Tiene la costa de Fisterra una belleza que solo atesoran esos lugares en los que uno se siente en el fin del mundo. Se acaba la tierra, los acantilados son abruptos y enfrente, el inmenso mar, la nada, el vacío. Esta zona de la costa noroeste de A Coruña recibe su nombre, Finisterre, del latín "finis terrae" ya que fue considerado durante siglos, el límite conocido del mundo, dando paso al "Mare Tenebrosum", un mar de tinieblas y monstruos. Desde el cercano monte de O Facho (242 metros) se tiene una visión panorámica del faro de Fisterra y todo su entorno, con los temidos islotes de O Petonciño y O Centolo: se dice que en este monte estaba el Ara Solis para la celebración de ritos solares.
Ritos, monstruos, tinieblas, mar inabarcable que encontramos mansa como balsa de aceite cuando realizamos este reportaje pero que es brava, y mucho. La lista de naufragios en esta zona es interminable, el HMS Captain, el que fuera mayor naufragio de a Costa de a Morte (casi 500 personas), Hansell, Charlotte Helen, Mary Jane, Caroline… Estos apenas 200 kilómetros de costa aglutinan más naufragios que el resto del litoral español. Un macabro récord que ayuda a que la zona sea rica en leyendas, obviamente. La escritora Emilia Pardo Bazán relataba que los lugareños colgaban faroles encendidos de los cuernos de los bueyes para atraer a los navíos desorientados que acababan naufragando y eso permitía que los raqueiros pudiesen saquearlos.. Es leyenda, dicen.
Entre esas leyendas, el nombre de la zona (Costa da Morte) y las urnas y cruces que se ven cada pocos metros en el acantilado del faro (ésta es última etapa del Camino de Santiago para muchos peregrinos), no es de extrañar que el arquitecto César Portela hiciese aquí su cementerio, ¿qué mejor lugar para un camposanto? Un lugar retirado del pueblo, unas vistas espectaculares frente al Atlántico… A buen seguro es el cementerio más rompedor que hay en España, nos atrevemos a decir que en Europa. A buen seguro también es el único camposanto de España sin muertos. Porque nunca nadie se enterró aquí: se quedó a medio construir y ahora es un lugar triste, cubierto de maleza y suciedad, con los cubos de hormigón repletos de grafitis. “Eso es cosa de los pitoflautas, los peregrinos, no es gente del pueblo. Los del pueblo no hacen ritos satánicos aquí”, comenta Pepe Castiñeira, oriundo de la localidad y que consiguió convertir un chiringuito de playa en una de las mesas más conocidas de toda Galicia, Tira do Cordel.
En el cementerio del pueblo no caben más cuerpos
Lo cuenta Castiñeira sentado frente a esos cubos diseñados por Portela y frente a restos de un cirio rojo tirados por el suelo. Por doquier, restos de papeles, suciedad, maleza... En el camino que baja al resto de nichos encontramos incluso un calzoncillo, quién sabe si del peregrino que dicen los lugareños, estuvo durmiendo aquí, en los nichos, durante un par de años. Con total certeza, el único huésped hasta ahora del cementerio de Portela.
Estamos frente a la curva de Cabanas, que atesora una fuente de agua fresquísima: de allí sale un camino que lleva al cementerio. Fisterra estará a escasos dos kilómetros. El cementerio del pueblo, situado al lado de la parroquia de Santa María das Areas, es un caos: no cabe un cuerpo más. Los nichos se superponen en torres que parece van a venirse abajo de un momento a otro, las tumbas en el suelo aprovechan cualquier hueco, de forma totalmente anárquica. Eso explica que la municipalidad quisiera construir otro cementerio nuevo, corría el año 1997.
La propuesta de Portela, Premio Nacional de Arquitectura concedido dos años después, en 1999, era arriesgada y él era consciente. En este camposanto, de carácter laico, no habría cruces ni tampoco muros que lo mantuvieran cerrado, como queriendo apartar la muerte de los vivos. Allí solo habría bloques de hormigón escalonados, a los que se llegaría por diferentes senderos (hoy prácticamente intransitables). Esos cubos se integrarían de forma armoniosa en el entorno y sus únicos muros serían la tierra y la mar.
