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Cómo reformar la casa en plena pandemia y no colapsar en el intento (III)
GTRES

*Lee la primera parte aquí: Cómo comprar un piso a reformar en plena pandemia y no colapsar en el intento (I)

*Lee la segunda parte aquí: Cómo comprar un piso a reformar en plena pandemia y no colapsar en el intento (II)

Cuando mis amigos y familiares me decían que se iban a embarcar en una reforma total de sus pisos, siempre pensaba lo mismo: “¡Qué suerte! Ojalá pudiera hacer yo lo mismo”. Luego veía que se quejaban, que decían que estaban estresados, e incluso algunos estaban tristes porque no podían aguantar más la situación. Yo pensaba: “la gente es muy quejica… ¿puede haber algo más divertido que reformar tu piso desde cero y dejarlo a tu gusto?”. Claro que esto lo pensaba antes de saltar al ruedo. Mucho antes de que se nos ocurriera la brillante idea de tirar abajo todo el piso que nos acabábamos de comprar y embarcarnos en una obra (para mí) faraónica. ¿Quieres saber qué debes hacer y qué no si estás a punto de dar este paso? Y más aún, ¿quieres conocer de primera mano cómo es reformar un piso en plena pandemia? Pasen y lean.

Como ya sabréis los que hayáis leído los capítulos anteriores, el último día de noviembre de 2020 firmamos la hipoteca y la compraventa de nuestro primer piso. Esa misma semana ya empezamos a planear lo que sería toda la obra. Al contar con un presupuesto algo ajustado, decidimos buscar un autónomo que pudiera encargarse de todo: desde suelos hasta ventanas, pasando por cocina, lavabo, puertas…

Para “rebajar” un poco el presupuesto, decidimos que seríamos nosotros los encargados de buscar los materiales, para que el sólo se tuviese que encargar de ejecutar nuestras ideas. Antes de que el operario empezara con la reforma, tuvimos que vaciar el piso de muebles viejos, algo que en mi barrio se hace los viernes. Una vez todo estaba fuera, el obrero ya tenía un lienzo en blanco con el que trabajar.

Nos dijo que fuéramos a una gran superficie especializada en bricolaje para comprar los sacos para los escombros de la obra, ya que empezó a picar paredes de cocina y lavabo, y a quitar algunos marcos de puerta que no iban a utilizarse. Así hicimos, si bien tuvimos que ingeniárnoslas para que las restricciones de movilidad por la crisis del covid-19 no nos afectaran, algo que durante todo el periodo de obras se acentuó y nos dio algún que otro dolor de cabeza.

Los sacos (que tienen un precio aproximado de 25 euros cada uno) se llenaban solo con mirarlos. Durante todo el proceso pudimos gastar unos cuatro sacos, y eso que nuestro piso no es muy grande. Si queréis un consejo, calcular bien el volumen de escombros que generaréis, porque pueden más a cuenta otras alternativas como los contenedores. Y tener siempre presentes los puntos verdes de vuestro distrito: si tenéis unos ocho sacos para tirar, igual os conviene cargarlos en vuestro coche y  llevarlos a reciclar que comprar un saco entero.

Tras dejarlo limpio, llegó lo más pesado, que es comprar los materiales que yo he llamado “de base”. Cemento, yeso, cemento cola, mortero…, además de herramientas que se necesitaban para la obra y otras cuantas cosas más que mi cerebro ha olvidado, pero que mi cartera siempre recordará. Nos llevamos al operario de “compras” y el resultado fue una cuenta de tres cifras y mucho peso que cargar.

Con todo el material en casa, comenzaron las obras… y con ellas los problemas. Todo aquel que haya hecho una obra sabrá que conforme se avanza, van surgiendo inconvenientes e imprevistos. Los nuestros, además, eran farragosos y caros: había que hacer la instalación nueva de agua y luz, además de la de gas. Esto supuso el primer parón de la obra, ya que esto era lo primero que debía de hacerse. Por lo que, otro consejo, si os embarcáis en algo así, siempre tener en cuenta que la base de cualquier reforma es que las instalaciones de los suministros estén impecables.

