Las viviendas, además de saludables, confortables y eficientes, también deben ser más seguras y fomentar la libertad de movimiento
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Neuroarquitectura: qué es y por qué debería marcar el paso de la vivienda en la era poscovid
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La relación de la neurociencia con la arquitectura está casi abandonada. No ocupa el lugar que se merece. Se podrían construir espacios en los que las personas con discapacidades intelectuales o con desarrollo o deterioro cognitivo (por la edad o por enfermedades) se pudieran desenvolver bien por sí mismas en dichas estancias.

Tradicionalmente la neurociencia colabora con la accesibilidad cognitiva en el estudio de la existencia de las dificultades que tienen las personas con discapacidades intelectuales y trastornos cognitivos (mayores con demencias y otras enfermedades causadas por la edad) y cómo resolverlas para que interactúen espacialmente bien en los edificios o entornos construidos.

Según la arquitecta Berta Brusilovsky Filer, la accesibilidad universal, tal como la entendemos hoy (edificios con barreras arquitectónicas, sin ascensor, etc.), no tiene en cuenta el espectro cognitivo, y se encuentra en un limbo legal.

Varios son los motivos que arguye: aunque las organizaciones han comprendido la necesidad de un enfoque centrado en las personas con discapacidad intelectual o del desarrollo, que son en principio las destinatarias de las soluciones en materia de accesibilidad cognitiva, posteriormente se ha visto una mejora en el desenvolvimiento y la autonomía de la ciudadanía en general, especialmente en aquellas personas con problemas de orientación, como son las personas mayores, los inmigrantes y los niños.

“En materia de entornos y edificación hay una fuerte resistencia de las organizaciones líderes en discapacidad y accesibilidad para incorporar soluciones en materia de paradigmas y metodologías innovadoras en accesibilidad cognitiva, cuando estas no han surgido en el interior de sus propias agrupaciones, es decir, que han nacido más allá de sus 'fronteras' en el interior de otras formaciones: fundaciones, organizaciones, universidades, grupos de trabajo y de investigaciones de profesionales con interés en la accesibilidad cognitiva”, explica Brusilovsky.

Con frecuencia cuando se habla de accesibilidad en la edificación se hace referencia a las barreras arquitectónicas, como escalones de acceso al portal, escaleras…, pero poco a aquellas que tienen que ver con el espectro cognitivo. No obstante, existen casos y más habituales de lo que en un principio pudiera creerse; eso sí, más en el sector hospitalario.

“Las barreras más habituales son las que nos suceden en las consultas de los hospitales: si no vamos con un mapa, un reloj con GPS o ayuda humana casi todos nos perdemos”, cree Berta Brusilovsky. Y lo argumenta: “Los accesos, que siempre son varios, no tienen una clara descripción de dónde te encuentras y cómo debes encaminarte hacia tu destino, tu especialista. Tampoco existe una distinción entre los diferentes sectores, en general en equipamientos sanitarios, que son muchos y complejos”. Además, añade la arquitecta, “los pasillos son largos con puertas iguales sin distinción y no hay guías que te vayan indicando las diferentes rutas. O se colocan líneas de colores en el suelo que, o se borran, o se confunden y no las puedes distinguir entre la marea de gente que se desplaza. Para colmo, los adultos mayores pueden perder el equilibro si caminan pendientes de ellas cuando son varias y de diferentes colores”.

Este es solo un ejemplo enfocado al ámbito hospitalario, pero pueden existir las mismas dificultades en el entorno residencial. Para ello, Brusilovsky plantea soluciones de aplicación a todo tipo de edificios: poder orientarse, moverse, entendiendo el significado de las formas de la arquitectura, porque son claras y comprensibles, formas que hablan a las personas;  entender lo que significan los colores para utilizarlos como guías para el desplazamiento; crear a partir de las necesidades de los grupos, elementos gráficos diferentes a las típicas “flechas” o a los pictogramas como los de los semáforos o de los aseos (figuras que orienten, dirijan, mantengan la continuidad, activen funciones cerebrales, como las que utilizamos en los equipamientos para adultos mayores y personas con autismo).

