
Un psicólogo norteamericano se fijó en que las empresas y las personas que fracasaban siempre hacían un análisis ‘post-mortem’, cuando las cosas ya eran inevitables. ¿Y por qué no darle la vuelta?
Nos pasamos el día tomando decisiones. Algunas a corto plazo y otras a largo plazo. Algunas menores, y otras importantes como lanzar un producto o servicio, comprar un piso o hasta cambiar de trabajo. A veces nos equivocamos. Entonces vienen los lamentos, pero ya no es posible corregirlo. Como mucho, esa mala decisión servirá como un ejemplo de lo que no hay que hacer.
Pero, ¿hace falta llegar hasta allí? El psicólogo norteamericano Gary Klein estuvo estudiando este fenómeno en muchas organizaciones y en 1998 publicó un método basado en la toma de decisiones. Lo llamó 'pre-mortem'.
El nombre provenía de darle un giro a los análisis clínicos que se hacen de los pacientes que han fallecido, o post-mortem. Es cuando ya no hay solución. En ese momento es muy fácil concluir las razones por las que ese paciente falleció. Lo mismo pasa con las personas y las empresas. Cuando se equivocan y fracasan, es muy fácil decir qué es lo que ha fallado. Un momento, ¿y si lo hacemos antes?
Klein meditó y se dio cuenta de que una de las razones por las que las empresas no veían el fatal desenlace era porque en las reuniones, los pesimistas estaban mal vistos. O bien porque somos exageradamente optimistas cuando planeamos lanzar un producto, cuando compramos acciones, una vivienda, o cuando emprendemos una aventura. Tendemos a pensar que las cosas van a ir bien.
Eso nos impide ver la realidad. Para contrarrestar ese efecto, Klein propuso la técnica pre-mortem. Hacer una lista de cosas que pueden ir mal. Más todavía: imaginar que las cosas han ido fatal y que, por ejemplo, nuestra empresa ha cerrado, nuestro producto ha fracasado o que nuestra inversión en una vivienda ha sido un desastre. Es decir: hacer una simulación espantosa.
No consiste en ser pesimista. Pues ser pesimista a veces esconde miedos no razonables o poca temeridad. En este caso se trata de ser catastrofistas con método. Muchas escuelas de negocio de EEUU ya han pillado la idea de Klein y han desarrollado un método en tres pasos.
Supongamos que estamos en una empresa: reunimos a todas las personas implicadas en el nuevo proyecto. Una de ellas solo se limita a tomar notas. Al resto se le pide que se le ocurran todas las ideas, incluso las más raras, sobre qué podría ir mal, y todos los problemas que pueden surgir.
Por ejemplo, ¿qué pasaría si nadie compra el producto? ¿Y si se cae la nueva web? ¿Y si se muere el jefe? ¿Y si viene una tormenta y destroza nuestra empresa? ¿Y si el gobierno sube los impuestos? ¿Y si viene un enjambre de mosquitos y nos pican y caemos enfermos?
En segundo lugar, hay que descartar los temas menores. Los mosquitos pueden hacernos caer enfermos, pero eso durará una semana. Luego descartar los problemas que no están bajo tu control: la tormenta también quedaría fuera porque es algo que no podemos evitar y ni siquiera prever. Lo del jefe también se descarta puesto que goza de buena salud.
Una vez nos quedamos con los peligros razonables, hay que buscar las soluciones. Habrá que conocer bien al cliente con estudios de mercado para no equivocarnos; o estudiar si va a haber elecciones y cambio de gobierno que nos afecte en, por ejemplo, nuevos impuestos.
Pero no basta con encontrar la solución: ahora hay que ponerse a trabajar para evitar el desastre: la muerte. Crear un plan de trabajo y aplicarlo. En definitiva, si aplicamos esta técnica habremos evitado un 90% de los problemas a los que nos enfrentamos como personas y como empresarios. El 99% de los problemas de las personas proceden de sus propias decisiones. El 1% restante es azar.
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