“Si lo llego a saber, nunca se lo alquilo”.
Esta frase, cada vez más común entre propietarios, resume una de las nuevas caras del alquiler: la de quienes eligen al inquilino por confianza.
Todo empieza con un mensaje inocente. Un amigo te escribe:
“¿Oye, sigues alquilando tu piso?”.
El trato se cierra rápido, sin demasiadas preguntas, sin comprobar ingresos ni su historial en el fichero de morosos. Total, ¿qué puede pasar?
Lo que muchos propietarios descubren después es que la amistad es un término subjetivo y que el egoísmo y la malicia están más extendidos de lo que se puede creer.
“No te preocupes, un imprevisto lo puede tener cualquiera. Espero el pago del alquiler la semana que viene”.
Aquí las alarmas empiezan a sonar, pero el ser humano tiende a confiar en aquellos con los que mantiene algún tipo de vínculo. Pero, lo normal es llegar hasta…
“Me debes X meses. ¿Cuándo me vas a pagar?”.
En este punto, normalmente, ya no hay comunicación con el inquilino y entonces aparece la frase del inicio del artículo:
“Si lo llego a saber, nunca se lo alquilo”.
Los peligros de alquilar a conocidos
Uno de los errores más frecuentes, advierte José Ramón Zurdo, director general de la Agencia Negociadora del Alquiler (ANA), es alquilar a un amigo o familiar.
"Cuando conoces al inquilino bajas la guardia. No le pides la misma documentación ni haces las mismas comprobaciones. Pero el dinero y la confianza no son buenos compañeros. He visto muchos casos de amistades o parejas que terminan enfrentadas, incluso en los tribunales".
Por eso, los expertos recomiendan mantener la mayor independencia posible entre arrendador y arrendatario. Cuanta menos relación personal haya, mejor funcionará el alquiler. Solo así se pueden tomar decisiones objetivas y evitar que las emociones influyan.
Si te implicas emocionalmente, acabas asumiendo los problemas del inquilino, cuando en realidad la relación es muy simple: él tiene la obligación de pagar y tú, el derecho de cobrar.
Los riesgos de alquilar por redes sociales
Anunciar un piso en redes sociales puede parecer la forma más rápida de alquilarlo, pero hacerlo sin precauciones se ha convertido en una práctica de riesgo. Cada vez son más los casos de propietarios víctimas de impagos y de inquiokupación —inquilinos que dejan de pagar y no abandonan la vivienda— por haber confiado en alguien que parecía fiable.
"Hay muchos inquilinos que buscan expresamente anuncios de particulares, explica Zurdo". "Saben que un profesional profundiza más en la solvencia económica y exige garantías. En cambio, un particular suele ser más confiado, y eso facilita que los inquilinos aprovechen la situación. A veces se presentan con historias personales o prometen pagar varios meses por adelantado, con la intención de no abonar nada más después de entrar en la vivienda".
Según Zurdo, la mayoría de los desahucios que gestionan provienen de alquileres que han empezado entre particulares, sin mediación ni un estudio previo. “Son propietarios que, de buena fe, se han fiado de las apariencias o de lo que les contaba el inquilino, sin comprobar su verdadera solvencia”.
Además, advierte, el problema afecta especialmente a personas mayores. “En torno al 80% de los desahucios proceden de alquileres entre particulares sin mediación profesional. Y muchos afectados son propietarios de 65 a 90 años, acostumbrados a gestionar sus pisos por su cuenta. Antes les fue bien, pero el mercado ha cambiado, y ahora hay gente que se aprovecha de esa buena fe”.
La mejor forma de evitar problemas es la prevención. "Al igual que un banco analiza la solvencia antes de conceder una tarjeta de crédito, los propietarios también deberían evaluar objetivamente la capacidad económica del inquilino. Pero la mayoría no consulta registros de impagos ni verifica adecuadamente nóminas o rentas, y en muchos casos no sabe interpretar la documentación que se les presenta”, señala Zurdo. “El alquiler es cada vez más complejo. Por eso debe estar en manos de profesionales”, concluye.
Cuando el inquilino sabe más de ti que tú de él
Alquilar una vivienda implica algo más que firmar un contrato: es abrir una puerta —a veces demasiado— a tu vida personal. El inquilino no solo conoce tu nombre y apellidos. Sabe tu número de cuenta, dirección fiscal, correo electrónico, teléfono y, en muchos casos, detalles íntimos que dejas en la vivienda sin darte cuenta: una carta en un cajón, una foto familiar enmarcada, una factura en el buzón.
Esa asimetría de información convierte al propietario en la parte más vulnerable. Porque mientras tú le confías tus datos, tus llaves y tu patrimonio, el arrendatario puede desaparecer sin dejar rastro… o quedarse más tiempo del acordado.
Cuando publicas en redes sociales que alquilas tu piso, o lo comentas en un grupo de amigos, estás revelando —quizá sin pensarlo— que posees una vivienda vacía que no es tu residencia habitual. Y esa información, en el contexto actual, es oro para los oportunistas.
Los okupas o quienes practican la inquiokupación rastrean perfiles, anuncios y comentarios en busca de pisos desatendidos. Basta con que alguien sepa que tu propiedad está libre para que el riesgo aumente. No es casualidad que muchos casos de ocupación comiencen precisamente con una filtración de este tipo: un amigo de un amigo que se entera de que el piso está disponible y decide adelantarse.
En un mercado ahogado por la inseguridad jurídica, la recomendación de los expertos es clara: cuanta menos información personal circule, más protegido estará tu patrimonio.
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