
Tertulia y debate en los tempestuosos días de esta Semana Santa. Y es que una buena conversación puede suplir, en ocasiones, un paseo en moto, una caminata por el monte o una visita apetecible. Conversando con amigos durante una sobremesa en la que la lluvia repiquetea con fuerza sobre la cubierta de una terraza, igual que muchas de esas que ya se han hecho populares en toda España y constituyen una estancia más en los establecimientos hosteleros, comienza un interesante debate sobre cuál de las disciplinas está llamada a dar respuesta a algunos de los problemas que presentaba aquella cubierta, si la arquitectura o la construcción, y su relación con el establecimiento del que forma parte y de la calle en que se ubica.
Imaginan bien. Los contendientes, dos arquitectos y un ingeniero, empeñados en separar dos disciplinas que la historia, sin embargo, se ha empeñado en que caminen de la mano. Mi natural tendencia al consenso me hace intervenir en la discusión, tratando de buscar un punto de encuentro, otro más, para demostrar que las ideas tienden a complementarse y matizarse, más que a enfrentarse o eliminarse. El enfrentamiento es, tantas veces, patrimonio de la ignorancia. La eliminación del pensamiento confrontado para imponer el propio es patrimonio de la mediocridad o de la ideologización sin fundamento, esa a la que suelen aferrarse los menos formados, los partidarios obstinados o los prosélitos de una rigidez fingida y vacua.
Pues bien, con las armas en todo lo alto, recuerdo a los contendientes que la construcción es el soporte físico de la arquitectura. Esta crea el proyecto, lo imagina y dibuja, le da forma y busca su utilidad y su belleza, mientras que la construcción impondrá unos límites, unas exigencias, unos requisitos sin los cuales será difícil ejecutar lo proyectado, de manera que completará y mejorará aquel proyecto inicial. Desde el punto de vista práctico, más allá de teorías mejor o peor construidas, la hipótesis inicial de mi argumento se confirma y se acepta, como es lógico, por los representantes de las disciplinas combatientes. Las aguas se calman y los argumentos comienzan a matizarse mientras empiezan a filtrarse, por aquella cubierta culpable y villana, algunos rayos de sol con los que la caprichosa primavera vuelve a templar el ambiente.
Como apasionado que siempre he sido de la arquitectura y ante la inferioridad numérica del defensor de la construcción, trato de arrimar el ascua del debate a mi inclinación por la historia, buscando el equilibrio en las fuerzas en liza y poniéndome, aparentemente en contra de aquella pasión, del lado del ingeniero, con el objetivo último de volver al consenso. He de decir, también, que apoyar a la construcción en aquella discusión también me proporcionó no poca comodidad con mi forma de pensar. Y es que lo mismo que existe una Historia de la Arquitectura, también hay una Historia de la Construcción.
Como es natural, la Historia de la Construcción consiste en el análisis y estudio de las formas constructivas del pasado y no de la arquitectura como arte, de las formas arquitectónicas como historia de la creatividad. Su objetivo, pues, es el análisis cronológico de las técnicas aplicadas a la construcción de obras de arquitectura e ingeniería civil. La Historia de la Construcción se centrará, así, en la evolución de las soluciones edificatorias y constructivas y, como derivada, las líneas del tiempo de ambas disciplinas discurrirán paralelas, intersecándose de manera constante, aunque en ocasiones avanzando una más que la otra en función de los distintos momentos o períodos de la historia. Ambas disciplinas históricas están, en consecuencia, conectadas y su separación radical no puede tildarse de otra forma que no sea de artificial o interesada, máxime considerando que ambas historias están constituidas, además, por elementos y circunstancias inter o multidisciplinares. La división del estudio de las dos disciplinas históricas está, conforme explicaba, justificada por el análisis del objeto u objetos de estudio de cada una de ellas, pero no así su separación, la cual considero no es aceptable. Así entre aquellas circunstancias que permean ambas historias, estarán los factores económicos, sociales, materiales, científicos, culturales o históricos en sentido amplio, configurando todos ellos, con igual potencia, el devenir de ambas disciplinas y con parecida o igual intensidad.
Los parámetros que podemos considerar más abstractos de la arquitectura, como el contexto, la función edilicia, el estilo, el tiempo, los encontraremos también presentes en la Historia de la Construcción. Las circunstancias objetivas de esta disciplina histórica, como los materiales de construcción y su evolución en el tiempo, respecto a su adecuación a la construcción y a su disponibilidad efectiva y al coste de su extracción o fabricación, o el clima, que impondrá técnicas constructivas muy determinadas, también se van a analizar desde la Historia de la Arquitectura. La construcción añadirá el estudio de los medios disponibles, de las propiedades físicas de los materiales, que determinan la elección de la tipología edilicia, el factor social y humano, el análisis tecnológico, que determina el procedimiento constructivo o las soluciones en los sistemas de edificación o cimentación. Y todo ello configura el devenir diacrónico de dos disciplinas cuya evolución, dicho queda, es pareja y, si no uniforme, bastante homogénea.
