Muchas de sus obras están relacionadas con el esoterismo y la magia pero no solo eso, el edificio donde se encuentra, el Real Monasterio de El Escorial está cargado de simbolismo ya que se inspiró en el templo de Salomón.
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Biblioteca Monasterio El Escorial
Biblioteca Monasterio El Escorial Patrimonio Nacional

Bibliotecas hermosas hay, afortunadamente, muchas. Por ejemplo, en España atesoramos varias: por citar solo algunas, la Biblioteca Nacional, la Biblioteca Menéndez Pelayo en Santander, la del Ateneo, la de las Escuelas Pías, la municipal de Jerez de la Frontera, la biblioteca pública Arús en Barcelona… Y hay una que, aparte de su belleza, tiene un halo de misterio y de magia que la hace aún mucho más interesante.

Nos referimos a la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial, en Madrid. La biblioteca Laurentina fue fundada por Felipe II en el siglo XVI y es un espacio que destaca por su riqueza de libros antiguos, en especial ediciones de los siglos XV y XVI, unos 40.000 volúmenes y 600 incunables. Hasta ahí podrían ser los datos de cualquier biblioteca de renombre pero si nos fijamos en el carácter de la figura que fundó este establecimiento, la cosa cambia.

Felipe II, conocido como el rey Prudente, era un gran aficionado al ocultismo y la alquimia. Aunque el monasterio se levantó para conmemorar la victoria de la batalla de San Quintín, lo cierto es que fue “erigido siguiendo consideraciones astronómicas, astrológicas y mágicas… El monarca llegó a reunir en torno a 7.500 reliquias (despojos de santos, espinas de la Corona de Cristo, entre otros) bajo el altar mayor del monasterio”, comenta Óscar Herradón en su obra Libros Malditos (Luciérnaga).

El gusto por el simbolismo esotérico del monarca era tal que el monasterio adoptó como modelo de inspiración el del templo de Salomón. Por eso, en sus torreones y tejados abundan las figuras geométricas como los triángulos (representación de Dios) y los círculos (representación de la inmortalidad).

Una biblioteca con libros prohibidos 

Pero volvamos a la construcción del recinto: se orientó mediante la puesta de sol del 10 de agosto, fecha de la batalla de San Quintín pero también una fecha a la que le daban importancia los distintos horóscopos que hicieron al monarca. Cuenta Herradón en su obra que a lo largo de su vida el rey contó con varios horóscopos pero uno que fue especialmente relevante para él y en el que basó muchas de sus decisiones fue el llamado Prognosticon, carta astral que se halla, precisamente, en la biblioteca de la que hablamos. Esta carta astral la realizó Matias Haco Sumbergense, médico, matemático y astrólogo de Carlos V y posteriormente, de su hijo Felipe. Algunos de los pronósticos de esta carta astral aparecen incluso en los frescos de la biblioteca del monasterio lo que demuestra lo importante que fueron para Felipe II. 

 Allí se encuentran algunos de los libros prohibidos más perseguidos a finales del siglo XVI, obras que a pesar de la censura, el rey, amante del ocultismo, leía con mucho interés. Tres personajes están relacionados con esos libros: el monarca, el padre Sigüenza y Benito Arias Montano, encargado de la gestión y cuidado de la biblioteca. Éste último fue uno de los hombres más eruditos de su tiempo: había estudiado medicina, filología, filosofía, teología, arte, historia… Estando en Amberes, el monarca le hizo regresar a España para encomendarle la misión de revisar, expurgar y catalogar la ya ingente cantidad de obras que había en la biblioteca entre las cuales muchos tratados de carácter mágico y cabalístico. “Arias Montano se encargó de catalogar textos que, por su “peligroso” contenido debían ser apartados de los demás y a ellos no debía tener acceso ni el mismo rey”, relata Herradón en su libro. No tenemos pruebas pero tampoco dudas de que seguramente el monarca se saltó esa disposición en más de una ocasión…

El recinto perdió parte de su fondo varias veces a lo largo de la historia: en junio de 1671 un terrible incendio arrasó gran parte del edificio y desaparecieron más de 5.000 códices, unos 2.000  códices latinos, 2.500 árabes, griegos, hebreos…  La guerra de la Independencia también hizo mella en el fondo editorial: a finales de 1809 muchas obras fueron trasladadas a Madrid con la intención de que fuesen llevadas después a Francia. Esto lo evitó José Antonio Conde que logró salvarlos ocultándolos en el convento de la Trinidad. En 1810 dichos fondos fueron trasladados a la Biblioteca Real (hoy Biblioteca Nacional) y no se consiguió su devolución a la biblioteca original hasta varios años después. 

Huelga decir que en los diferentes traslados fueron varios los manuscritos que se perdieron por el camino.. 

 

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