No son pocos los ejemplos en que la arquitectura pretende fundirse con los terrenos rocosos donde se asientan debido al respeto hacia la geología preexistente como a la búsqueda de una armonía visual y material. Muchas obras contemporáneas se inspiran en la solidez de los afloramientos para generar viviendas que no se superponen al entorno, sino que lo continúan.
En la isla de Cruit, frente a la costa noroeste de Irlanda, se ha querido trasladar estos principios a su máxima expresión con una casa que se mimetiza con las rocas costeras, convirtiéndose en parte de un escenario marcado por la fuerza del océano.
Rudeza para un clima insular
El encargo partía de una familia con raíces profundas en la isla, presente en la zona desde hace cuatro generaciones, y que querían contar con un hogar amplio donde reunir a parientes y amigos, pero sin que este desentonara con la dureza del entorno natural.
La propuesta del estudio Pasparakis Friel fue la de crear una construcción inclinada y sobria, recubierta de un enlucido rugoso que reproduce la textura de las piedras del litoral. A esto se suman marcos de ventanas en verde, un guiño a la vegetación que se abre paso entre las rocas.
Para el estudio, “Cruit es un paisaje precioso. Sentimos la necesidad de que el edificio formara parte de él; el deseo de que el edificio complementara el paisaje y su geología”. Por esa razón, la elección de materiales no responde solamente a una intención estética, sino también a un criterio práctico. “Es una respuesta pragmática al encargo, que exigía un mantenimiento limitado: pintar las paredes en este contexto insular, azotado por el viento, la lluvia y el sol, tiene cierta futilidad”.
Lejos de ocultar la rudeza de un clima extremo, el proyecto opta por celebrarlo mediante unos acabados crudos y naturales. De este modo, la vivienda no pretende suavizar el paisaje, sino ponerlo en valor mediante superficies ásperas, materiales resistentes y un diseño que se ancla en la tierra de manera natural.
Espacios interiores
La orientación de la casa es clave para entender su funcionamiento. El lado este está abierto hacia la costa e integra grandes ventanales de altura completa que permiten gozar de vistas privilegiadas al Atlántico desde la sala de estar, el comedor y la cocina.
En contraste, el lado oeste se cierra como una muralla, “una masa de mampostería sólida y pesada al oeste contiene las habitaciones y soporta los vientos a veces feroces que soplan desde el océano Atlántico”. Así, la casa actúa como un escudo frente a las inclemencias, pero a la vez se abre hacia el mar en un gesto de convivencia con el territorio.
Bajo el vértice del techo inclinado, las áreas comunes disfrutan de una altura generosa. El interior está acabado en su mayoría en blanco, lo que potencia la luminosidad y refuerza la sensación de amplitud. Esta elección cromática funciona como contrapunto al exterior rugoso, cuya estética crea un refugio claro y abierto en medio de un paisaje agreste.
El proceso de diseño no se limitó a planos y modelos. “Pasamos mucho tiempo en la isla en diferentes momentos del día y durante diferentes estaciones para comprender bien cómo el edificio podría integrarse de la forma más cómoda en su contexto y aprovechar al máximo las vistas y la luz”, explica el estudio.
Esa observación minuciosa se tradujo en un planteamiento sensible, donde cada abertura y cada orientación buscan captar la luz adecuada o encuadrar un fragmento del paisaje.
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