente comienza a considerarse manido y añoso, incluso arcaico, hablando desde el final de la primera década de este siglo XXI de un nuevo paradigma, el de la “ciudad global”.
Se considera que una ciudad es inteligente cuando la inversión en infraestructura tecnológica y de comunicación procura un desarrollo económico sostenido y sostenible y una elevada calidad de vida, introduciendo, también, la necesidad de inversiones en capital humano y social como elementos indisociables del concepto para que puedan considerarse los tres elementos que, a su vez, califican o categorizan a la sostenibilidad, al proclamar que esta ha de ser ambiental, económica y social. La ciudad es inteligente porque es sostenible y la sostenibilidad genera el clima necesario para el desarrollo de la inteligencia urbana.
Con todo, lo inteligente y sostenible, unidos en la definición de ciudad contemporánea por mor de la revolución tecnológica y de la degradación ambiental, no pueden ni deben agotar la visión urbana, no pueden obviar los elementos cada vez más esenciales para la construcción y el progreso de la ciudad. Su no consideración en la ecuación de la ciudad lleva al fracaso mismo de la función urbana. La profunda crisis del estado nacional soberano, como se ha entendido hasta los comienzos del siglo XXI, sometido a la insoportable tensión de una sociedad cuya velocidad de transformación era difícilmente previsible, lo conduce a marchas forzadas a una situación de bloqueo institucional, con sus facultades representativas cada vez más ausentes y con una imparable pérdida del necesario contacto con el fundamento de su existencia, con sus nacionales, con aquella colectividad que cimenta su soberanía que, por otro lado, pierde cada vez más fuerza al depositar su ejercicio en favor de organizaciones supranacionales. Esta afirmación, claro, podrá ser objeto de crítica y discusión. No es, sin embargo, intención de quien escribe generar debate en torno a tales circunstancias. Solo se ofrece una descripción pretendidamente objetiva de las realidades en que se desenvuelve la evolución de la ciudad.
En este sentido, las ciudades van asumiendo, con cada vez más fuerza, aquellas funciones en las que el estado va retrocediendo. La ciudad va absorbiendo, en efecto, esa legitimación que le proporciona el sentimiento de identidad, de pertenencia de sus ciudadanos, incorporando funciones y anhelos y proyectándolos hacia un mundo cada vez más global. Ello nos devuelve al problema de la inteligencia y de la sostenibilidad, cuando son entendidas en términos de evolución tecnológica y económica, incluso social, pero desconsiderando otros elementos que, sin duda, deben integrar y categorizar los procesos urbanos. Y es que, por mucho que muchas veces pueda parecérnoslo, la tecnología que manejamos todos los días no está movida por la magia, sino por la ideología. Esta ideología como fundamento del cambio que la tecnología introduce en nuestras vidas, rara vez se manifiesta en los ámbitos del urbanismo y de los procesos urbanos, tampoco en los ámbitos financieros. Únicamente la ciencia, la historia o el arte nos ofrecerá este enfoque filosófico que hace posible una visión holística y transversal del fenómeno urbano.
El arquitecto y periodista estadounidense Paul Goldberger señala que la calle es el principal espacio público y caminar define la experiencia urbana. Sin embargo, añade que la gente, el ciudadano, los que en definitiva hacen de la calle ese espacio urbano apreciado, en un elevadísimo porcentaje sólo se encuentran en la calle en su cuerpo, solo una mitad de su persona está en la calle. La otra mitad, su cabeza y su sentido, está en el dispositivo móvil que miran continuamente. No encuentran estímulos mayores. Se desconectan de su entorno y de la vida comunitaria. No se trata de evitar lo inevitable. Ni siquiera de dirigirlo. Se trata de ofrecer estímulo y conocimiento útil. Vivimos en la era del conocimiento, siendo las TIC, en gran medida, las responsables de esta nueva era. No obstante, hemos de completar al ciudadano y a la ciudad. Hemos de devolver a ambos la razón de su esencia. Hemos de devolverles su vinculación. Hemos de generar un conocimiento útil y procurar la serendipia, ese encuentro casual valioso. Hemos de recuperar la entropía como elemento caracterizador del fenómeno urbano, entendida como un cierto y buscado desorden del sistema que resulte en la rehumanización de ese organismo vivo y mutable que es la ciudad. Nuestra obligación es facilitar una ciudad creativa y sensible. Debemos huir del pensamiento o enfoque único, en el que casi siempre nos sumerge la tecnología y su ideología, pero aprovechando al máximo su capacidad de transformación para generar y consolidar la identificación con la ciudad, la apreciación de lo urbano y de sus infinitos matices.
En el año 2009 surgió el fenómeno de la Sentient City (ciudad sensitiva o sensible), en una exposición organizada por el artista y arquitecto Mark Shepard y la Architectural League de Nueva york, planteando una propuesta teórica de gran credibilidad y una reflexión sobre el concepto de la ciudad inteligente y sobre el papel de la tecnología con capacidad para transformar los espacios urbanos, explorando sus capacidades para generar estímulos que aumenten aquella vinculación entre la ciudad y la gente. El urbanismo convencional, desde luego, debe aprovecharse de aquellas tecnologías, incorporando e integrando la arquitectura en la percepción de la ciudad y procurando la participación de la comunidad en la identificación con su entorno.
La ciudad ha de ser inteligente, sostenible, global y, por supuesto, también sensible. Para ello hemos de procurar un conocimiento útil, debemos incorporar estímulos que rehumanicen los espacios públicos. Uno de nuestros mejores aliados en esa tarea será, por supuesto, el arte, a través de sus múltiples expresiones e incluyendo, también, un paisajismo de calidad, sugerente y atractivo. Así, una confortadora sensación estética de nuestra experiencia con el paisaje urbano incrementará las posibilidades de hallar la sensibilidad, lo que más humana hace a la creación más humana, la ciudad. Por mi parte, estoy seguro de que ustedes me permitirán que defienda a la sensibilidad, con el conocimiento, como esencia de la ciudad. Es la sensibilidad quien genera la simpatía, el compromiso, la inclinación, la ternura y, en definitiva, la vinculación con mi ciudad.
Marcos Sánchez Foncueva es uno de los mayores expertos en urbanismo y suelo de España. Abogado urbanista, toda su carrera profesional ha estado ligada al urbanismo y al sector inmobiliario. Ha liderado las Juntas de Compensación de Sanchinarro, Valdebebas y Los Cerros, entre otras. Es miembro del Comité Ejecutivo y coordinador de la mesa de urbanismo en Madrid Foro Empresarial.
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