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Artículo escrito por Ángel Serrano, CEO de Zityhub

La jornada laboral de los trabajadores en España no inicia a las 9:00 AM. Empieza mucho antes. Con una alarma que suena demasiado pronto. Con un café a medio terminar. Y con al menos 36 minutos de desplazamiento por delante.

Según un estudio de PageGroup, ese es el tiempo medio que tarda un profesional español en llegar a su puesto de trabajo. Puerta a puerta. Cada día. Dos veces. En total, más de una hora diaria desperdiciada solo en trasladarse. Y aunque la mayoría no lo incluye en su nómina ni en su contrato, lo paga igual: con estrés, con fatiga, con tiempo de vida.

El 66% de los españoles se desplaza en vehículo privado. Otro 34% usa transporte público. El 40% describe su trayecto como estresante. En ciudades como Madrid, el porcentaje es aún mayor.

El Ayuntamiento de Madrid estima que el 85% de los vehículos que entran en la ciudad están ocupados solo por el conductor, lo que supone más de 5 millones de asientos vacíos en coches cada día. ¿Preocupa en realidad la sostenibilidad en las empresas?

No es un detalle menor. Es el coste oculto de la presencialidad malentendida.

Este tiempo invisible erosiona la calidad de vida y sabotea el equilibrio entre lo profesional y lo personal. No es casualidad que España tenga una puntuación de 5,5 sobre 10 en conciliación, por debajo de la media europea. Cuanto más largo el trayecto, más difícil la vida. Más temprano hay que salir. Más tarde se llega a casa. Menos se vive.

Seguimos defendiendo el “venir a la oficina” como si no tuviera consecuencias, pero las tiene…

En la moral de los equipos, en la productividad, en el compromiso, en la fidelización del talento.

Porque cuando el día empieza antes de tiempo y termina con atasco, lo que se pierde no es un minuto: es energía, motivación y vínculo con el propósito del trabajo mismo.

Las empresas que entienden esto han dejado de medir el trabajo por el número de sillas ocupadas. Han entendido que la flexibilidad significa trabajar sin perder el tiempo en llegar a un lugar sin sentido.

Por eso, la invitación a considerar el trabajo flexible no es una concesión: es una respuesta inteligente a una vida moderna compleja. No todo es remoto. No todo es oficina. Pero todo debería construirse sobre un principio básico: el tiempo de las personas es sagrado. Y cada minuto que les haces perder es un minuto que devuelven con menos entusiasmo.

No hay política de bienestar que compense una hora diaria atrapada en un atasco. No hay cultura fuerte en una organización que ignora el desgaste silencioso del desplazamiento. No hay talento comprometido si el mensaje sigue siendo: “te quiero cerca, aunque me des menos”.

Porque si no se respeta y optimiza lo más valioso que tenemos las personas, nuestro tiempo, no es de extrañar que lo quieran invertir mejor en otro lugar.

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