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La guarida de Lorenzo Castillo (Madrid, 1968) es un mundo lleno de sorpresas. La primera, su ubicación. En el centro de Madrid. Una enorme puerta oscura de dos hojas le separa de guiris arrastrando maletas y del acento castizo de los vecinos que aún sobreviven a la gentrificación.

Segundo, el patio. A rebosar de plantas y con un taller manual para trabajar madera.

Tercero, la casa. Su cuartel general está repleto de pasillos y un gran salón de trabajo. Todo decorado con diferentes ambientes.

“Mi estilo tiene una raíz clásica y pongo al día los espacios, los refresco y los modernizo. No concibo vivir en una casa que no sea moderna y cuente con los últimos adelantos. Aunque eso no es incompatible con la belleza del arte”, asegura el diseñador a Idealista News.

El mundo del diseño le llegó a este madrileño de forma natural. Ya su abuelo coleccionaba pintura y su abuela tenía ciertas dotes para la colección. Luego, su madre empujó y él estudió Historia del Arte. “Comencé en el comercio de artes y antigüedades y de ahí el paso al interiorismo es lógico. Los propios clientes se daban cuenta de que era un anticuario que usaba la decoración y empezaron a pedirme ayuda en sus proyectos. Y, en una fiesta en mi casa, conocí al responsable de Loewe en España. Tenía una sensibilidad enorme y descubrió que yo también la tenía. Me rogó que decorara la tienda de Gran Vía y me inspiré en la tradición de pieles que hace famosa a la marca. Salió muy bien, la decoración sirvió de referencia para el resto de tiendas de Asia y yo arranqué mi carrera. Desde entonces mantengo una magnífica relación con la marca".

Y aunque la tienda de Loewe y la decoración de hoteles como el Santo Mauro le ayudaron a posicionarse en lo alto, fue su casa la que le convirtió en uno de los interioristas y diseñadores más reconocidos en el panorama internacional.

“La publicación de esta casa en las revistas norteamericanas Digest y Decor me permitió el reconocimiento al incluirme en la lista de los 50 mejores decoradores del mundo durante varios años seguidos. Esta casa ha sido tremendamente publicada y gusta mucho en EEUU. Algunos de sus cuartos, como mi antiguo dormitorio ha sido considerado como el mejor del mundo”, nos relata orgulloso Castillo.

Nuevos proyectos

No se plantea mal el futuro de este diseñador. En septiembre, en Londres, lanza la nueva colección de telas y papeles dentro de la marca Gastón y Daniela, trabaja en un nuevo libro para, en menos de dos años, tenerlo publicado y cuenta con proyectos en Bangkok, Hong Kong y alguna propuesta desde Estados Unidos.  “También me encanta el mundo del cine y de la televisión. Sería muy interesante trabajar en la escenografía de alguna serie histórica ahora que se han puesto tan de moda. A veces ves algunos anacronismos enormes y siempre piensas que se podrían mejorar. Aún no tengo ninguna propuesta encima de la mesa, pero seguro que llegará”, nos confirma el diseñador.

Castillo cree que a veces el diseño o la decoración están demasiado olvidados. No solo en el cine sino en la propia arquitectura: “Hay, por ejemplo, una protección con las fachadas de los edificios y no con los interiores. Yo creo que un edificio es todo. Es la fachada y el interior y tan importante es una cosa como la otra. Una fachada histórica con el interior vacío no funciona. Creo que el diseño de interiores es la otra mitad de la arquitectura”.

Castillo tiene tiempo también para hablar de las nuevas generaciones que se forman en la profesión. Cree que las carreras que se ofertan son muy completas, pero tienen abandonada la parte más artística. “Todos los años doy una charla en la Universidad Politécnica y siempre les digo a los alumnos la misma frase que decía Picasso: para ser modernos primero tienes que ser clásico”. El diseñador asegura que tienen que aprender las artes decorativas para luego, “a partir de eso, convertirse en diseñadores y crear un estilo propio. Tienen mucho trabajo que hacer por su cuenta. Ir a museos, galerías, tiendas de antigüedades, etc. En definitiva, educarse el ojo”.

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