
En muchos paisajes profundamente ligados al mar, la silueta de un barco no es solo un vehículo, sino una memoria y un patrimonio colectivo. Así, estas formas náuticas se convierten en símbolos emocionales que evocan a la historia y a las historias de navegación.
En Noruega, donde el vínculo con el mar es casi genético, no resulta extraño que la arquitectura contemporánea retome esta iconografía para reinventar espacios íntimos y contemplativos. Ese es el caso de Folly Fair Hill, un sorprendente anexo de madera diseñado por el estudio noruego Rever & Drage.

Desde la residencia principal, la nueva construcción aparece como la proa de un barco detenido en mitad de un jardín. Pero más allá de su apariencia, se esconde una reinterpretación profunda de las “garden follies”, unas estructuras del siglo XVIII que combinaban forma decorativa y función oculta. En esta obra, el juego y la utilidad no se excluyen, se abrazan.
Para el estudio, los edificios construidos con fines decorativos no siempre han gozado de la más alta estima. Sin embargo, la locura, al menos la que se diseña con intención, tiene una rica historia en la mejora de jardines de todo el mundo”.

Un refugio con forma de barco
Ubicado en el distrito de Asker, al suroeste de Oslo, este pequeño edificio complementa una vivienda principal añadiendo tres espacios esenciales: un salón, una cocina y un baño. La particularidad es que estos ambientes no están organizados de forma convencional, sino divididos en dos alas y unidos por una estructura central que simula la quilla de un barco: una suerte de “puerta” simbólica entre el mundo cotidiano y un rincón de desconexión.

Este gesto arquitectónico, aparentemente sencillo, transforma la experiencia del lugar. “La puerta de la locura, como la define el estudio, es el gesto arquitectónico definitorio, que sirve tanto de punto de transición físico como de umbral metafórico entre la vida cotidiana y el retiro pacífico”.
Y ahí entra la elección de los materiales, donde se crea un contraste entre “la tosca construcción tradicional de troncos de la puerta y la estructura más contemporánea revestida de roble del edificio principal”.
Pero ese contraste no es solo estético, sino narrativo. Lo robusto y lo delicado, lo antiguo y lo actual, lo escondido y lo visible… todo convive en este anexo que actúa como un puente entre tiempos y estilos.
Observatorio, escondite y sala de estar
El diseño de Folly Fair Hill propone una lectura múltiple: puede ser una construcción funcional, una obra de arte, un escondite infantil o un observatorio. En su interior, cada espacio está pensado para el disfrute sensorial.

Al norte, la cocina y el comedor se abren hacia el jardín mediante puertas correderas de vidrio que bañan el espacio de luz. Un poco más abajo, el baño parcialmente hundido ofrece privacidad sin renunciar al contacto visual con la naturaleza.
Al sur, el salón elevado introduce casi por sorpresa una escalera de madera que conduce hasta una plataforma bajo un techo completamente acristalado. Este rincón, definido por el estudio como un observatorio, permite mirar hacia las ramas de un roble cercano y perderse en el movimiento del follaje.

“El diseño se inspira en estas locuras históricas y en las nociones infantiles de escondites secretos. El resultado es un equilibrio entre lo lúdico y lo funcional, que refuerza el papel del jardín como espacio de contemplación y reunión” sentencia el estudio.

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