Los edificios y fábricas abandonados tienen para mí un aura especial. Viajo mucho en tren y a menudo me voy fijando en todas esas estaciones de tren abandonadas, los despachos del personal ferroviario que ya son solo carcasas y me gusta imaginármelos como eran antaño, llenos de vida y con mucho trajín. Si además el lugar abandonado tiene un pasado trágico, como pueden ser las localidades cercanas a la tristemente famosa central nuclear de Chernóbil, mi interés se acrecienta y escudriño con atención las fotografías del reportaje en cuestión, fijándome en los detalles de esas casas y escuelas abandonadas con prisa: unas muñecas en el suelo, un libro abierto de hojas marchitas, los cazos esperando en la cocina...
En Berlín, que es una ciudad que me parece especialmente interesante a nivel histórico y arquitectónico, con esa cicatriz del muro que la partió en dos, hay un parque de atracciones abandonado que podría ser escenario de una película de terror. Me refiero al antiguamente denominado VEB Kulturpark Berlin, inaugurado en 1969, en el 20 aniversario de la extinta RDA.
Fue el único parque de atracciones de la Alemania del Este, con atracciones que se compraron en países no socialistas. Los habitantes de la RDA lo denominaban cariñosamente “Kulti” y formó parte del paisaje y de la vida de muchas generaciones, como lo pudo ser el Trabant o la Vita Cola, la Coca Cola del Este.
Tras la caída del Muro, esta zona fue privatizada por el Senado con vistas a transformarla en un parque de atracciones que respondiese a los estándares occidentales, según se manifestó entonces y cualesquiera que fuesen esos estándares de diversión occidentales…. La empresa que se lo quedó fue Spreepark GmbH (el parque pasó a renombrase Spreepark después) que lo alquiló siendo el estado el propietario.
El parque fue ampliado y modernizado con atracciones de segunda mano que provenían del parque Mirapolis, de París, que se había declarado en quiebra: los arrendatarios soñaban con que Spreepark se convirtiese en el parque de atracciones más grande de la Alemania unificada y es cierto que lo de soñar grande está muy bien, pero en lo relativo a los negocios más conviene soñar con los pies en el suelo y con una sólida estructura desde la que construir.
En 2001 el número de asistentes ya había descendido en 400.000 personas con respecto al año anterior (hablamos de un parque que en su día casi recibía dos millones de visitantes al año). Los responsables argumentaban que se debía a que no había suficientes plazas de aparcamiento pero al parecer hubo varios errores en la gestión del negocio.
El caso es que la empresa quebró y el parque pasó al olvido y quedó abandonado y, al igual que en los meses de confinamiento la naturaleza se abrió paso en las ciudades españolas allí donde antes el ser humano no la dejaba asomar, en Spreepark las atracciones empezaron a ser devoradas por matorrales y arbustos.
Huelga decir que el hecho de que la entrada estuviese prohibida y que hubiera que saltar una valla para acceder a las oxidadas atracciones (una enorme noria de color óxido, dinosaurios, cabezas de cisnes y vagonetas de una montaña rusa que conducían a la boca de un gato son algunos de los vestigios que pueden verse) hizo que el lugar se convirtiese en destino de culto para artistas y amantes de zonas abandonadas. Podemos imaginar y se nos ponen los pelos como escarpias, las sensaciones que estas atracciones debían generar cuando caía la noche, en la que solo debían oírse las copas de los árboles mecidas por el viento y el chirriar de la vieja noria… Como en cualquier película de terror en la que chirría un viejo columpio infantil.
Vuelta a la vida
Pero ya sabemos que en Alemania son muy de reconstruir, será porque lo han tenido que hacer varias veces en la gistoria, y al igual que hicieron con el aeropuerto de Tempelhof, que fue uno de los más importantes del país y que se reabrió en 2010 como parque público, ya están trabajando para que Spreepark deje de ser un lúgubre y decadente parque abandonado.
Ya lo comenta el periodista Andrés Rubio en su magnífica y extremadamente bien documentada obra España Fea: en Alemania tienen cierto gusto por cuidar el entorno, algo de lo que parece que carecemos en este país, donde muy a menudo, y al calor del pelotazo inmobiliario, levantamos construcciones de dudoso gusto que pasan a ser abandonadas pocos meses después de ver la luz. Me permito aquí un inciso: el libro de Rubio es maravilloso, pero te aconsejamos leerlo solo cuando estés de buen humor porque son tantos los ejemplos de desatinos urbanísticos que aglutina que uno acaba de mala hostia tras la lectura.
Pero volvamos a Spreepark: el Ayuntamiento ya está trabajando en la zona, con la complicidad de los vecinos, para que esta superficie de 23 hectáreas vuelva a ser un parque de atracciones en el que habrá entretenimiento pero también, mucho arte y mucha naturaleza. Están trabajando en distintas fases: se espera que a mediados del año que viene ya pueda haber una reapertura parcial del establecimiento y en 2024 la noria volvería a entrar en funcionamiento. Se prevé que el parque reabra totalmente en 2026, para regocijo de berlineses y visitantes y también para alegría de estas atracciones inertes que no han vuelto a provocar la risa de un niño desde hace 20 años.
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