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La Unidad de Caballería de la Policía Nacional, el centro de formación de Samur-Protección Civil y un instituto de enseñanza secundaria sobre plantación vinícola y explotación pecuaria. Esos son los vecinos del Pabellón de España que ganó el primer premio en la Exposición Universal de Bruselas en 1958 y que se esconde en la Casa de Campo. Conocido como el Pabellón de los Hexágonos, sus autores, los arquitectos José Antonio Corrales y Ramón Vázquez Molezún, auparon a España al pódium de la arquitectura internacional.

Es un ejercicio culto y muy sofisticado para este momento, tanto en materiales como en técnicas. Se usó un material muy tradicional, como era el ladrillo, combinado con el aluminio que, en ese momento, solo se usaba en tecnología aeronáutica. El proceso constructivo fue tremendamente limpio. Gran parte se hizo en taller y el desmontaje era bastante fácil”, nos describe Nieves Mestre, profesora de la Universidad Politécnica de Madrid.

“El Pabellón de los Hexágonos es un bosque. El edificio no tiene fin. No tiene un contorno regular y va adaptándose a los desniveles del terreno. Va serpenteando alrededor de la naturaleza que existía en el solar donde se ubicó en Bruselas. Había árboles, que los arquitectos respetaron. Es un ejercicio que se va adaptando a cualquier forma, como una especie de ameba que va moviéndose según el lugar donde se ubica”, asegura a idealista/news  Emil Manrique, arquitecto y docente de la Universidad Rey Juan Carlos.

Para este experto, el edificio es tremendamente revolucionario. “A nivel internacional, el Pabellón de los Hexágonos ganó el primer premio en Bruselas ante edificios tan espectaculares como el Atomium o el Pabellón Philips, de Le Corbusier e Iannis Xenakis”, nos señala.

Sin embargo, de puertas para adentro, pocos reconocieron este mérito y esta obra magistral languidece, perdida y olvidada, en la Casa de Campo.

“Cuando llegó a España no se valoró lo suficiente. También, la época, a finales de los 50, no permitía muchos lujos culturales de este tipo. Pero ahora es necesario un cambio de paradigma”, asegura Manrique.

Este pabellón es la punta de lanza de esa arquitectura moderna e incipiente que estaba empezando a florecer. Fisac, Alejandro de la Sota, Jorge de Oteiza o Secundino Zuazo son algunos de los nombres más reseñables de este renacimiento arquitectónico. “Para hacernos una idea de la novedad de esta arquitectura solo tenemos que fijarnos en que fue construido de forma contemporánea al Valle de los Caídos”, nos señala Mestre.

Desde que se ubicó en la Casa de Campo, un año después de la Exposición de Bruselas, el Pabellón estuvo abierto hasta 1975. Desde entonces no ha tenido un uso definido. Anunciaron su mudanza en varias ocasiones, al Paseo Imperial, en 1991, y al Campo de las Naciones, en 2001, pero finalmente nunca se movió. En 2014, la entonces alcaldesa, Ana Botella, anunció que se convertiría en la nueva jefatura de bomberos, pero el proyecto no pasó de ser una mera ocurrencia.

El nuevo Consistorio se comprometió a darle un uso y, según anunció Madrid Destino, la empresa municipal responsable del patrimonio de la Casa de Campo, está elaborando un informe sobre la situación estructural del Pabellón. El documento empezaron a trabajarlo a principios de año y aún se desconocen los detalles. Mientras tanto, el Pabellón de los Hexágonos se ha convertido en una ruina más del llamado pulmón de Madrid.

“El lugar donde está ahora no ofrece las posibilidades básicas para que la gente se acerque a él o lo tengan presente en la realidad del día a día de la ciudad. Lo principal sería ubicarlo en otro sitio. Corrales ya comentaba que el edificio no podía moverse, porque no está ya en condiciones, pero es verdad que este edificio es un sistema de paraguas y que podría reconstruirse y utilizarse para otros muchos usos. Propongo algo similar a lo que se hizo en Barcelona con el Pabellón Mies Van der Rohe”, asegura Manrique.

El profesor cree que no debería morir una arquitectura tan honesta. “Cuando entras en este edificio, incluso en el estado de ruina en que se encuentra ahora, te ofrece un espacio muy interesante. Son edificios que dialogan muy bien con su interlocutor, que somos nosotros. Son referencias en el día a día y tienen una capacidad especial para explicar cosas”, asegura.

Sin embargo, la arquitecta Mestre no lo ve igual. “El edificio estaba pensado para durar 50 años y ya los ha cumplido. Esta pretensión de que las arquitecturas tienen que durar infinitamente es una visión quizás demasiado melancólica. Probablemente habría que hacer una reflexión colectiva y valorar si la memoria del pabellón reside en este cuerpo de la Casa de Campo, en realidad corrompido, o tiene que ver más con las fotografías impresionantes que muestran su vida en Bruselas. Debemos empezar a pensar si la arquitectura debe diseñarse para sobrevivir muchos años”, concluye.

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