El diccionario de la RAE otorga tres acepciones principales a la palabra Construcción: Acción y efecto de construir, arte de construir, obra construida o edificada. Los sinónimos que la RAE destaca para su definición: edificación, fabricación, levantamiento, erección, cimentación, urbanización. Vuelve la Academia, pues, a esbozar, si no a definir, el camino que debe seguir la enseñanza de la Historia de la Construcción, estableciendo con sus definiciones el método para el entendimiento de la disciplina, incluso para su difusión y enseñanza. La Academia vuelve a ponerse de mi parte al definir la Arquitectura: Arte de proyectar y construir edificios, diseño de una construcción, conjunto de construcciones y edificios. Y termina definiendo la ingeniería como el conjunto de conocimientos orientados a la invención y utilización de técnicas para el aprovechamiento de los recursos naturales o para la actividad industrial. Siendo, pues, la ingeniería, la base de la construcción.
Y no es quien escribe el que liga, vincula, une desde los inicios del estudio de la arquitectura a esta disciplina con la construcción y la ingeniería. Vitruvio, arquitecto romano y autor del más antiguo tratado sobre arquitectura que se conserva, fundamenta su firmitas, utilitas et venustas en las buenas técnicas constructivas para asegurar el resultado eficaz de lo proyectado. Para ello cita en su tratado numerosas fuentes griegas que estudian las técnicas constructivas como elementos clave para la creación de belleza. Incluso cita al maestro Brunelleschi como gran estudioso de la construcción y de sus técnicas, confirmando Vasari, en su biografía sobre el arquitecto italiano, el estudio profundo que realizó de las ruinas romanas y de las técnicas empleadas para la construcción de las más bellas edificaciones de la urbs. Posteriormente, será el arquitecto y humanista Leon Battista Alberti quien confirma el indisoluble vínculo entre arquitectura y construcción, entre arte e ingeniería, en su De re aedificatoria.
En definitiva, parece claro que la “buena” arquitectura está indisolublemente ligada al empleo de unos sistemas constructivos adecuados y coherentes y tal vínculo es del todo exigible para cualquier proyecto presente. Y permítame el lector sentenciar que, sin embargo y a pesar de las evidencias, no siempre se tiene en cuenta corolario tan evidente. Todos conocemos ejemplos de quienes creyéndose grandes gestores depositan su impostada grandeza y conocimiento en la hoja de Excel, reduciendo costes de aquí y de allá en los diferentes proyectos, sin considerar que no se trata de reducir costes, sino de optimizarlos, empleándolos en aquellas partidas esenciales para la obtención del resultado proyectado.
Termino citando a uno de los más grandes ingenieros, a mi juicio, del siglo XX. El italiano Pier Luigi Nervi, uno de los máximos exponentes de la arquitectura racionalista. Para definir el esquema de su proceder en los diferentes proyectos, señalaba que primero se planteaba la búsqueda del esquema técnica y económicamente mejor y, después, el estudio paciente y apasionado de los diversos elementos estructurales, a fin de afinar sus formas, siempre con el respeto más riguroso a las exigencias estéticas y constructivas. De esta forma argumentaba que su tendencia hacia la natural expresividad estética de una buena solución constructiva le había traicionado jamás, ni había encontrado excepciones a la mjsma, examinando las obras arquitectónicas de su tiempo o del pasado. En base a ello concluía que una buena organización estructural, estudiada con amor en su conjunto y en sus detalles, es la condición necesaria, si no del todo suficiente, de una buena arquitectura.
Las conclusiones de Nervi, aplicadas a cualquier proyecto, arquitectónico y constructivo, definen un resultado sólido. Su preocupación por la definición del esquema económico estaba siempre, claro, en el inicio de sus análisis. Cuando tal esquema requería de incrementos en determinadas partidas, estudiaba si disminuyendo otras no se perjudicaba el resultado y si la solución, no obstante, requería de incrementos por encima del presupuesto disponible, sencillamente explicaba las razones por las que había de dotarse de más recursos al proyecto. Si ello no era viable, recurría a quien pudiera facilitarle los recursos y, finalmente, solo cuando constataba la inviabilidad económica del proyecto, lo reiniciaba si era posible. Tal forma de proceder constituye, no se dude, la culminación en la sublimación entre proyecto y resultado.
Y esa fue la conclusión de un animado debate en la que ingeniero y arquitectos terminan brindando por los proyectos en los que ir de la mano y sin soltarse. La belleza, el arte, el sentido común, no es patrimonio de ninguna disciplina. Ni un resultado bello es siempre bueno, ni un resultado firme es siempre bello, ni un resultado aparentemente económico es siempre bueno. Ya lo dijo el gran Fénix de los ingenios: La virtud tiene en sí todas las cosas; y todas le faltan a quien no la tiene. Y yo, querido lector, sí “creo en Lope de Vega todopoderoso, poeta del cielo y de la tierra…”
Marcos Sánchez Foncueva es uno de los mayores expertos en urbanismo y suelo de España. Abogado urbanista, toda su carrera profesional ha estado ligada al urbanismo y al sector inmobiliario. Ha liderado las Juntas de Compensación de Sanchinarro, Valdebebas y Los Cerros, entre otras. Es miembro del Comité Ejecutivo y coordinador de la mesa de urbanismo en Madrid Foro Empresarial.
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