Dice Castiñeira hablando de los pescadores (él mismo lo fue en el pasado) que quien no arriesga no pesca. Lo mismo es válido para la arquitectura: Portela, con el visto bueno del Consistorio en aquellos años, arriesgó pero el proyecto quedó, lamentablemente, a medio camino. Iban a ser 216 nichos, pero se quedaron en 168. Además, el plan inicial establecía 14 cubos con 12 huecos y tres cubos más para una capilla y una sala de autopsias. Dice la hemeroteca que no se llegó a completar por falta de dinero (según la misma hemeroteca, el coste del cementerio superó entonces los 300.000 euros). Pero hay quien apunta otras razones, más prosaicas, si es que hay algo más prosaico que el dinero.
Lo hace por ejemplo, el propio arquitecto. “Es el cementerio que yo quería. Quería cuando lo hice, rendirle homenaje a unos muertos que se iban a enterrar allí y que estaban en la ladera de un monte. Que da al mar. Y quería que se integrara y que fueran cosas que se integraran como se había integrado a lo largo de la historia: las casitas, los molinos, los cruceros… Me parecía que algo de eso había conseguido y que la gente que iba a visitar a los muertos allí, familiares o lo que sea, pudieran pararse y hablar mirando y disfrutando del mar y del monte del Pindo. Pero nunca se usó”, comenta. Fuera de cámara y en su libro Cementerio municipal en Fisterra apuntaba otras razones que iban más allá de la falta de dinero, aunque también relacionadas con éste. Al parecer, el cura de esos años, ya fallecido, habría puesto al pueblo en contra de la obra por ser un cementerio laico a sabiendas de que él no iba a cobrar por los entierros.
Ningún gobierno local ha desatascado el proyecto
Esto mismo apunta Castiñeira: “El cura solo no pudo influir aunque era jodido el cura de la época. ¿Puedo dar guerra? Claro, porque antes los nichos los vendía él, mientras hubo terreno. Pero yo creo que la gente no ha querido enterrarse aquí porque está lejos. Hay mucha gente que no quiere venir aquí. ¿Cómo vamos a ir a Cabanas? ¿Y luego para ir a visitarlos? Tantos coches. Y la gente no puede venir con el coche dentro del sitio. Yo creo que es por eso. La mayoría”, apunta.
A nuestra conversación con Castiñeira se une otro lugareño que ha venido hasta aquí, en coche, a tomarse un bocata de mejillones: “Si esto estuviera en otro país lo habrían aprovechado, aunque solo fuese por rentabilizar la inversión que se hizo. Si no lo quieres utilizar como cementerio, dale otra utilidad: exposiciones, temas culturales, algo”, comenta. Y no le falta razón. El cementerio es único, a pesar del lamentable aspecto que hoy presenta. Ha tenido premios internacionales, han venido a verlo arquitectos de todas las latitudes, genera interés…
Castiñeira, que ya cuenta con un nicho en un cementerio de una aldea cercana, donde está enterrado su hijo mayor, es optimista: “Yo creo que con el tiempo tiene que funcionar”. Hasta ahora ninguna corporación local, ni de derechas ni de izquierdas ni independentistas, ni en mayoría absoluta o en coalición, ha conseguido desatascar el proyecto, cuya grandeza se va viendo enterrada por la vegetación y la suciedad a cada año que pasa…
Va cayendo la tarde en Fisterra: junto al cementerio, por la carretera, siguen pasando los peregrinos que tienen próxima su última etapa. Un músico local toca al lado del faro de Fisterra: le canta a sus abuelos, al mar, a los vivos y a los muertos. Muertos aquí ha habido y hay muchos: una nena de una localidad cercana vino en estos meses hasta el faro, hizo fotos y luego se tiró. La encontró flotando un marinero nueve días después. En estas aguas acabaron también algunos de los que fallecieron en un accidente de bus en Portugal en 2001. Las corrientes son fuertes y caprichosas, la mar es brava y esta zona atesora esa leyenda negra que se nutre de muchos muertos. Hay muchos muertos en Fisterra salvo en un lugar, el cementerio de Portela.
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