Fue una vez hogar de la bailarina rusa Mathilde Kschessinska. También lo fue del gran duque Andrei Vladimirovich, primo del último zar ruso Nicolás II. Esta casa fue testigo y cómplice de su turbulenta historia de amor. Ahora, su actual propietario ha renovado esta mansión en la Riviera francesa para ponerla a la venta por 27 millones de euros. Engel & Völkers ha sido la compañía elegida para comercializar la exclusiva propiedad.
Los opulentos rusos han ido ganando presencia en la costa Azul, la zona litoral del Mediterráneo en el sureste francés, pero este gusto por ocupar Niza, Cannes, Montecarlo o Saint Tropez viene de lejos. Aunque el nombre se le debe a la princesa Odescalchi, fue en 1901 cuando la condesa de Morla mandó construir esta villa para acabar alquilándosela al príncipe ruso Andrei Vladimirovich Románov en 1913.
Los 1.200 m2 de terreno donde se alza la Villa Marizzina pueden contar la pasional historia vivida entre Vladimirovich y su amante Mathilde Kschessinska, como refugio de su amor, donde concibieron a Vladímir Románovski-Krasinski y donde la pasión de Mathilde se extendió con los hermanos del gran duque, el Gran Kiril y Borís, y sus primos, el Zar Nicolás II y el Gran Duque Sergo Mijáilovich Románov.
El culebrón que da para llenar tantas páginas como Anna Karenina transcurrió en los 506 m2 de esta mansión. En sus tres salones, dos cocinas y con siete baños y siete dormitorios donde dar rienda al relato.
El príncipe ruso se vio obligado a vender la villa, la historia cuenta que Mathilde se arruinó en los casinos de Mónaco. Su siguiente dueña, la princesa Odeslachi, legó esta mansión a uno de sus sirvientes, en 1980, pero fue su último propietario el responsable de modernizarla y dotarla de una sala de cine, garaje para seis coches y renovarla con materiales como suelo de mármol, picaportes de plata combinado con una calefacción por suelo radiante.
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