Hoy son unos de los pocos fundidores de campanas artesanales que quedan en nuestro país y en Europa
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Lucía Martín (Colaborador de idealista news) ,
Luis Manzano
Luis Manzano

Antes de nada, aclaremos conceptos: no es lo mismo un fundidor que un campanero. Es más: uno puede saber fundir campanas, pero no tiene por qué saber tocarlas necesariamente, más o menos lo que le sucede a Gabriel Rivera, quinta generación al frente de la pyme Campanas Rivera, en la localidad de Montehermoso, Cáceres. “El campanero es esa persona que le saca jugo a la campana cuando las tocan para diferentes acontecimientos. Escuchar a un buen campanero es maravilloso”, aclara. No en vano nos desvela que en Zamora existe la Asociación de Campaneros Zamoranos, “que tiene más de cien personas asociadas y creo que están haciendo una labor impresionante”, dice. Estas son las cosas que uno descubre cuando deja atrás la urbe y se adentra en esa llamada España vaciada, más rica de lo que uno piensa.

Los Rivera llevan haciendo campanas desde 1850, que se dice pronto. El tatarabuelo, Gabriel Rivera, llegó a Montehermoso porque entonces se acudía a fundir a pie de torre de iglesia: se excavaba un hoyo para hacer de horno y se hacía in situ. Pero el tatarabuelo se quedó porque allí conoció a su mujer, María Gutiérrez. Y así llegó la descendencia y siguió la estela de los Rivera, hasta hoy, que se han ido mudando de emplazamiento en el pueblo, pero nunca cambiado de localidad: tampoco han cambiado mucho el proceso de producción, con algunas innovaciones, por supuesto y varias patentes registradas, pero la base sigue siendo la misma y varios de los procesos son artesanales, como podemos comprobar.

En la empresa, que emplea a 12 trabajadores, están Gabriel y su hermano Eleuterio. Dicen ser punteros a nivel nacional aunque son pocos los que quedan, tanto en nuestro país como en Europa: “En España debemos ser unos cinco”, señala.  Gabriel, Ingeniero Industrial, fue fichado por Alcatel al poco de acabar sus estudios y se marchó a trabajar a Madrid, pero con 26 años regresó a Montehermoso para ocuparse de la empresa familiar: le gustan tanto las campanas que hasta la piscina de su casa tiene esta forma. ¿Cuánto producen al año? Unas 420 campanas aproximadamente.

La materia prima, bronce, viene de Frankfurt y tiene una aleación de “79% cobre, 21% estaño”, afirma. Llega en lingotes que almacenan y van fundiendo según necesiten fabricar: el horno, de marca americana, se enciende cada dos meses, a eso de las 4/5 de la mañana: “Lo hacemos cada dos meses y aprovechamos para fundir varias campanas. La temperatura de fundición supera los 1.000 grados”, aclara.

Podríamos pensar que el clero es su principal cliente pero no es así: lo fue en el pasado pero en la actualidad son las empresas los que más les demandan. Les llaman pidiendo relojes y carrillones. Por cierto, y como curiosidad, el carrillón que se ve detrás de Rivera con un brillo especial porque se le ha disparado microesferas de vidrio, es el que se oyó en la final de Lisboa entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid.

Los Rivera tienen campanas repartidas por los cinco continentes: en África, Argentina, Corea del Sur, India, México, Australia… En España son suyas las de la catedral de Segovia, de Salamanca, la de San Sebastián y una bien grande, de más de mil kilos, en la entrada de la nave industrial que anuncia las medias horas y las horas, para deleite de los vecinos: “Suelen estar contentos porque recibimos autobuses de turistas y colegios, que quieren ver cómo es el proceso de fabricación”.

Si tocar bien una campana no está al alcance de cualquiera, hacerla, menos aún: “La campana se diseña primero en el papel para posteriormente pasarse a un elemento móvil denominado “tarraja”. En el papel se utilizan cinco medidas: planta, punto, sustancia, grueso mayor y grueso menor. Sacamos esa sección y se fabrican las 3 tarrajas para fabricar el molde que llevará, a su vez, los submoldes: el macho, la falsa campana y la hembra. La falsa campana es la que va en la zona intermedia y será igual que la futura campana pero hecha en otro material y sobre ésta se hacen las diferentes decoraciones”, nos aclara.

Esa falsa campana está hecha de arcilla y cera, de abejas de la cercana región de Las Hurdes, en concreto. Y sobre ella van poniendo los artesanos las distintas decoraciones e inscripciones que quiere el cliente: a mano y con sumo cuidado, como si de un puzle se tratase. En el hueco que deja la falsa campana es donde se introducirá después el bronce fundido.

El último paso, sacar la campana cuando el bronce se ha solidificado: “Después tiene que enfriar. Es importante que ese enfriamiento sea lo más lento posible. ¿Cuánto tarda en enfriar? Depende de la campana: una de 20 kilos con 12/14 horas tiene suficiente. Una de 2.000 aproximadamente, unas 78 horas”, explica.

Cuando ya haya enfriado, se afina o no, en función del cliente porque con una campana se puede tocar cualquier melodía, hasta canciones de los Beatles, por ejemplo, que no todo van a ser toques a misa… ¿Cuánto cuesta una campana? De nuevo, depende. “A menor tamaño, mayor es el precio. Una campana de 100 kilos puede valer unos 1.800 euros”, finaliza Rivera.

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