Para saber qué y cómo diseñar debemos explorar el funcionamiento humano, y no solo lo exterior, según esta arquitecta. Esto es, no solo lo que se puede ver, como en el caso de las personas en sillas de ruedas o personas ciegas, sino lo que sucede en su interior, en su cerebro, que es lo que estudia la neurociencia. Porque todo lo que nos sucede como humanos tiene su reflejo y origen en el sistema nervioso, cuyo centro está en el cerebro, que es el que guía nuestra vida como personas. “Si sabemos reconocer dónde se encuentran los problemas sensoriales, perceptivos, cognitivos, motores y emocionales, vamos a poder mejorar nuestros diseños para adaptarlos a esas circunstancias y ayudar a resolver problemas que limitan la autonomía de muchas personas”, dice convencida Brusilovsky.

“Hay personas que se olvidan de lo que querían hacer o hacia dónde se dirigían, que no pueden diferenciar cuál es la derecha y cuál es la izquierda, que pierden fácilmente el equilibrio o sencillamente que no se orientan en el espacio”, explica la arquitecta. Y a partir de estas funciones neurológicas es donde recala la importancia de la labor de los arquitectos como colectivo: “Hay que imaginar los mejores escenarios espaciales para que la arquitectura se convierta en un verdadero sistema espacial de apoyos que no requiera textos, gráficos, señales, salvo las mínimas para acompañar al diseño de entornos y edificios”.

Para Brusilovsky y, a pesar de esta situación, las soluciones de vivienda no se han diseñado con enfoque de neurociencia. “Hay diseños que se encuadran en un enfoque de neuroarquitectura porque tienen mucha luz natural, han puesto ventanas amplias, han estudiado el soleamiento y la ventilación, tienen vegetación en torno a ellas y son sostenibles, pero en realidad ese es un diseño que siempre se ha considerado de excelencia, pero no bajo las claves de la neurociencia”, asegura.

Sin embargo, se pueden desbloquear las dificultades o carencias cognitivas mediante el diseño y la arquitectura. Por ejemplo, se pueden diseñar mejores viviendas para personas que se desorientan con facilidad, con comienzo de deterioro por la edad, Parkinson o demencias. “Es obvio que las personas, cuando adquieren una vivienda, pretenden que sea para toda vida, pero por eso mismo se podrían tener en cuenta ciertos aspectos desde antes de la fase del diseño del proyecto”, piensa Berta Brusilovsky.

Ahora que se habla mucho, a causa del covid-19, de viviendas más saludables, con buena calidad del aire interior, mejor iluminación… es el momento de aportar otros valores. Según esta arquitecta, “además de ser saludables desde el punto de vista físico, los hogares deben ser capaces de dar seguridad para mantener la autonomía, permitir con la mayor libertad posible su desenvolvimiento en el interior y en su relación con el entorno. Y esto se consigue evitando zonas ruidosas; que sea fácil llegar a la estancia y luego resulte comprensible y sencillo desplazarse en su interior”.

No todo está perdido. Se pueden adaptar los criterios de la neurociencia a los edificios residenciales. ¿Cómo? Poniendo primero al usuario bajo la lupa de su funcionamiento neurológico, sus necesidades realistas, sus cualidades, sus deseos, y una vez descubiertas, desbrozadas y sistematizadas, se puede adaptar cualquier tipo de tipología residencial a ese o a otros usuarios: ya sea una vivienda individual, colectiva, una residencia para mayores, un 'cohousing' y hasta un hotel para turismo especializado.

“Eso es precisamente lo que hago al investigar y estudiar las funciones neurológicas de los grupos etarios para adaptar las soluciones a sus necesidades sensoriales, perceptivas, cognitivas, motoras y emocionales. Luego diseño para ellos o llevo a cabo recomendaciones para que otros profesionales lo hagan sin necesidad de estudiar neurociencia ya que hoy no hay normativa técnica vigente en clave de accesibilidad cognitiva y menos aún de neurociencia más arquitectura”, concluye Berta Brusilovsky.

Y envía una advertencia: “Si estos conocimientos e innovaciones no llegan rápido a las Escuelas de Arquitectura de España, lamentablemente, se habrá perdido la oportunidad de poder estar a la cabeza de las innovaciones en materia de neurociencia y arquitectura que en otros países se desarrollan en importantes centros universitarios con grandes cantidades de fondos públicos”.

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