Los castillos del Loira son un conjunto de castillos construidos en la época del Renacimiento (pero muchos han sido reconstruidos o ampliados después) situados en el valle del río Loira, en la Francia central. Desde el año 2000 forman parte del Patrimonio de la Humanidad “Valle del Loira entre Sully-sur-Loire y Chalonnes-sur-Loir”. Aunque todos son espectaculares, hay uno que destaca por su monumentalidad y por un secreto que esconde bajo sus paredes: el Castillo de Chambord.
El Castillo de Chambord es una de las obras maestras del Renacimiento francés. Pero entre sus 440 habitaciones, 83 escaleras y 365 chimeneas, hay un elemento que lo convierte en un monumento único en el mundo: su escalera de doble hélice, atribuida al genio universal Leonardo da Vinci.
Un castillo renacentista con alma de genio
El castillo fue mandado construir en 1519 por el rey Francisco I de Francia, el monarca que soñó con convertir Chambord en símbolo de su poder y en escaparate del ideal renacentista.
Francisco I había conocido personalmente a Leonardo da Vinci pocos años antes, en 1516, cuando el artista florentino se trasladó a Francia bajo su protección y se instaló en el Clos Lucé, cerca de Amboise. Allí pasó los tres últimos años de su vida. Aunque Leonardo murió en 1519, poco antes del inicio de las obras de Chambord, sus cuadernos y bocetos influyeron decisivamente en el diseño arquitectónico del castillo.
De hecho, muchos historiadores coinciden en que la famosa escalera de doble hélice, ubicada en el centro del edificio, se inspiró directamente en los estudios de Leonardo sobre el movimiento espiral y las formas tridimensionales.
Esta escalera es una auténtica obra de ingeniería y de arte simbólico. Su estructura está formada por dos rampas helicoidales entrelazadas que giran en torno a un eje central hueco. Esta disposición permite que dos personas puedan subir o bajar al mismo tiempo sin llegar a cruzarse jamás, ya que cada una lo hace por una hélice distinta. Es una metáfora visual del movimiento continuo y de la armonía entre contrarios, un tema recurrente en el pensamiento de Leonardo da Vinci.
El hueco central actúa como pozo de luz natural que ilumina toda la estructura, mientras que los peldaños de piedra se apoyan con una precisión que aún hoy asombra a los arquitectos. Los visitantes que suben por ella pueden observar, a través de las aberturas laterales, a quienes avanzan por la otra hélice, una sensación que genera una mezcla de sorpresa y vértigo.
Una escalera escenográfica
Además de su evidente función práctica, la escalera tiene un significado simbólico y escenográfico. En el siglo XVI, los reyes y cortesanos la utilizaban para sus procesiones y recepciones, creando una coreografía perfectamente calculada. El propio Francisco I solía impresionar a sus invitados ascendiendo por una hélice mientras los demás lo observaban desde la otra, como si la arquitectura misma reforzara la distancia entre el monarca y sus súbditos.
El diseño refleja la fascinación renacentista por la geometría, la proporción y el movimiento, elementos que Leonardo había estudiado durante toda su vida. En sus manuscritos se conservan dibujos de escaleras en espiral, estudios de flujo de aire y de dinámica circular que guardan un asombroso paralelismo con Chambord.
Aunque no hay documentos que prueben de forma definitiva que él mismo la diseñara, las coincidencias estilísticas y conceptuales son tan fuertes que la tradición francesa siempre la ha considerado suya.
Hoy, la escalera y el castillo de Chambord es uno de los lugares más visitados de Francia y uno de los ejemplos más brillantes de cómo el arte y la ciencia pueden unirse en una misma obra. Cada año, miles de turistas suben por sus peldaños entrelazados y sienten, quizá sin saberlo, que están recorriendo una idea de Leonardo, la de un mundo donde la belleza nace del conocimiento.
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