
La sociedad cada vez es más consciente del impacto ambiental y la arquitectura sostenible está ganando protagonismo en los espacios más cotidianos de nuestra vida: las cafeterías, tiendas o panaderías hace tiempo que empezaron a incorporar materiales ecológicos y diseños que invitan a reencontrarnos con la naturaleza.
Uno de los ejemplos más llamativos de esta tendencia se encuentra en Panamá, donde el estudio Mallol Arquitectos ha diseñado para la marca Krume Bäcker una panadería que no solo huele a pan recién horneado, sino también a tierra, madera y respeto por el entorno.
Este local, de 193 m2, redefine el concepto de panadería urbana, pues se convierte en una experiencia sensorial inmersiva y en una declaración de principios sobre el uso responsable de los recursos. De hecho, toda ella, desde los materiales hasta el mobiliario, ha sido cuidadosamente seleccionadas para evocar calidez, autenticidad y sostenibilidad.

Un diseño que se inspira en el origen
La panadería se articula alrededor de un elemento central: un mostrador en forma de U construido con tierra compactada, una técnica ancestral que este proyecto se ha reinterpretado con elegancia contemporánea. En esta gran isla se ubican las máquinas de café, los expositores de pastelería y las barras donde los comensales pueden sentarse, rodeados por el aroma y la textura de los materiales naturales.

Tal como explica el estudio, “el pan ocupa un lugar central en el espacio, y la iluminación está diseñada intencionadamente para resaltar su importancia”.
Las paredes están revestidas con yeso de arcilla local, generando una superficie texturizada de tonos cálidos que envuelve al visitante. Las esquinas redondeadas suavizan el ambiente, y los pequeños nichos incorporados en la pared permiten sentarse a solas o en pareja. En el lado opuesto, una gran mesa común fomenta el encuentro entre desconocidos, mientras que las mesas individuales se distribuyen con discreta armonía.

Uno de los detalles más originales está en el uso del trigo seco, dispuesto en cajas de madera a lo largo del escaparate y detrás de un banco central. El diseño remite obviamente al ingrediente principal del pan y refuerza la identidad visual de la marca. El suelo, por su parte, está pavimentado con ladrillos rojos en espiga, que aportan textura y continuidad visual con la paleta de tonos terrosos. En el techo, una retícula de paneles verticales de madera permite integrar la iluminación de manera discreta y rítmica.
“La paleta de colores y materiales se seleccionó cuidadosamente para reflejar la esencia y los orígenes de la marca, evocando la suavidad, la calidez y la espontaneidad de la naturaleza”, detallan en el estudio.

Madera sumergida y técnicas locales
Además, el proyecto propone un enfoque integral en términos de sostenibilidad. Así, por ejemplo, el mobiliario que ha sido elaborado a medida se ha fabricado con madera autóctona sumergida, rescatada del embalse de Bayano. Esta madera, conservada durante décadas bajo el agua (el embalse se construyó en 1976), presenta una resistencia excepcional y un ciclo de vida mucho más responsable que la tala convencional.
La extracción se realizó en colaboración con la comunidad indígena Guna Madugandí, utilizando sierras hidráulicas con aceites biodegradables. Posteriormente, la madera fue secada en horno durante más de dos meses y medio, en un proceso que, según el estudio, “maximiza el uso del material, reduce los residuos y produce muebles con una mayor durabilidad en comparación con las alternativas porosas”.

Además del impacto ambiental reducido, esta elección fomenta la economía circular y el trabajo conjunto con comunidades locales, aportando un valor cultural añadido al proyecto. Por ello, cada mesa, banco o estantería es también una historia de recuperación, de memoria y de oficio.

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