El mito de la pared maestra

Una de las cosas que teníamos claro desde que empezamos la obra es que queríamos que la cocina estuviera comunicada con el comedor de alguna manera. Al final nos decidimos por un fijo de cristal, algo que le daría luminosidad y profundidad a la cocina. Pero como nada puede ser fácil en una obra, esto no iba a ser menos. La pared que unía el comedor y la cocina era de carga. Pared maestra como se le llama comúnmente.

De todos modos, para todos los problemas hay soluciones. Y la nuestra fue contratar a un arquitecto para que nos hiciera un estudio. Nos dijo que era posible, pero que teníamos que ponerlo en conocimiento de la comunidad. La comunidad. Sólo con escribir esa palabra ya te entran escalofríos.

Pues bien, imprimimos la documentación y fuimos de excursión por todo el edificio explicando el proceso que se iba a seguir (nada del otro mundo, la verdad) y si tenían alguna duda. Debo decir que fue algo menos traumático de lo que esperábamos: salvo por un par de vecinos a los que tuvimos que dar más explicaciones, el resto se lo tomaron muy bien y no pusieron ni una pega.

Al mes ya teníamos hecho el agujero en forma de ventana y la instalación de los suministros cambiada. Ahora empezaríamos a ver lo más bonito de la obra, que son los cambios más estéticos.

No me gustaría explayarme en algo como una obra, ya que muchos de vosotros habréis pasado por este trámite y sabéis lo que es. Solo me gustaría pararme en algo en lo que seguramente no hayáis coincidido si vuestras obras se realizaron antes de marzo de 2020: el covid-19.

Materiales a golpe de click

Yo hasta ahora había comprado ropa, electrónica o cosas de decoración por internet, pero nunca una cerámica para las paredes de la cocina o un suelo. Debo decir que no es la opción que yo habría escogido, pero no nos quedaba de otra: teníamos que comprar todo el material ‘online’. Y esto, si te gusta el mundo de la reforma, es algo que puede resultar incluso divertido. Si eres como yo, que lo detesto, pues se te hace un poco cuesta arriba.

Lo primero que compramos fue el suelo, que nos vino de Valencia. Era como la prueba de fuego, ya que sería el mayor pedido (tanto por importe como por superficie) y sería el que nos haría seguir comprando ‘online’ los materiales o nos llevaría a esperar a que se levantaran las restricciones (que eso suponía parar la obra, al menos, dos meses).

Para nuestro asombro, el pedido llegó perfectamente y el servicio fue impecable. Para mí esta es la autentica revolución del comercio electrónico: ya no solo compramos un par de vaqueros, sino que podemos hacer obras en casa sin tener que salir de ella para conseguir todos los materiales.

Luego ya nos vinimos arriba y seguimos haciendo pedidos. Las baldosas de la cocina, todo el lavabo, el plato de ducha, la pica de la cocina, los electrodomésticos, el mueble del lavabo… ¡la mampara! ¡Todo! Cada día nos llegaba algo. Era un estrés el gestionarlo todo y controlar los tiempos, pero también es cierto que era mucho más cómodo y mucho más barato, ya que puedes ir comparando y escogiendo la oferta que más te convenga.

Finalmente, y si bien ha sido un proceso largo, todo ha salido a pedir de boca. Ahora si que si, puedo deciros que os vuelvo a escribir entre cajas de utensilios de cocina, ropa, muebles desmontados y algo de polvo, pero en esta ocasión desde mi casa nueva.

El último consejo que os daré es, como ya os dije, es que rebajéis siempre vuestras expectativas. Cuando me imaginaba la mudanza, en mi cabeza se proyectaba la típica película americana en la que el camión llega a casa y, en un par de horas, ya está todo listo para seguir con tu vida tal y como la dejaste en el piso anterior. Y nada más lejos de la realidad.

Tendrás cajas por el medio un par de semanas, no tendrás todos los muebles que quieres en el momento que quieres (mi sofá tardará, al menos, cuatro meses en llegar) y tendrás que aprender a vivir con algunas carencias temporales, pero también con beneficios que antes no tenías y ahora puedes disfrutar (en nuestro caso el gas natural… ¡bendito gas natural!).

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