“¿Si soy feliz como taxista? Por supuesto”. Yebrail Ropero conduce su taxi amarillo por las calles de Bogotá y reconoce que le va bien. Gana entre 2 y 3 millones de pesos al mes (entre 700 y 1000 euros), lo cual le permite tener una vida tranquila.
En la capital de Colombia hay 60.000 taxistas. Es una de las ciudades del mundo con más concentración de taxis por habitante: un taxi para cada 150 personas. En Madrid hay un taxi por cada 205 personas.
Esa alta densidad de taxis tiene una explicación. En Bogotá no hay metro ni nada que se le parezca. Los bogotanos vienen escuchando desde hace años que el metro va a venir, pero lo único que llegan son escandalosas informaciones del dinero esfumado en estudios y proyectos invisibles.
La mayor parte de los taxis son muy pequeños. Tan pequeños que un turista que venga con dos maletas grandes no encontrará sitio en el maletero del taxi. Una de las maletas tendrá que ir delante, junto al asiento del conductor como si fuera un pasajero.
Pero a veces ni eso porque hay muchos taxis de gas cuyas bombonas ocupan el maletero. Entonces, hay que buscar acomodo a las maletas en los asientos de los pasajeros.
Debido al alto número de vehículos en la ciudad, los ‘trancones’ (embotellamientos) son tan habituales que basta mencionar la palabra ‘trancón’ para justificar un retraso en una cita. Pero no un retraso de 15 minutos ni media hora. Sino de una hora o más.
Bogotá es una gigantesca metrópoli con edificios bajos y mucha población. Eso significa que es una ciudad muy extensa: está situada a 2.600 metros de altura, en un inmenso valle y ocupa 1.700 kilómetros cuadrados. Tres veces más grande que Madrid y 17 más que Barcelona.
En la ciudad operan unas 40 empresas de taxis que reparten las licencias de conductor. Una licencia puede costar 100 millones de pesos (unos 30.000 euros). Es una cantidad considerable para un colombiano medio, con lo cual muchos taxistas trabajan al servicio de los dueños de las licencias.
“Tengo que pagar cada día 100.000 pesos (30 euros) al dueño del taxi”, afirma Juan Vicente Gómez. Para vivir, Juan Vicente necesita ganar otros 100.000 pesos al día, sin contar lo que gasta el comer y en cargar combustible, que pueden ser unos 30.000 pesos al día (10 euros).
Un ‘carrito’ para taxi suele costar unos 30 millones de pesos (10.000 euros). La mayor parte son Hyundai coreanos, más pequeños que un Ibiza, y funcionan con gasolina o con gas. No hay de diesel, aunque empiezan a verse coches eléctricos e híbridos. Un galón de gasolina cuesta más de 7.000 pesos, lo que significa que cada litro sale por unos 60 céntimos de euro. Colombia es un país productor de petróleo.
No hay coches automáticos de modo que los taxistas deben cambiar los embragues cada año y medio. Un taxi hace 8.000 kilómetros al mes. Unos cien mil al año. Los taxis llegan fácilmente al millón de kilómetros a los 10 años, fecha en la que toca cambiarlos.
Un peligro para el medioambiente... y los ciclistas
Cuando un turista español se monta en un taxi, lo mejor que puede hacer es cerrar los ojos o rezar. Los taxistas bogotanos son famosos por su “habilidad” al volante. Zigzaguean como pilotos de Fórmula 1 entre otros vehículos, pasan a centímetros de los ciclistas, frenan en el último segundo y tienen una habilidad especial para prever movimientos de los conductores que van por delante, por detrás y a los lados. Como si tuvieran ojos de mosca. Es una conducción de infarto.
“Lo único que no hago es ponerme delante de los camiones”, afirma Omar, mientras señala un gigantesco volquete que pasa a toda velocidad junto a su taxi. Omar se refiere a que esos gigantes tienen un morro tan grande que no ven a los taxistas y les chocan por detrás.
Volquetes, camiones, hormigoneras, cisternas de gran tonelaje y hasta camiones de carga con vacas pasan por la ciudad a cualquier hora. Eso sin contar autobuses, busetas (más pequeños), y transportes públicos ruidosos y contaminantes.
Para amortiguar el fétido olor de los tubos de escape con plomo, los bogotanos ya empiezan a caminar por las calles con máscaras de cirujano. Lo heroico es ver a miles de ciclistas que desafían la pericia de los taxistas, y hasta el caótico manejo de los autobuses de línea.
“Aquí puedes parar un autobús en cualquier tramo de la calle levantando la mano”, dice César, un español que lleva aquí tres años. “Si el autobús va por el otro lado de la calle, hace una rápida maniobra y se detiene a tu lado”. Un peligro para los ciclistas.
Los españoles que vienen a la ciudad, al principio se quejan del tráfico y se asustan de los taxistas. Con el tiempo se acostumbran a ese transporte público, muy barato para el cambio español. Una carrera del aeropuerto al centro de la ciudad cuesta unos diez euros.
Luego, los españoles también aprecian la comida, la hospitalidad, y sobre todo, la temperatura. Con 18 grados de media, en Bogotá se puede pasear y hacer deporte con bastante comodidad. Y estar metido dos horas en un ‘trancón’ en un taxi escuchando música vallenata.
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