
La cultura tradicional asiática y, en concreto, la nipona, todavía conservan la búsqueda de espacios de recogimiento personal para la reflexión y la meditación. Pero no solo hablamos de grandes templos, sino de pequeños lugares donde las personas pueden desconectar del bullicio y la hiperconectividad digital.
En las montañas del norte de Kioto, entre cedros y arces, se ha levantado un minúsculo pabellón de madera demuestra que el silencio todavía puede diseñarse. Se ha bautizado como Le Picabier (Yachō) y encarna la esencia del wabi-sabi: belleza en lo diminuto, en lo imperfecto y en lo fugaz.

Arquitectura en miniatura
Le Picabier (Yachō) ha sido diseñada por el estudio local 2m26 junto al taller parisino Onomiau. Esta “casa-chimenea”, de apenas un metro cuadrado, “es un salón de té para una sola persona, un espacio para un ser humano, un fuego y un paisaje”, explican en el estudio.
Desde el exterior, la estructura se presenta como una silueta negra y ligeramente torcida, en referencia directa a las “formas extrañas” de John Hejduk, maestro de la poesía construida. Su planta respeta el tamaño tradicional de una estera de tatami, 95,5x64 cm, que parece flotar sobre un zócalo de ciprés local.

La estética se define por el revestimiento en tejas de cedro carbonizado mediante la técnica japonesa shou sugi ban, que oscurece la madera, la hace resistente al agua y genera un contraste dramático con el verde circundante. En el interior, las mismas tejas se protegen con kakishibu, un barniz natural de caqui fermentado, utilizado desde hace siglos para repeler insectos y humedad.
Una abertura en ángulo revela un diminuto fogón junto a la estera. La proporción es exacta, el espacio es justo para hervir agua y nada más. El humo asciende por la chimenea central y se dispersa entre las copas de los árboles, sumando sonoridad al ritual.

En la cúspide, una linterna de madera alberga una única vela que, como en los santuarios sintoístas, señala el comienzo y el fin de la ceremonia: “La vela expresa el paso del tiempo a través de su llama inestable”, añaden los diseñadores. Cuando la luz se extingue, la experiencia concluye.
Ritual contemporáneo de aislamiento y paisaje
Más allá de su elegancia formal, Le Picabier condensa una visión radical sobre el uso del espacio, buscando reducirlo al mínimo para amplificar la experiencia humana. En lugar de la mesa baja y los utensilios múltiples de un chashitsu clásico, aquí todo cabe en un gesto: arrodillarse, avivar el fuego, ver cómo la llama calienta el agua y escuchar el murmullo del bosque.
Esta simplicidad responde también a la voluntad de construir con materiales locales; cada componente proviene de la región de Kioto, reforzando la conexión ecológica y cultural. Para 2m26, el pabellón “es una pieza más en su investigación sobre microarquitecturas que exploran la carpintería japonesa”.

Sin embargo, la colaboración con Onomiau introduce un matiz europeo: la inspiración en las esculturas metafísicas de Hejduk y el deseo de provocar en el visitante una reflexión casi teatral sobre su propia presencia en el paisaje.
El proyecto ha sido promovido por la residencia artística Villa Kujoyama del Institut Français, convirtiéndose, así, en un puente cultural: une la ceremonia del té nipona, la artesanía local y la abstracción conceptual occidental para proponer un nuevo tipo de soledad, una soledad habitada.

Para poder comentar debes Acceder con tu cuenta