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Cómo comprar un piso a reformar en plena pandemia y no colapsar en el intento (II)
idealista/news

*Lee la primera parte aquí: Cómo comprar un piso a reformar en plena pandemia y no colapsar en el intento (I)

Si desde que te independizaste has vivido de alquiler, lo de las comisiones de apertura, la búsqueda del mejor interés o los productos vinculantes en las hipotecas deberán sonarte a chino. Este era nuestro caso. Pero en esta ocasión, si queríamos comprar nuestro primer piso, no nos quedaba más remedio que arremangarnos, bajar al barro y empezar a escuchar todo lo que podían ofrecernos los bancos. Así, queridos lectores, fue como nos convertimos en unos masters de las finanzas y las hipotecas. Bueno, igual me he venido un poco arriba, pero si que lo entendimos todo mucho mejor y empezamos a hablar un poco mejor su idioma. 

Si me lo permiten, y sin que sirva de precedente, os haré una recomendación desde la más profunda sinceridad: si no tienes ni idea de cómo debes conseguir una hipoteca ni a qué puertas llamar primero, déjate aconsejar. Nosotros lo que hicimos fue llamar a nuestro banco de toda la vida, pero, obviamente, no nos quedamos ahí. Buscamos y buscamos hasta que encontramos la mejor oferta. Y lo mejor que pudimos hacer fue ponernos en mano de un asesor (yo escogí idealista/hipotecas por razones más que obvias y el resultado fue más que excelente).

Una vez escogimos un banco con el que casarnos (permitidme un chascarrillo de vez en cuando…) empezó el papeleo. Rellenar formularios, firmar documentos online, la tasación del piso, nóminas, contratos de trabajo… es cierto que por un momento piensas que van a terminar pidiéndote un análisis de sangre y un mechón de pelo, pero todo tiene una explicación y llega un momento en que te llega EL MAIL: “Hemos revisado toda la documentación y le concedemos la hipoteca”. Ese momento, amigos, no tiene precio.

Con la hipoteca bajo el brazo y todo bien estudiado, llegó el momento de comunicarle a los propietarios que ya podíamos firmar. Pero ya os dije que en plena pandemia por el covid-19, nada de esto iba a ser sencillo, ¿verdad? Pues bien, los dueños del piso vivían en el norte de España, por lo que tenían que venir a mi ciudad para firmar. A esto hay que sumarle que eran personas de grupo de riesgo y que había restricciones de movilidad, por lo que la predisposición de ellos debía ser más que alta.

Acordamos una fecha y reservamos hora en el notario. Ellos nos dijeron que no tenían problema, pero uno, que es un poco dramático y siempre ve el lado negativo de las cosas (entenderéis un poco más mi carácter obsesivo-compulsivo en el capítulo III, en el que os hablaré de las obras) pensaba que no iban a presentarse.

Pues bien, si algo me ha enseñado todo este proceso es que debo confiar un poco más en las personas, y que, si algo tiene que salir mal, saldrá mal. Pero que, si tiene que salir bien, saldrá bien.

La firma

Era 30 de noviembre, y aquel día nos despertamos los dos con una sonrisa de oreja a oreja. ¡Nos íbamos a convertir en propietarios! Nos arreglamos y nos fuimos para el notario. Yo no desayuné, tenía el estómago encogido (de verdad, soy una persona muy excesivamente sufrida). Quedamos a las 9.30 en la puerta.

Eran las 9.45 y no se había presentado nadie. Nos dijeron que venían en coche, pero no quisimos llamarles para no ser impacientes. Las 10. Yo me estaba poniendo enfermo. 10.15, y no venía nadie. Les llamamos.

-¿Carmen? Hola, mira, que estamos en la puerta del notario y llevamos casi una hora esperando… nos hemos preocupado porque no llegabais y os llamábamos para saber si todo iba bien…

Total, Carmen y Pedro, dos ancianos encantadores gallegos, estaban en la cafetería de al lado del notario tomándose un café con leche con churros. Pensaban que habíamos quedado a las 9.30 y, como hacía más de 15 años que no estaban en el barrio, habían ido a su bar preferido a desayunar porque “quién sabe cuándo podremos volver, hijo”.

Les recibimos en la puerta (aguantando la distancia de seguridad como campeones, ya que eran dos personas que desprendían un halo de ternura insuperable) y entramos al notario. Primero firmamos la hipoteca, y luego ya la compraventa del piso. Nos dieron las llaves y nos dijeron que ojalá fuéramos tan felices como ellos lo fueron en su día en el piso. Y yo, que además también soy un poco sensible, se me empañaron un poco los ojos… no solo nos vendían un piso. También nos vendían parte de su historia y su felicidad. La verdad que fue un momento que recordaremos siempre.

Una vez salimos del notario, nos despedimos, nos dimos los teléfonos y les dijimos que en cuanto estuvieran las obras acabadas, les mandábamos fotos por WhatsApp para que vieran como había quedado. Ellos nos pidieron la dirección de dónde estábamos viviendo ahora, y se la dimos sin hacer preguntas. A la semana siguiente, teníamos una caja con un montón de embutidos de la matanza que hicieron en el pueblo y cuatro solomillos. Lo que os he dicho, una pareja entrañable.

La semana que viene os contaré cómo ha sido el proceso de hacer una reforma integral. Si todo va como debería de ir, ya os escribiré desde nuestra nueva casa. ¿Creéis que lo conseguiremos? Desearnos suerte y mandarnos toda la energía positiva que podáis para este fin de semana… ¡que la vamos a necesitar!

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1 Comentarios:

Hector
23 Marzo 2021, 10:38

Yo ya me estaba emocionando hasta que nos has dicho "la semana que viene os contaré"... Es que también soy muy sufrido jajajaja.
¡Con ganas de leer la 2ª parte!

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